Monstruos que retozan en este sitio:

sábado, 30 de enero de 2010

CUANDO EL AMOR VUELVE POR EL AMOR


Lorena lo amaba, sentía fascinación por él. Cuando lo veía aparecer doblando la esquina, el corazón le saltaba en el pecho.
Era un rebelde, se vestía de negro y manejaba una moto grande. Los cuatro años que se llevaban no impidió que se enamoraran perdidamente. Por supuesto que él creía que sus catorce eran en realidad dieciséis. Con el tiempo aclararía esa mentirilla… pero con el tiempo. Cuando estuviera segura que él la amaba tanto como ella lo hacía. Cuando estuviera segura de que sus catorce no lo apartarían.
El sábado mintió que saldría con una amiga y se encontró con su amado en una plaza céntrica. De allí se fueron a bailar. Lorena bebió poco y hubiese querido que Daniel no lo hiciera, pero confiaba en él. Era grande y sabía lo que hacía. ¡Se sentía segura a su lado!
Salieron de la fiesta a las cinco, Lorena tenía que estar media hora después en su casa.
La ruta estaba fría y solitaria.
Daniel, aumentó un poco más de lo habitual la velocidad.
El caballo cruzó lentamente y ninguno de los dos supo nunca que pasó. El impacto fue brutal y volaron varios metros. En el aire, Lorena percibió el silbido del viento en los oídos. Por instinto intentó aferrarse a él pero no pudo. El cuerpo de su amado se le escapó de entre los brazos, creyó verlo rodar cuando ella todavía iba en el aire. El choque la había despedido con tanta fuerza y violencia que aun conservaba la sensación de la espalda de Daniel junto a su pecho.
El ruido de metal arrastrándose y vidrios rotos duro un instante. Luego silencio. El animal había quedado en medio de la ruta, dando pequeñas patadas mientras la agonía lo adormecía.
Lorena por ratos escuchó sirenas, voces, pisadas. Las piernas las tenía entumecidas, ojalá hubiese podido moverse o ¡gritar al menos! Tenía pasto en la boca.
El sol comenzó su ascenso. Abrió los ojos sintiéndose con más fuerza. Poco a poco se paró y miró a su alrededor. ¡Estaba sola! Del accidente solo quedaban manchas de sangre y algunos vidrios rotos. El impacto con el animal la había expulsado a varios metros de distancia de la moto y de Daniel. Nadie la había visto. Y seguramente al corroborar con la familia del muchacho le abrían confirmado que estaba solo. Lo de ellos era un secreto. ¡Un adorado secreto!

No sentía dolor. Tampoco miedo de estar sola… en realidad, lo único que le preocupaba, era como estaba Daniel.
En la ruta caminó un poco hasta que encontró una camioneta parada a un costado, el hombre había cambiado la rueda y se disponía a partir. Corrió y se trepó a la caja sin que el conductor lo percibiera. Se encogió un poquito entre varios tachos para no ser vista, y despacio se acomodó el pelo, la ropa… todavía tenía pasto en la boca.
Llegó al hospital, ingresó por urgencias. Recorrió varios pasillos hasta que en un recodo alcanzó a ver a la madre de Daniel sentada a la salida de terapia, la abrazaban las hijas y lloraban todas. Un escalofrío le recorrió la espalda. Se acercó lentamente. Una de ellas se dio media vuelta abruptamente y la miró unos segundos, luego volvió a abrazar a su madre.
Estaban dentro del horario de visitas.
Entró. Le costó reconocerlo. Ese rostro que ella amara tanto estaba prácticamente desfigurado por los golpes. Le acarició el pelo lentamente.
-Daniel- le susurró al oído- Dany soy yo, estoy bien, vine a verte. Afuera está toda tu familia. Están muy preocupadas… ¡pero están juntas! Yo estoy sola. No me dejes Dany. Hacelo por mí. ¡Te amo! Por favor Dany no me dejes.
Él abrió los ojos lentamente y la miró, intentó una sonrisa, los aparatos que lo rodeaban empezaron a emitir sonidos alarmantes y varios médicos con enfermeras entraron presurosos… Lorena tuvo que salir asustada.
La madre de Daniel lloraba dando gritos desesperados y las hijas le sujetaban los brazos en un vano intento por calmarla.
-¡Tanto escándalo!- murmuro enojada. Celosa de aquellas mujeres.
Quince minutos después salieron los médicos con palabras tranquilizadoras… habían logrado estabilizar al muchacho luego de un paro cardíaco. La situación era aún crítica, las próximas cuarenta y ocho horas serían decisivas.
Mientras el médico les hablaba la misma hermana de Daniel que la mirase al entrar se dio media vuelta y volvió a observarla… ¿la estaba mirando o buscaba a alguien con la mirada? Volteó y prosiguió escuchando al profesional mientras abrazaba a su madre.
Ahora las odiaba. En cuanto Daniel se recuperara lo perdería entre los brazos de aquellas mujeres sobreprotectoras. Él era solo para ella.
Estuvo una hora en aquel pasillo, indecisa, sentada frente a ellas, observándolas, escuchando sus gemidos, sus lamentos. Esos gimoteos y sollozos la tenían cansada. Era todo un burdo acto dramático de desesperación. ¡Nadie lo amaba como ella lo hacía! ¡No se los dejaría! Sin previo aviso, se levantó y entró. Se recostó a su lado, abrazándolo con fuerza, cuando él abrió los ojos para mirarla y los aparatos comenzaron su sonido alarmante, no lo dudó ni un instante, le tomó de las manos y se lo llevó con ella.
Nuevo movimiento de médicos que entraban corriendo, una de las hermanas de Daniel se apresuró hacia la puerta antes de que esta se cerrara y un viento helado la cruzó haciéndola retroceder y mirar a sus espaldas. Al hacerlo sólo vio a una jovencita de cabellos negros que se alejaba mirándola, riéndose.

Él la llevó por esa ruta aquella noche, a toda velocidad la alejó de todo lo que quería y conocía… ahora ella lo llevaría por un camino distinto.

Cuarenta y ocho horas después del accidente, un grupo de chicos que jugaban entre grandes montículos de ramas, pasto y hojas secas que habían cortado esa semana encontraron el cuerpo de una niña de catorce años.
La noche del accidente, el cuerpo de la muchacha había quedado prácticamente oculto, se encontraron hojas secas y pasto en la boca y traquea. Según la autopsia había sobrevivido varias horas… el forense se estremeció al pensar que tal vez estaba lúcida, intentando gritar, ahogándose en aquella vegetación y que nadie la escuchaba mientras los médicos y policías buscaban más cuerpos.


Lorena, solitaria, había vuelto en busca de su amor.

miércoles, 27 de enero de 2010

...Y YA NO PODRÁN SER AMIGAS (el fín)

Acechó en las sombras. A cada movimiento que surgía de la pieza contigua unos ojos azules se abrían. Conocía sus horarios, ella se despertaría e iría al baño, luego a tomar agua.
A las 4 y media de la madrugada el ritual se hizo presente, llenó con agua el vaso le puso un hielo y se fue al baño dejándolo en el mesón.
Oriana corrió descalza y le hecho un somnífero que tenía licuado de antemano y volvió a su pieza a recostarse.
Respiraba tranquila, lentamente sonreía a medida que los sonidos le decían que hacía Marisa.

Ruido de agua en el inodoro.
Ruido de agua en el lavamanos.
Ruido de puerta que se abre y se cierra.
Ruido de vaso que se levanta.
La sonrisa aumentaba.

La imaginó bebiendo con ansiedad.

