Monstruos que retozan en este sitio:

lunes, 27 de septiembre de 2010

CANDIDA Y ERNESTINA


La casita humilde de paredes sin revoque y persianas desvencijadas estaba habitada por Doña Cándida y su hija Ernestina. Las dos tan viejas que parecían hermanas.
Mateaban al atardecer, sentadas en el patio polvoriento, con el brasero prendido calentando la tortilla.
Juanjo las había observado durante semana y media, una de las piezas tenía una tela raída como cortina y carecía de otra protección. Desde fuera se podía ver la cama de una plaza, un ropero que se caía a pedazos, un escritorio y sobre el una computadora, sucia por el desuso. Imaginaba que podría sacar unos cuantos pesos al venderla, si no era para el porro al menos le alcanzaría para unas cuantas cervezas.
Aprovechó que conversaban tranquilas y se metió por la puerta principal, el ocaso le dejaba poca luz y la casita estaba recostada en la oscuridad de un sueño de prematura nocturnidad.
Tropezó con unas especies de alfombras en el comedor y se paró en seco para escuchar. Las mujeres ya no hablaban. Trastabillando llegó hasta la pieza en cuestión y se escondió debajo del escritorio.
Las viejas entraban a la casa con la mesita, la pava, el brasero. Acomodaban la tortilla en la bolsa y se reían mientras seguían hablando. Una de ellas salió de nuevo hacia el fondo y se valió de esto para levantarse e inspeccionar el computador, cuando levantó el gabinete grande fue su sorpresa al sentir la falta de peso, aturdido lo puso en su lugar y levantó el monitor, lo colocó de nuevo y retrocedió confuso. Las partes estaban tan ligeras que todo hacía suponer... que no tenían nada adentro. Cuando intentó volver sobre sus pasos una madera tapó la ventana con rapidez. Juanjo no pudo evitar un estremecimiento. Se escucharon unos pasos rodear la casa a toda prisa y entrar cerrando con llave la puerta. Había alguien más. Ninguna de las dos ancianas tenía la fuerza suficiente como para correr.
Se las escuchaba reír en la oscuridad del comedor.
Se las escuchaba afilar los cuchillos en la soledad de la trampa en la que había caído.
Una asomó la cabeza alumbrada por una vela y le sonrió, mostrándole las encías lisas y rojizas.
Juanjo retrocedió espantado pero solo para tomar fuerza y tirarse encima de la mujer que cayó bajo su cuerpo riéndose.
El golpe lo sumió en un sueño profundo, en una muerte dulce después.

El comedor luce una nueva alfombra. La cabeza disecada, con una ramo de flores en cada cuenca ocular vacía, es una ofrenda para la diosa de la inmortalidad.
Cándida teje una batita porque su hija esta preñada. ¡El primer nieto después de tantos años!
Era necesaria una nueva ofrenda por el favor recibido, ella tiene 125 años, lee todas las mañanas su periódico sin necesidad de los lentes y el útero de su hija puede albergar un crío a los 110.
La matriarca oscura será agradecida con ofrendas semanales.

Ernestina lustra la computadora y abre las cortinas para que se la vea bien.

viernes, 24 de septiembre de 2010

EL AQUELARRE

El aquelarre tenía lugar en un punto cercano a Saturno, un poco más arriba de Mimas, hacia la derecha de Encélado.
El espacio físico que las separaba, no hacía mella a la hora de presagiar, armar conjuros y socavar sinsabores rearmandolos en orden discreto y con templanza.
Las 3 vivían el tiempo sin horas, huían del viento y se apropiaban de los tornados.
Le clamaban a la luna su divina luz, y rezaban bajo el fuego del ardiente sol torciendo las espaldas como extrañas figuras desarticuladas.
Danzaban desnudas en los límites del universo y se sabían lejos y abstractas a todo lo demás.

La noche llegó para una de ellas y las otras dos lo sintieron en sus sueños.
.
Se despertaban cansadas y melancólicas presintiendo algo que no sabían definir.
La bruja herida, lloraba quedo, se quedaba horas enteras en posición fetal entre las sábanas y curaba sus heridas con valentía y aplomo.
Obstinada y reticente se negaba a extender las manos y fingía con sonrisas efímeras y superfluas.
Las otras dos brujas lo sabían.
Sin hablarlo, sin mirarla, sin conocerla; y por eso sellaron burbujas de fuerza en el cosmo y con soplos directos lo enviaron hasta Saturno, mas arriba de Mimas y a la derecha de Encélado, para que la bruja herida los recibiera sin pedirlo.
Ahora faltaba esperar y danzar brutalmente bajo la luna, armar y rearmar el esqueleto bajo el sol... las fuerzas llegarían y la bruja fuerte, orgullosa y guerrera, regresaría con las venas llenas de sangre ardiente de seguir compartiendo los aquelarres y las nutrientes reuniones de amistad.
.
Ella ya se acerca, el círculo está abierto.

martes, 21 de septiembre de 2010

Septiembre


La llegada de septiembre le pasaba factura.
Era un enorme monstruo floral que se le metía por las fosas nasales, la visitaba por la ventana, le piaba en los oídos, le tejía sombreros con jazmines blancos para protegerla del sol en medio de ese valle de muerte que había sabido construir en el alma, en la miseria de su vida, en lo más recóndito de ese antiguo jardín.
Llegaba septiembre y los sueños muertos florecían. El demiurgo del recuerdo, nostálgico, se apoyaba en su regazo y no dejaba de mirarla, mientras el rocío de la madrugada le caía por los ojos.
Se fue hasta su tumba, como cada primavera.
Le llevó una rosas, como cada septiembre.
Le lloró convencida de que lo había amado, como cada año.
Imitó el ritual con cada una de las siete tumbas en donde descansaban los hombres que habían tenido la valentía de amarla, de poseerla, de jugar a ser vasallos, tiranos, titanes, esclavos y pronto... juguetes dormidos en sus suaves manos de uñas rojas.
Cada septiembre ella ofrecía una rosa al jardín del abismo, sonreía al cielo mientras hundía la daga y sembraba una flor en sus vísceras antes de llevarlos a la puerta del averno, con su tímida mirada como mortaja final.

sábado, 18 de septiembre de 2010

OBJETOS PERDIDOS

¿No te pasó alguna vez que pusiste algo sobre la mesa y cuando regresaste a buscarlo, ya no estaba? ¿Qué luego de revolver la casa y regresar al primer lugar te diste con la sorpresa de que aparentemente nunca se había movido de ahí? A muchas personas les pasa… ¡a Rebeca le pasó!

Entró corriendo al departamento y colocó