El cuerpo de Marisa tirándosele encima la tomó por sorpresa.
Marisa la había inmovilizado, estaba sentada sobré ella y tenía las piernas fuertemente cerradas en torno a cuerpo. Con las manos le tomó la cara y hundió los dedos a los costados de la boca haciendo que Oriana abriese los labios. Con la otra mano, riéndose con fuerza tomo el vaso de agua y lo hecho en la boca de la escultora que intentaba escupir. Las manos de la taxidermista ya no eran manos, ahora eran garras y se clavaban en las encías, en los labios, en el mentón. Intentó escupir el agua pero gran parte pasó directo por la traquea. Cuando el líquido se acabó le tapó la boca y se quedo sobre ella lanzando carcajadas frenéticas, con los ojos oscuros abiertos y tan grandes que sentía que eran agujeros negros y que por ellos se iba a perder para toda la eternidad.
En cuestión de minutos cayó en un sopor profundo.
Cuando la escultora dejó de luchar tomó una jeringa que tenía preparada y se la inyectó.
Luego se dirigió a la otra pieza, tomó la cabeza de su amada, la beso en la boca y la cargó bajo el brazo, llevándola a la pieza subterránea donde comenzó con los preparativos para la disección.

La mezcla de somníferos y calmantes iba desapareciendo, le costó volver a la realidad. Desvariaba cambiado de un estado onírico a uno más concreto en vaivenes irregulares.
Poco a poco los sentidos comenzaron a despertar. Primero fue el frío de la mesa de autopsias. Luego el dolor intenso. Intentó fijar la mirada y con horror vio como tenía la cabeza de la muerta a medio cocer en el abdomen. No gritaba por que no podía. Se sentó como pudo sosteniendo a la amante muerta. Marisa había empezado a cocerla. Tenía alrededor de unos 15 puntos, 15 hinchados y sanguinolentos puntos. Se recostó de nuevo agarrando la cabeza del pelo rubio e intentó pensar.

Marisa estaba sumergida en su labor cuando tocaron el timbre, desde que vivía con Oriana se había vuelto paranoica, esperaba a la policía a cada segundo, imaginaba a la escultora corriendo por las calles pidiendo ayuda tal como lo había hecho su antiguo amor al enterarse que la taxidermista ya había empezado a probar con cabezas humanas.
Su sensual escultora había fallado la prueba, cuando Marisa le dijera que tenía que irse ella tendría que haber respondido que no, que se quedaría con ella porque la amaba, pero en su lugar pidió tiempo para prepararse y al hacerlo había firmado la sentencia de muerte.
En la puerta eran unos vendedores, les dijo que no en la mitad de la frase y les cerró la puerta con bronca.
Entró a la pieza, tomo la aguja y se dio cuenta de que unos puntos se habían escapado, se acercó para mirar la piel cuando la escultora se levanto de golpe y le introdujo un bisturí en el pómulo.
Marisa soltó la aguja y gritando horrorizada intentó sacarse el objeto cuando una tijera penetró entre las costillas y un segundo bisturí en la garganta.
Se cayó sentada emanando abundante sangre por las 3 heridas, lo último que vio fue a su hermosa escultora, desnuda delante de ella, con la cabeza de su amada colgando del abdomen.

Oriana se vendó el hueco que se dejó al arrancarse a la maldita amante muerta de su cuerpo y se vistió tranquila.
Limpió la sangre como una buena ama de casa. Y mientras olía el ambiente cargado de desodorante aroma a rosas cerró la puerta del frigorífico no sin antes mirar a su difunta amada taxidermista recostada en la mesa de autopsias con un enorme vientre cocido.
-Si te la hubieras comido, te habrías ahorrado unos cuantos problemas- le explicó-como por ejemplo... ¡conocerme!
y cerró la puerta con fuerza.

martes, 26 de enero de 2010


La historia fue contada por partes.
Marisa le contó de su antiguo amor y Oriana se sinceró sobre el suyo.
La siguiente noche se tocaron los temas escabrosos, la mujer tímida contó entre sollozos como recuperó el cuerpo descompuesto de su amado y durmió con él. Juntando las partes que quedaban, sin atreverse a lavarlo, por miedo a perder la poca esencia que quedaba de él conviviendo en los gusanos y en los retazos de carne putrefacta que colgaba de los huesos.
Lo amó en vida y lo amó en la muerte.
Lo amó sano y lo amo adorablemente descompuesto.
A su turno Marisa se hundió en silencios, apagó las velas perfumadas que estaban en la mesa y extendiéndole la mano, condujo a Oriana al piso subterráneo donde hacía el desuello de los animales y al que la tímida escultora había entrado sólo una vez.
Se paró frente a la cámara frigorífica y sin mirarla escupió su secreto.
-No dejé que se enteraran porque me la iban a quitar, yo no permitiría que su esencia conviviera con los gusanos, y la mantuve intacta dentro de su frasco.
La pesada puerta se abrió, sobre una mesa de autopsias estaba el cuerpo congelado de una mujer rubia, delgada y bella.
Oriana la miró extasiada. Si hubiese conocido a Marisa unos años antes aun tendría a su amado entero y no licuado entre lombrices en la tierra.
Se acercó a la mujer muerta y pasó la mano por el costado derecho donde había evidentes moretones y las costillas con extrañas deformaciones, en el cuello resaltaba un gruesa linea morada. Se dio media vuelta y miró a Marisa.
-¿Qué hubieses hecho si tu amado intentaba abandonarte?- le preguntó
Y no hicieron falta respuestas, Oriana la abrazó con fuerza comprendiendo cada golpe que destrozara la vida de aquella amante traicionera. Ella también lo hubiese hecho. Se abrazaron y lloraron.
Las cartas estaban sobre la mesa.
El cráneo de la infortunada damisela estuvo listo en un mes y medio.
Marisa entró esa tarde, emocionada, al cuarto que compartía con la escultora y puso la cabeza en su mesita de luz, acomodando el cabello trenzado hacía un lado. Se paró a observar complacida.
La sonrisa que le iluminaba los ojos se trituró a medida que se daba vuelta. Miró a su protegida, amante, ayudante y ahora mujer sobrante y sentenció...
-Gracias, ahora ya puedes irte.
Oriana no atisbó ni siquiera a sorprenderse, ya lo imaginaba. Estuvo presente en el desuello de la muerta y pudo observar como el bisturí antes de cortar era precedido por caricias. Aun la amaba. Marisa había besado y acariciado cada parte de aquel cuerpo frió y duro antes de proceder a cortarlo. Y no era sólo el recuerdo de un amor etéreo. Era también la indiferencia que poco a poco se había introducido entre ellas dos.
A medida que la doncella muerta cobraba forma... Marisa se alejaba.
Permitime que me quede unos días más y me voy- le suplicó la escultora -mañana salgo a buscar un lugar para alquilar, hacelo al menos por la ayuda que recibiste de mi parte para recuperar a tu amada.
Marisa la miró en silencio.
-Puedes dormir en la otra habitación- contestó y volvió a concentrarse en la cabeza que adornaba la mesita.
Oriana retrocedió y se quedó desde afuera observándola unos momentos.

Marisa, tan alta, tan segura y hombruna, tan decidida y dominante... ¿creía que trataba con una mujer más? ¿era ella una mujer cualquiera?

No, Marisa estaba equivocada.

Estaban en la misma situación, no tenían nada que perder, todo estaba hecho.

Marisa, tan alta, tan segura y hombruna, tan decidida y dominante... ¡se estaba equivocando!

Sonrió y se fue a la otra pieza a descansar.



...continuará

lunes, 25 de enero de 2010


Todavía no le mencionó el tema de la cabeza de su difunta amante. Quiere estar segura de su lealtad.



Oriana a vuelto a crear, su buena amiga Marisa la llevo a vivir con ella y la cuida, la protege. Después de muchos años siente que puede dedicarse de nuevo a esculpir, hunde los dedos en la arcilla y crea rostros perfectos para deleite de su nueva compañera de vida.
Oriana recrea rostros y Marisa se dedica a todo lo demás.
Es como si otra vez estuviera bajo la protección de su adorado hombre.



Marisa ha estado cazando muy poco. Dos linces hermosos en los últimos meses. El armado del cráneo, el curado de la piel y el modelado de los músculos faciales con arcilla los hace tratando de introducir a Oriana en su mundo. Con el desuello la pobre mujer sufrió un desmayo y desde esa vez a optado por no darle detalles de este proceso.
Necesita la habilidad de la escultura para los músculos faciales de su doncella muerta. Esculpir un felino no se parece en nada al rostro humano, son bellezas distintas.
Cuando su protegida trabaja le gusta sentarse cerca y oler su pelo, acariciar el contorno de sus hombros, pasar los dedos por el largo de su columna, desde la nuca hasta debajo de la cintura. Cuando lo hace, puede sentir la respiración excitada de su escultora.
¡Marisa, la esta conquistando!



Oriana se siente atraída por Marisa, es un atracción extraña. No desea tocarla solo anhela que esa fuerza casi masculina que exuda su taxidermista se apodere de su cuerpo y le transmita la seguridad que antes tenia.
Desde que está con Marisa a dejado de sentirse vacía.
Cuando la ve acercarse tan alta, tan segura y decidida se pregunta si se dejaría besar por ella, si sus manos en su sexo le provocarían placer y si en el supuesto caso que no... ¿podría pedirle que se retire? ¿Cómo reaccionaría su taxidermista apasionada? ¿Está sumergiendose en una relación lésbica porque quiere o lo está haciendo solo por temor a perder la seguridad que esa mujer casi hombruna le da? Y siempre, al final, llega la pregunta evadida durante todo el día ¿la desea, la quiere o le teme? ¿Qué tienen sus ojos que le producen cosquilleos en el estómago? A veces fantasea en que su taxidermista, experta en craneos de linces, se está convirtiendo en uno.
La ve acercarse tan alta, tan segura y decidida que sólo atina a rendirse a sus encantos...
¡Marisa, la esta conquistando!


...continuará

EL ENCUENTRO

¿Existen las casualidades? ¿Pueden 2 mentes enfermas encontrarse en la misma fila de un negocio de artística y llegar a entablar una charla sin saber que están encendiendo una chispa que podría calcinar la vida de muchos?
No. Las casualidades no existen.
Marisa es taxidermista experta y cazadora desde niña. Ha jugado tanto con la muerte que terminó convirtiéndola en su oficio, es como su más vieja amiga o su mejor amante.
Se especializa en la taxidermia de cabezas de mamíferos. Hasta hace unos años sus predilectos eran linces y panteras aunque últimamente quería dar un salto.
Su última amante y amor murió "inexplicablemente" durante una discusión mientras intentaba romper la relación con la taxidermista.
Su cuerpo ahora está congelado y perfectamente conservado hasta encontrar a la persona indicada que pueda ayudarle a lograr la meta impuesta: preservar la belleza de aquella mujer intacta en el tiempo.
Anhela ese rostro perfecto en el lugar elegido... la mesita de luz de su habitación.
Quiere dormir mirándola y despertar para encontrarla.

La mujer con la que había iniciado una charla casual después de haber estudiado su vida y trabajo por meses era Oriana, una escultora. Relativamente conocida por su obra pero aún más por su historia.
Oriana estaba en las calles otra vez tras haber permanecido internada en un neurosiquiatrico por largo tiempo.
Se había casado muy joven con el amor de su vida. Protector, carismático, amable, tierno. Vivía un paraíso en la tierra hasta que su hombre murió en cuestión de meses con un cancer de huesos. El seguimiento de su corta enfermedad y la evolución de su sufrimiento hasta su fatídico desenlace desencadenó un trastorno sicológico en la pobre Oriana que nunca había tenido una salud mental muy firme.
Después de la muerte de su marido, pasó un año y medio de abstinencia sexual y luego 2 años buscando en cada tipo que llevaba a su cama la forma que ella conocía de memoria, la que tenía registro en cada una de sus yemas. La única silueta que su mente conocía.
La delicada Oriana buscaba en cada hombre al que había perdido, sin encontrarlo nunca.
La decisión que tomaría la llevó a las puertas de la locura.
Una noche excavó en la tierra en la que tantas veces se había recostado para llorarlo y se robó lo que quedaba de él. Durmió con el resto podrido de un casi esqueleto 2 meses, hasta que la descubrieron y la confinaron en un centro psiquiátrico.

Marisa había planeado ese encuentro casual y Oriana había caído ante sus encantos.

Han pasado 3 meses y ahora son amigas.

Los ángeles en el cielo tiemblan, Marisa y Oriana son amigas.

Los demonios en el infierno se regocijan, Marisa y Oriana...

¡son amigas!
...continuará

sábado, 23 de enero de 2010

MARISA ESTA POR APARECER

HOY ELLA SE SIENTE FUERTE,
TIENE AL MUNDO ENTRE SUS MANOS.
HOY EL ESPÍRITU DE LUCHA LE ILUMINA EL ROSTRO
Y TIENE ALAS QUE VUELAN ALTO.
SE LAVA LA CARA Y ENFRENTA EL DÍA...
ENFRENTA LA VIDA, UFANA.
ELLA ES BELLA Y LO SABE.
NUNCA SE HA SENTIDO NIÑA
CREE QUE ES MUJER GRANDE
DESDE EL VIENTRE DE SU MADRE.

CANTA, RIE, LLORA, ESCUPE,
MUERDE, ADMIRA, ODIA, BESA.

Y LO HACE A SU MANERA.
CREE QUE LOS ADORNOS SON FILOSOFÍAS BARATAS
Y SE MUESTRA CON SU PODER A CARA LAVADA.
ODIA LAS PINTURITAS QUE LA HACEN VER UNA NIÑA.
ELLA ES UNA MUJER Y TUMBA
AL DESTINO CON UNAS CUANTAS PATADAS.
SE SIENTA SOBRE SU ABDOMEN Y CLAVA SU ESTACA
DE HEMBRA PODEROSA SOBRE LAS MONTAÑAS.
EL BARNIZ DE UÑAS ES PARA CUANDO QUIERE SER COQUETA
EN LA LUCHA ENCARNIZADA BASTA CON TENER
LOS OVARIOS BIEN PUESTOS Y LA PROGESTERONA ELEVADA.
ELLA ES MUJER GUERRERA A CARA LAVADA
LE PONE EL PECHO A LAS BALAS
Y CARGA EN SU ANGOSTA ESPALDA
LA AGONÍA DEL MUNDO... SIN DOBLEGARLA.
.
.
...
.
.
Te estoy presentando mujer, la próxima historia será la tuya,
jugaremos el juego de la vida en los márgenes de un papel.
Te estoy dando color y ya la sangre corre por tus venas.
.
.
...
.
.
(Está aqui Marisa, pronto sus travesuras,
volverán a unirnos en una historia)
.

viernes, 22 de enero de 2010

ESCRITOR

Fabián tenia una uña larga en el dedo índice de su mano derecha.
Cada quince o veinte días (variaba según episodios personales o influencias externas) sentía dolores de cabeza que se alternaban con sensaciones de presión en la frente. A veces aguantaba cinco días antes de realizar su ritual de curación.
Se sentaba a la mesa, ponía una cartulina blanca y se acomodaba en la silla, con un toallón manchado, atado al cuello, cubriéndose pecho y espalda. Buscaba con la yema de los dedos un lugar específico en la zona del parietal derecho.
Cuando la encontraba clavaba la uña, hundiéndola lo más posible. La piel pronto cedía, el cráneo tenia en ese lugar un agujero cuyo diámetro no superaba el medio centímetro, era cuestión de rasgar y cortar, luego introducía un tubito de una lapicera y ladeaba la cabeza para que saliera lo que provocaba la presión.
Primero eran grandes letras imprentas, mayúsculas, times new roman negrita que se intercalaban con palabras en arial narrow cursiva que caían formando charcos y coágulos espesos.
El tratamiento para su presión comenzaba a funcionar a los diez minutos, sentía alivio, y el dolor comenzaba a desaparecer. Experimentaba cierto mareo y una sensación de embriaguez que rozaba lo orgásmico.
Con una toalla se limpiaba el costado de la cabeza y juntaba los pliegues de piel tapando el orificio.
Pronto cicatrizaría, era cuestión de horas.
Tomaba la cartulina manchada y comenzaba a moverla de un lado al otro como quien lee la borra de café en una taza. Las frases se formaban solas y la historia surgía delante de sus propios ojos. Luego hacía secar la cartulina y la enmarcaba usando madera apenas pulida, protegida con un barniz mate. Las colgaba en una habitación amplia, preparada solo para sus obras, la pared estaba pintada en rojo bermellón, quedaban pocos espacios vacíos. En el centro había un sillón grande al estilo Luis XV en el que luego se sentaba para conmoverse con sus historias.
Nunca quiso ser escritor, nunca lo planeó, pensó ni tramó. Pero estaba signado en su camino.
A los 15 años una bruja, medio chamán y medio espiritista tocada con la varita de la locura, después de haberlo observado un rato largo, lo sentenció.
-¡Las mejores historias saldrán de tu mente! Puedo percibirlo, hueles a letras.
Y cuando el muchacho estalló en carcajadas la vieja le clavó la uña en el lado derecho haciendo crujir el cráneo y provocando la abertura en el hueso.
El dolor punzante duró unos segundos y ella siguió:
-Tu vida dependerá de ello, todo lo que tu espíritu creativo dicte se irá moldeando en tu cerebro y si no lo sacas, morirás. ¡Tu destino está marcado, niño! ¡Acabas de nacer, escritor!
Bienvenido al mundo de las letras, doloroso y placentero, solitario y abrumador.

¡COMO EN LAS PELICULAS!

-No quiero ser una carga.

La morocha que mezclaba el guiso se dio media vuelta y miró a la vieja que estaba sentada a la mesa, esperando la cena.
¡Siempre decían eso, era como en las películas!
Sacó la cajita de arriba de la alacena y de la bolsita, con la puntita de los dedos, extrajo una granitos que metió en la olla con cuidado limpiándose luego las manos en el pantalón. Dudó un poco y tiró unos cuantos más, idéntico ritual de limpieza pero esta vez en la remera, a la altura de la panza que le sobraba por arriba de la cintura del pantalón.
La vieja seguía farfullando, lamentándose, y parecía que por ratos lloraba.
Sirvió con esmero y decoro el guiso en el plato azul transparente y con solemnidad se lo llevó a la mesa. Se sentó a verla comer, no sin antes acariciarle la cabellera blanca y acomodarle un poco el pelo.
Quince minutos estuvo comiendo la vieja sin que sucediera nada, en las películas después del segundo bocado caían muertos con la cara en el plato... ¿O es que había visto las películas equivocadas? Terminó todo y con un pan comenzó a refregar el plato, relamiéndose cuando metía el pan en la boca y masticando ruidosamente.
Finalizó y la quedó mirando.
La morocha a esta altura ya no entendía nada. Volteó a mirar la cajita que todavía seguía en el mesón, al lado de la olla y se le cruzó la idea de que tal vez al haberlo hecho hervir el veneno habría perdido efecto, cuando escuchó que la vieja hacía arcadas, vomitando toda la comida sobre el plato, la mesa, la ropa, el piso... era algo asqueroso.


¡¡¡Eso no pasaba en las películas!!!

¡Al menos no en las que ella había visto!

La vieja ahora se agarraba de la panza y aullaba con la boca abierta, toda sucia y babeándose.
-Callate vieja- le gritaba la morocha y la otra se desesperaba retorciéndose en la silla de ruedas.
La mujer se levantó aterrada sin entender todavía la escena tan asquerosa y dramática, en las películas sucedía en silencio y con una suavidad... hasta elegante.
La vieja se le venía encima con silla y todo, agarró la olla con la comida se la tiro encima y comenzó a golpearla hasta que quedó tirada en un charco de sangre, vómito, comida y encima orinada.

Se escuchaban los gritos de los vecinos afuera. ¿Se habría equivocado con el veneno de ratas?
En una de esas tendría que haberse fijado bien en la cantidad que los actores le ponían a la comida, o definitivamente...
¡Se había equivocado de películas!

jueves, 21 de enero de 2010

Cuando no... ¡siempre yo!


Siempre yo con mi predisposición hacia lo oscuro, lo morboso. Siempre yo buscando respuestas o preguntas o acertijos. Siempre yo con el cuaderno y el lápiz bajo el brazo pronta a convertir nimiedades en relatos de ultratumba.
¿Cuando dejaré de ser yo y me convertiré en alguien más... normal? ¿Llegará el día en el que suplante mi cuaderno por una bolsa de compras? ¿Mi lápiz negro por un rubor para el rostro o un rimel de pestañas?
Todas estos pensamientos surgían mientras hacía el último trecho a pie al cementerio.
Dos semanas sin una idea. ¡Dos semanas sin ninguna idea! La solución estaba en salir a buscarlas.
Me aseguré de dejar la entrada principal atrás, quería ingresar por el costado, donde me habían comentado que existía un boquete en la pared perimetral.
El cementerio tenía sus buenos siglos. Las tumbas tenían el oscuro diseño de la tristeza. Caminé segura, sabía el lugar exacto, unos cuantos metros más y tenía que llegar a la parte más antigua de la necrópolis donde las tumbas estaban corroídas por el abandono y los años.
Existían cajones rotos y si tenías suerte podías encontrar restos de algún hueso. Pero no era eso realmente lo que buscaba.
Quería experimentar con lo sobrenatural.
Quería ver alguna luz, una sombra pasar, un movimiento extraño o escuchar algún ruido inexplicable, un lamento, un susurro... algo que me espante y despierte la imaginación dormida.
Aguardé con el cuaderno cerrado en mis piernas, sentada sobre los restos de una tumba destruida, aproximadamente 1 hora.
Ya había oscurecido y tenía susto por la noche pero aún ningún indicio de algo fuera de lo normal.
Pasaron 2 horas, 2 horas y media, 3 horas.
Miré el reloj, las 12 de la noche. Lo peor que me podía suceder es que me robaran el auto, era mejor volver. Salir de la necrópolis no fue tan sencillo. Entrar con la luz de la tarde lo había facilitado todo. Encontrar la salida con la luz de una tenue luna no lo era tanto y mi linterna no era de las mejores.
Caminé tratando de guiarme por las tumbas que había inspeccionado mientras buscaba el lugar acorde. Llegar el boquete por el que había ingresado me llevó casi 40 minutos. Salí con un poco de dificultad, me caí atorándome el pie con unas ramas, me raspé los codos con los muros... al menos podría escribir sobre eso pensé cuando escuche la voz.
No era un lamento, no era un quejido o una voz agónico. Había sonado fuerte y segura.
-Diana- gritó y volví el rostro por el hueco en la pared.
No era un fantasma. Era gente. Habían muchas personas paradas mirándome.
Me habían seguido todo el trayecto, con paso seguro y silencioso, sin arrastrar pies o quebrarse en dos.
Los hombres estaban vestidos de rigurosos trajes y corbata. Las mujeres con hermosos vestidos. Los niños con algún juguete entre las manos.
-¿Sobre que quieres escribir?- me preguntó uno de ellos.
Y no respondí, seguía agachada mirando por el hueco y no es que era por mi valentía sino porque las piernas no me respondían y tenía el corazón tan acelerado que si hubiese abierto la boca para gritar lo habría escupido.
-Somos cuerpos que se pudren, abrimos los ojos cuando todos se van y existimos en este estado intermedio hasta que nuestros dolientes dejan de llorarnos, cada vez que vienen a visitarnos y nos lloran, cargan sin saber la energía que mantiene los cuerpos moviéndose, descomponiéndose delante de nuestros propios ojos. Somos lo que causa terror en las películas y la trama principal de la que se ufanan los escritores de terror.
Pasamos la vida temiendo lo que vive en la oscuridad de los cementerios y nos morimos luego para comprobar que todo aquello... en realidad existe.
Los que perdieron la vida y sus cuerpos no fueron encontrados nunca, también caminan y están fuera del cementerio, tratando todas las noches de acercarse a alguna ruta para ser encontrados por algún ocasional transeúnte.
Él por ejemplo- y señalo a mis espaldas.
Lo que había atrás era el vivo ejemplo de un zombi. La camisa hecha jirones, la cabeza abierta con un corte que llegaba hasta la cuenca derecha donde antes había un ojo.
Eso fue lo último que vi, la cuenca vacía, el agujero por donde seguro que si mirabas de cerca no solo verías lo que quedaba del cerebro sino también olerías la grosería que la muerte les hacía.



Aún escribo. Aun me muevo con el cuaderno y mi lápiz bajo el brazo.
Pero no camino sólo de noche, no. Me gusta causar impacto. Me gusta sentir el horror de los que entran al cementerio y me encuentran de repente saliendo de alguna cripta. Con el rostro descompuesto, los ojos secos y blancos, las encías sin dientes, los gusanos colapsando los oídos.
La mancha de sangre seca en la camisa y el hueco en el lado izquierdo del pecho.
Las mejores historias surgen ahora.
Los papeles se amontonan en la zanja donde me tiraron los tiranos nocturnos que no pudieron con la envidia de verme sana, viva, con el corazón bombeando sangre y radiantes colores rosas al rostro.
Cuando encuentro algún visitante perdido en la necrópolis y me apropio de sus latidos no lo hago por envidia si no para crear historias nuevas.
Mis motivos se justifican.
El oficio de escritor merece que de vez en cuando algunos latidos se sacrifiquen en su honor.
Es lo que hago. Ahora los papeles se amontonan y se pudren también. Es una lástima que esta historia se tenga que perder. No puedo darla a conocer porque todo lo que hacemos los "sin vida" debe quedar entre nosotros, si algo sale, si alguien leyese esto, seguramente sería buscado por la mano invisible de la muerte y traído aquí, junto a los que nos movemos en la oscuridad de la pesadilla.

Y yo no quiero eso... ¿o si?

miércoles, 20 de enero de 2010

SE QUE TE HARE MIO


Cuando el camino se acabe me sentaré a esperarte; cuando la lluvia me moje, elevaré el rostro para que se mezcle con el llanto.
El contacto de la piel afiebrada con la fresca soledad del viento calmará mis ansias de ti, de volverme y devorarte, de regresar y maldecir tu desamor, bendecir tu presencia, regodearme en tu sangre, clamar por tus latidos.
Me sentaré a esperarte, me mimetizaré con el aire, transparentándose la carne, mi espíritu vagará como alma en pena, ahuyentando con lamentos cualquier presencia que no sea la tuya… porque me pediste tiempo y te daré mis días.
Si me hubieses pedido aire te habría dado mi respiración, si me habrías pedido olvido te habría agasajado con mi tumba.
Y mientras decidas devolverme la alegría, enloquecida gritaré los minutos, clavando las uñas en los segundos, rompiendo el tiempo y rearmándolo. Luego de la catarsis la calma doblegará mis ansias, con la agitación cobrando impulsos en las venas me sentaré a esperarte al final del camino.

Un día sé que volverás a buscar lo que me robé.
Tienes que regresar y rogar que te lo devuelva.

Con las manos pegajosas aprisiono contra mi pecho el músculo inerte, todavía tibio, extraído de las profundidades de tu pecho.

Volverás a buscarlo y ahí… te haré mío.

martes, 19 de enero de 2010

EL CAFECITO


Mishkila tenía la costumbre de asistir a cuanto velorio pudiese. Le gustaba sentarse entre los dolientes y poner cara de sufriente mientras bebía los cafecitos que invitaban.
Mishkila era un hombre bajo, rechonchito, de unos 77 años (aunque podrían ser unos tantos menos también).
Cada mañana salía de su casita y recorría unas 10 cuadras hasta la primera sala de servicios fúnebres, primero pasaba por la vereda del frente, husmeando con disimulo. Si veía gente daba la vuelta toda la cuadra y aparecía de nuevo por la misma esquina, pero esta vez por la vereda correcta y con paso seguro. Llegaba a la puerta, miraba a los que estaban afuera que por lo general eran los que habían salido un rato a fumar, y entraba con paso presuroso, se persignaba al llegar al féretro, le tocaba la frente al muerto y le rezaba una plegaria para que no se le vaya a ofender, porque él no lo hacía de mal educado, lo hacía por el cafecito.
Los empleados de las funerarias ya lo conocían a Mishkila, le sonreían por lo bajo y le servían la tacita humeante.
La tomaba gustoso, saboreando la infusión, conversaba unos veinte minutos con los dolidos parientes y luego se marchaba, no sin antes acercarse de nuevo al cajón, persignarse, tocarlo de nuevo al difuntito y volver a pedirle disculpas.
Ese martes, Mishkila partió como siempre, tempranito
La primera sala de velatorios estaba cerrada, la segunda también. Con la tercera tuvo suerte, los empleados limpiaban y acondicionaban el salón haciendo entrar las coronas de flores... ya se sentía el olorcito a café.

Decidió ir a caminar un buen rato para darles tiempo a que trajeran al muertito. Una hora después Mishkila aparecía por la esquina, dolido y presuroso.
Cuando se acercaba al féretro se cruzó con un empleado que llevaba la bandeja llena de tacitas humeantes, por mirarlo no advirtió un doblez en la alfombra, tropezó con el y calló sobre la muerta, con la cara sobre su cara y una de las manos sobre el seno de la pobre mujer que en vida se había vanagloriado de haber llegado a tan avanzada edad sin que ningún hombre hubiese manchado su pulcra castidad.
Todos gritaron.
Mishkila en el intento torpe por levantarse apoyó la otra mano sobre el otro seno. Algunos seguían murmurando horrorizados, otros se tapaban la boca para no reír... ¡pero ninguno ayudaba al pobre Mishkila en el intento por incorporarse!
Al pobre viejo se le habían ido las ganas de tomar café.

Cuando logró erguirse, se acomodó el saco, se santiguo y quiso darse media vuelta para irse sin intenciones de volver, cuando sintió el tirón. Tenía una uña de la difunta agarrada a un ruedo de su camisa.
-¡Dios!- pensó para si mismo y juró por todos los santos no volver a molestar a los muertos con su fetiche por el café.
Tomó la mano huesuda para colocarla en su lugar y esta se cerró con fuerza en su antebrazo. Acto seguido la ex difunta se sentó de golpe aspirando una enorme bocanada de aire y lanzando un quejido que provoco el desvanecimiento del pobre Mishkila que cayó practicamente al lado del cajón obstaculizando el paso de la gente que salía a la calle chillando horrorizada.
Mishkila desde ese día, se levanta temprano todas las mañanas y camina hasta el centro para entrar en algún bar y tomarse una tacita de te o leche con chocolate o hasta un mate cocido tal vez ¿porqué no?
Al café no volvió a probarlo nunca más.
Cada vez que lo huele le duele el estomago.
Y ya puso en aviso a sus pocos parientes que cuando le llegue el momento a él, se sirva un te de hierbas a los dolientes y que no dejen que nadie se le acerque demasiado sin fijarse antes en las alfombras, que estén bien puestas y sin dobleses traicioneros que puedan hacer levantar a los muertos.

lunes, 18 de enero de 2010

EL CRÍO


Eran cinco perras aterradas que corrían con sus cachorros entre las fauces, cambiándolos de lugar, con las pupilas dilatadas y la agitación despierta en el hocico húmedo.
Se cruzaban gruñéndose entre ellas. Algunas arrastraban sogas del cogote, destrozadas y desanudadas a mordidas.
¿Qué presentían ellas que los otros no? ¿Acaso algo en la noche les llevaba el olor del peligro? ¿Qué era lo que atemorizaba el aire ese 19 de mayo a las 5 de la madrugada?
El frío tácito te congelaba la calma, la coraza se quebraba en mil y la intranquilidad por lo desconocido te agobiaba.
La negra madrugada encubría una forma que acechaba sigilosa, y se asociaba cómplice en la búsqueda del crío perdido, el crío que el tiempo había robado, que se corroía entre larvas y gusanos.
La mente a veces se niega a despertar, la realidad te corta las venas abriendo zanjas que te escarban hasta el hueso. A veces la mente no intenta ni siquiera despertar, vive luego en una trastienda onírica, con los ojos abiertos y la razón quebrada y anestesiada.
Dobló la esquina olfateando el aire, la mirada se dirigió a la casita acromática, gris y fría, bajo la lúgubre sábana oscura que la noche le tendía encima.
La tapia pequeña la saltó sin esfuerzo y se adosó a la pared lamiéndola hasta que, como una ventosa quedo adherida, babeándose por la comisura de los labios, absorbiendo, chupando y tragando.
Dentro del cuarto, la temperatura corporal que acunaba a la mujer y la llevaba a lo profundo del sueño, hundiéndola en el fondo del colchón como si este tuviera profundidades asombrosas, descendió. El calor abandonó primero los pies que se translucían y azulaban.
Ella, afuera, succionando, comenzaba a sudar. Un líquido viscoso y amarillento le brotaba de los poros y caía pesadamente dejando una huella aceitosa. Veinte minutos duró el ritual. El ventiluz del baño le permitió el ingreso fácil a la casa.
No dudó en la búsqueda del cuarto, estaba frío y olía a muerte.
Se acercó a la cuna y con trabajo destrabó la mano de la madre que ante la presencia palpable de lo oscuro e incomprensible se había aferrado a la baranda celeste de la cuna de su primogénito sin llegar nunca a poder incorporarse para mirarlo.
La mano la dejó allí, laxa, colgando por entre las colchas.
Destapó un poco al niño y lo miró dormido, lo examinó detenidamente, buscando señales que le indicaran que era su crío, que por fin lo había hallado.
Se sentó en el piso dibujando muequitas en el rostro enjuto, las lágrimas mojando esa piel albina y áspera.
La mano acarició burdamente el cuerpecito por arriba de la manta, provocando quejiditos en el crío adormilado. El crío “no suyo”.
Cuando se iba volvió la cabeza.
El crío no suyo, pero que podría ser suyo.
Un crío muerto-perdido… ¿se suplanta?
¿Podría llevarse ese y dejar de buscar el que había parido su cuerpo?
Tomar éste sería mirar de soslayo a la claridad de la razón y aceptar lo que no podía… que su crío ya no estaba y que la tierra lo asimilaba con cada segundo que pasaba.
Saltó de nuevo por el ventiluz y se alejó, distorsionado el rostro por el dolor.
La tragedia era demasiado pesada y cruel, no podría mirarla nunca a los ojos y aceptarla por que le aplastaría el cráneo dejándola convertida en colgajos amorfos.
El crío no suyo, ahora lloraría a su madre perdida.
Era lo justo.

domingo, 17 de enero de 2010

MUJER PERRO (Final)

Doña Clara, la del departamento 3, se asomó al balcón asustada.
Doña Irma, la del departamento 5, ya estaba fuera.
-¿Dios mio, que está pasando ahí?- preguntó, mirando en dirección al departamento 2.
Los gritos del hombre, las había hecho salir aturdidas.
-¡Oigan, Oigan!- exclamó una, mientras golpeaba la puerta.
A los cinco segundos, los sonidos cesaron.
Las mujeres se miraron entre ellas y luego cada una entró a su domicilio.
Ya casi era de noche y ninguna advirtió la fina linea de sangre que salía por debajo de la puerta.
Pero al día siguiente, el amanecer las obligó a descubrir el charquito que se había formado.
Una gritó, otra lloró, una tercera vieja golpeó la puerta y una cuarta por fin llamó a la policía.
Estaban en este proceso cuando la puerta de la terraza se abrió. Era una terraza pequeña que estaba en el recodo del edificio y donde la gente aprovechaba para tender la ropa. Las mujeres, desde donde estaban, podían ver perfectamente quien salía.
Al principio no la reconocieron.
La vieja que hacía un rato lloraba lanzo un alarido monstruoso que hizo asustar a las viejas que se encontraban a su lado.
Una mujer, de unos 25 o 30 años, con el cuerpo practicamente entero barnizado en rojo oscuro apareció con algo que en un principio parecía ropa, pero que no lo era.
Sin prestar atención, en un estado como de trance, se dedicó a colgar lo que tenía en las manos... aquello que parecía ropa, pero que no lo era.
Tomaba los broches y las dejaba bien sujetas a la cuerda.
No eran prendas. Parecían... pero no lo eran.
Extendió 4 trozos y volvió a entrar sin importarle los gritos de la gente que ya se congregaba en el balcón.


La mujer que antes fuera mujer perro pero que ahora se negaba a serlo entró al departamento y se sentó en el piso junto al cuerpo de su marido que con los años se convirtió en amo y que ahora era el tirano destituido y despellejado.
Se quedó mirándolo unos cuantos minutos, que fueron horas o siglos, ya no importaba.
La fortaleza que había experimentado empezó a diluirse y a escaparse de su cuerpo. Por los ojos, aguandole la vista. Por la entrepierna, llenándole los muslos de un líquido caliente.
El amo, tirano, dueño absoluto de las caricias en la cabeza estaba muerto y la certeza de que a pesar de todo lo había amado empezaba a abrumarla.
La soledad le hacía cosquillas en el estómago y comprendió que debería salir a buscar un nuevo amo.
¿Cuantas veces él le había hecho entender verdades a fuerza de puñetazos? y una de esas era que ella sola no servía para nada, que necesitaba de alguien que le muestre el camino, que el estigma de haber nacido mujer lo cargaría como monstruosa mochila, doblándole la columna vertebral, por el resto de los días.
A la mujer perro creada a patadas y con humillaciones varias le habían roto la caja de la razón y los resortes saltaban todos desparramados por la sala de la cordura.
La mujer que devino en los años a mujer perro... estaba ahora rabiosa.


Querían tirar la puerta a patadas.
Los vecinos, todos viejos de más de 70 años, no podrían, y la policía siempre tardaba en llegar... si es que la habían llamado... si es que la vieja aturdida por la crisis de nervios había llegado al teléfono sin desmayarse en el camino.


Lo lloró en un duelo de quince minutos mientras se bañaba y otros 5 minutos más mientras se vestía.
La mujer perro se limpió la espuma que le salía de la boca para que ningún veterinario la reconociese como rabiosa y se retiró por la puerta trasera de emergencia con total comodidad, y caminó por las calles con un bolso grande al hombro, dentro llevaba la mano del amo anterior por si necesitara de caricias en la cabeza hasta que encontrara otro.
La mujer perro había probado la carne cruda.
Y cuando un perro la prueba, dicen, que luego vuelve por más.

sábado, 16 de enero de 2010

MUJER PERRO (Segunda parte)

Cuando la corregía trataba de hacerlo con suavidad para no dañarla... demasiado.
Cuando le advertía que no quería verla conversando con alguien, lo hacía con delicadeza para no lastimarla... demasiado.
Pero por más que lo intentaba la situación siempre se le escapaba de las manos.
El hacía todo lo posible (¿lo hacía?).
Era ella la que lo exasperaba y terminaba enfureciéndolo (¿en serio?).

-No me contestes- amenazó, y el hecho de que ella tomara aire para articular una palabra implicaba una afrenta.
Y uno debía dejar bien claro quien mandaba y quien obedecía. Quien estaba a la cabeza y quien se arrastraba detrás de él.
Está bien, se había pasado un poco, ¡pero ella lo buscaba!
Ella sabía que no tenía que hacerlo enojar y le buscaba la quinta pata al gato y la pulga a la pulga también.
¡Así no se podía vivir!
¡Ella tenía toda la culpa!
El placer que sentía con cada quejido que lograba sacarle o grito ahogado, era morboso.
Pidió disculpas y creyó que prepararía café. Fue a darse una ducha pero al volver, ella estaba todavía parada junto a la canilla abierta y murmurando algo sobre un perro. Le tocó el brazo y fue como si la despertara de un sueño.
Se volvió hacia él y comenzó a gritarle como loca, con los ojos que parecían salidos de sus órbitas.
Se le abalanzó y lo único que atinó fue a darle un puñetazo para defenderse y calmarla, pero lejos de hacerlo la mujer se levantó del piso todavía gritando.
El rostro desencajado, las manos como garras, totalmente fuera de si.
Nunca lo admitiría, pero en ese momento ella lo estremecía.
Golpeaba los pies con fuerza cada vez que daba un paso, parecía uno de esos luchadores de sumo dispuestos a atacar.
¿Todo esto era una broma?
Se le tiró encima y la escuálida figura de la mujer lo volteó. ¡Pesaba el doble!
Era como si fueran dos personas.
Una: la muñeca de trapo en la que se había convertido con los años la mujer con la que se había casado, y la otra: la muñeca de trapo enloquecida.
Intentó sacársela de encima pero la lucha era desigual.
(La bravura de la muñeca alienada puede llegar a triturarte los huesos mientras sonríe y se fuma un cigarrillo)
El cobarde salió de lleno y con gritos agudos pidió auxilio y gritó desesperado.

La muñeca de trapo era un titán y lo estaba destrozando.
continuará...

viernes, 15 de enero de 2010

MUJER PERRO (Primera parte)

-¡Te juro que voy a cambiar!


¿Se cambia?
Cuando tienes la oscura peste incrustada en la mente,
que corroe el alma y endurece el puño... ¿se cambia?

Sentada con las manos en el regazo, no vencida pero si cansada, con la sangre seca decorandole el labio y las marcas oscuras barnizandole un ojo.
Pensó que tal vez si esperaba un poco, si se portaba mejor, si la paciencia le hacía autista y miraba a otro lado cuando las furias se convertían en tormentas y los rayos caían sobre ella, tal vez con el tiempo él cambiaría y ella algún día podría ser feliz y abrazarlo sin temer y besarlo sin sentir el saber metálico de la sangre entre los dientes, en los labios no, porque ya estaban amortiguados.
Tal vez. Si. ¡Seguramente si! La paciencia todo lo puede... ¿o era el amor?
Él levantó el brazo para acariciar el rostro magullado y ella en un instinto primitivo de autoconservación levantó la mano para protegerse la cara. La sonrisa de complacencia pudo más que las ganas de fingir.
¡Cuan duro y macho lo hacía sentir esa mujer subordinada a su poder!
-No te voy a hacer nada- le dijo gracioso y ella bajó el rostro en silencio, con las lágrimas empapando el rostro, con las fuerzas extintas, con un dibujo extraño en el labio.
-Ya está, no era para tanto, hace café, me voy a bañar- siguió, como si la gresca de media hora antes hubiese sido algo totalmente ajeno a aquellas cuatro paredes, como si lo hubiesen visto en la televisión, en alguna novela, con actores afganos y en una lengua totalmente desconocida y perdida en el tiempo.
Antes de alejarse le toco la cabeza y ese toque hizo un crack en ella.
¡Le habían hecho la misma caricia que se le hace a un perro!
Ella, era un perro.
Un animal depediente de su amo para recibir el amor y una zurra también.
Caminó hacia la cocina y mientras llenaba de agua la pava sintió como el pecho se le inflaba de extraños sentimientos. Se hizo a un lado y vomitó. Se quedó mirando el charco, atónita. Acababa de vomitar algo extraño. Se arrodilló acercando la cara lo más que pudo casi tocando con la punta de la nariz el mejunje. Entre los líquidos había una mujercita pequeñita, de no más de 5 centímetros, tirada en posición fetal, con las costillas rotas y los dientes partidos, con las piernas fracturadas y los órganos sangrando. Los detalles no los podía ver pero inexplicablemente ella sabía que esa mujercita los tenía... y estaba muerta.
Se levantó sonriente.
Era ella.
La última tunda la había matado y su cuerpo había expulsado el objeto extraño.
Si ella ya no estaba en su interior... ¿que mujer era ahora? ¿Quién era en ese momento?
Se miró. Si, era distinta. El perro ya no era perro y no merecía el toque en la cabeza. La mujer perro acababa de ser expulsada y estaba muerta, tirada en el charco de vómito y ya olía mal.
Un empujón la despertó.
-Poné el agua para el café che.
Estaba con la canilla abierta y el agua corriendo, la pava a unos centímetros.
A veces le pasaba, continuaba con una extraña línea de vida para despertar y darse cuenta de que todo lo estaba soñando con los ojos abiertos.
Miró el piso y no había vómito, pero el estomago estaba más ligero.
Ya no quería ser la mujer perro.
El pensamiento la dejó confundida porque había una certeza en su mente.
YA NO QUERÍA SER LA MUJER PERRO.
-¡¡¡ya nooooo!!!- gritó asqueada y decidida.
-¡¡¡YA NOOO!!!- lo repitió y cuando él apareció en su habitáculo el horror se apoderó de sus manos.
El grito emergió del estómago, le trituró la faringe y lastimó la laringe.
Parecía que los dientes le iban a salir despedidos por la ferocidad del grito.
-PERRO NOOOOO- le gritaba en la cara.
El hombre retrocedió pero sólo para levantar el puño y estrellarlo en la mandíbula de la mujer que trastabillo y calló en una esquina.
¡Si, la había vomitado, ella ya no era ella!
El perro ya no estaba, se levantó y creyó que media más, unos cuantos metros más.
-PERRO YA NOOOO- gritó y se abalanzo contra el amo, rebelándose a su existir.
Ardiendo en una locura que se había estado gestando en su interior trompada tras trompada, patada tras patada. La cordura se le había hecho trizas, estaba muerta, desangrada, con golpes internos y toda meada por el susto.
Mientras se levantaba pudo verse en el reflejo de un vidrio de la ventana.
Ahora era bella, media unos cuantos kilómetros más y los ojos tenían un rojo bermellón que eclipsaba los fuegos y amainaba las almas más puercas.
-¡Perro, no!- sentenció y dio un paso adelante haciendo crujir los mosaicos y produciendo hendiduras por el peso colosal de su anatomía gigantezca.
-¡PERRO YA NO!

jueves, 14 de enero de 2010

¿La conoces?


¿Conoces la historia de la mujer que llora en noches sin luna?
¿Qué se pasea por las calles, arrastrando los pies descalzos?
Ella tiene las manos con huesos deformes, las uñas amarillentas y agrietadas.
Las ojeras verdes contrastando con la palidez mortecina de un rostro ajado por las desventuras.
El gemido se asemeja al lamento de los gatos en celo y escudriña las noches ganándole a los pasos presurosos de los que huyen cuando la escuchan llorar.
Gana porque no se puede eludirla.
Ella existe para recordarte que el terror despierta cuando el sol se oculta, que lo inexistente se levanta y sale a arrastrar cadenas.
Ella te busca porque tu vida merece ocasos y oscuros túneles llagados y pestilentes.
Tu ciego y solemne estuche de vida decorado en dorado gastado ha sido sorprendido por la danza adormilante de la rutina.
Quiere que la sangre corra desbocada dilatando las venas y machacando el corazón infernalmente aterrorizado cada vez que la oyes.
Cuando el camino se hace taciturno y la lucha es insalubre y aburrida yo sé que buscas excusas para salir a la calle acompañado de soledades a buscar cambios o bruscos saltos que te despierten.
Cuando la adrenalina te revitaliza es cuando crees verla doblando la esquina, maullando como gato, arrastrando pies y lamentos, levantando las manos deformadas, señalándote.
Porque esa noche... vino por ti.
Te apuras y aún así los lamentos se acercan. Ya no intentas volver el rostro porque el aliento a podrido te calienta la nuca y por ratos las uñas te rozan los codos y la piel se te eriza porque te va a agarrar.
Corres, abres la puerta y la cierras dando un portazo, echándole llave con dificultad, te alejas y ella la golpea, la patea y llora un rato parada bajo la tenue luz que da el foquito de 75 wats que tienes en la entrada.
Ella existe para recordarte que la sangre puede enloquecer y el corazón asomarse por encima del piso quince. Quiere que te olvides de la rutina en las noches sin luna y que recuerdes que una vez escapaste... dos no lo harás.

(¿La escuchas? Ahí llega. ¡Sal a caminar!)

martes, 12 de enero de 2010

Los tentáculos del silencio se divierten
con los colosales rumores de locura
que se instauraron en la amplitud de mi soledad.
Me divierte escucharte hablar
aun en la más profunda de tus ausencias.
Entelequias.
Me tocas sin estar.
Ojala y pudiese...
Ojala y pudiese...
me tortura la realidad de tu rigor.
No estas, ya no.
Imaginé que podría
traerte y seguir la vida.
Los gusanos maceraron
la carne que me dolía amar.
Aboné mis macetas
con tus tertulias
y en cada una de ellas
una flor floreció...
hoy me miras entre pétalos
y brotes...
exégesis de mi necesidad de vos.
...
De vez en cuando,
te deshojo, para verte
otra vez morir y vivir.

miércoles, 6 de enero de 2010

EL MACHETE

Terminó de anudar el bulto de leña que había preparado, cargó el machete, y reanudó el camino.
El sol se teñía de rojo y comenzaba a descender, pero no tenía prisa.
Conocía esa zona del monte como al patio de su rancho, como al cogote roto de las gallinas, como a las tripas de las ratas reventadas cada vez que las acorralaba y las desarmaba con el cuchillo.
Se pasó la mano ancha por la cara, secándose la transpiración que le corría por los ojos y disfrutando al tocarse la cabeza casi rapada, fresca.
Amaba tener la frente despejada.
Caminó despacio.
Con una sonrisa amplia.
El rumor llegó a los pocos metros.
Se detuvo cauta, había chanchos hijos de puta que a veces te atacaban de improvisto. Esperó en silencio el siguiente ruido que no se hizo de rogar.
No era un animal.
Eran hombres.
Uno se reía y el otro emitía sonidos extraños... agitados.
Haciendo a un lado las ramas se dirigió a un claro del monte y los espió, acostada en la tierra, por encima de los espinales.
Uno grandote y corpulento esperaba dando vueltas en torno a la presa.
El otro, petiso y gordo, la tenía aprisionada bajo el cuerpo. Se movía sin perder el ritmo, tapándole la boca con una mano y manoseando la frágil anatomía de la niña con la otra.
La chica no luchaba, tendría unos catorce o quince años y lloraba, tratando de gritar, ahogándose en el intento.
Cándida se levantó para volver a su rutina cuando le vio los ojos aterrados, rojos. Las pupilas dilatadas, dibujando una extraña mirada. Mezcla de asco y de horror, teñida de resignación y muerte.
Conocía esa mirada, seguramente era la misma que ella tenía aquella vez que... esa vez cuando... no, no valía la pena recordar. No era momento para atormentarse con lejanías.
¿La niña la miraba? Tenía el rostro en su dirección y una clara luz de esperanza le había roto la dolorosa fisonomía. Pero no podía estar viendola, estaba en la penumbra de los matorrales, era casi imposible.
La chiquilla levantó la mano y la extendió en señal de súplica, pidiéndole auxilio, clamandole por piedad... ¡si la había visto!
El gordo se levantó y cuando le destapó la boca empezó a chillar como las ratas que ella destripaba a cuchillazos.
El grandote, presuroso, ocupó el lugar que el otro dejaba.
Cándida no lo pensó, actuó por instinto, se levanto de su escondite con el machete en la mano como si este fuera una extensión de su brazo y corrió en silencio.
Los tomo de sorpresa.
Era, en medio de la noche, una aparición con un filo brillante en alto como estandarte de justicia.
El grandote nunca supo que pasó, en cuanto penetró a la niña, el arma le abrió la base del cuello dejándolo practicamente decapitado. El chorro de sangre saltó mojandole el rostro, pintandole la sonrisa placentera de un rojo negruzco.
El petiso pegó un alarido y corrió con los pantalones bajos, metiéndose en medio del monte sin haber siquiera intentado alguna lucha.
Se escapaba horrorizado, como una damisela estúpida, de esas que a veces ella se cruzaba en el camino, todas maquilladitas, bonitas y listas para ser abordadas.
-Putas- pensaba cada vez que las veía.
-Pareces PUTA- le gritaba al petiso que se había levantado el pantalón para correr mejor.
Igual no se le iba a escapar.
A ella nadie se le escapaba.
Ni las gallinas cuando les cortaba el cogote, ni las ratas cuando las destripaba.
-Pareces PUTA- le repetía, escupiendo cada vez que la "p" le trababa el labio.
-¡Puta!- gritó como aullido de guerra cuando levantó el machete y éste silvó en el aire antes de caer clavado en la espalda del hombre que cayó de panza, ahuyentando a los animales salvajes con los alaridos que daba.
Cándida llegó agitada y levantó el machete. Lo dio vuelta a las patadas y cuando lo tuvo de frente y pudo verle la cara mugrosa y horrorizada descargó el arma una y otra vez en el sexo sucio del tipo.
En el sexo maldito. Dejándolo reducido a un montón de carne picada.
Se volvió al claro caminando despacio. Silbando chiquito.
A la niña la encontró sentada llorando, tomándose de las rodillas, cerrando las piernas con fuerza.
La luna había subido e iluminaba a la torturada noche.
Se puso frente a ella y la miró un rato.
El pelito teñido de rubio, la carita sucia de pintura. La pollerita corta y los zapatitos de tacos altos tirados cerca de ella.
Cándida se acomodó el pantalón y se ajustó la cintura con la cuerda.
Nuevamente se pasó la mano por la cabeza rapada y escupió a un lado.
Le ayudó a levantarse y cuando la niña se agacho en busca de los zapatitos, Cándida levantó el machete y lo hizo silbar de nuevo en el aire.


...


A los quince minutos retornaba por el camino con su bulto de leña.
Ella en alguna otra vida también había sido una niña bonita y estúpida, de esas que eran fáciles de abordar.
Las envidiaba, ¡siempre tan lindas!
Las odiaba, ¡siempre oliendo a rico!, y cuando podía... también las mataba.

martes, 5 de enero de 2010

RABIOSA


-Oculta tu esperanza en mi pecho, guarda tu rencor en mis brazos, subyuga tu tiranía a mis pies. Controlaré tu aura y con mis tacones trizaré tu futuro. Soy tu amante y tu escarcha. Obedece mis histerias o el placer de la carne te será negado
El hombre se arrodilló, vencido, doblegado, esclavo, resignado.
Las manos en el piso, la cabeza gacha. La lanza ritualista del odio y el desprecio le atravesaba el tórax.
-Soy heraldo del infierno, en mis manos tengo el poder de socavar tu alma y roer tu demencial sinfonía de vida- gritó ufana.
En un intento ancestral de liderazgo, él, se alzó gigante con la voz ronca y el cuerpo ancho. Se levantó de su situación de esclavo, mendigo de vida, y quiso clamar por su libertad y su derecho a dirigir.
La mujer, fiera luchadora enguantada en negro, clavó el tridente de su soberanía en el costado derecho regando la sangre de su súbdito en la alfombra roja.
Con un reflejo de misericordia se arrodilló a su lado y tomándole la mano esperó a que el pulso dejara de sonar.
Uno menos.
Con el líquido tibio que surgía de las entrañas de su víctima se lavó las manos y el sexo llegando al orgasmo con sólo mirar la herida abierta.
Escuchó las cadenas arrastrarse en el cuarto contiguo. Su siguiente presa esperaba ansiosa.
La vida no le sería rota si la anarquía seguía siendo aceptada.
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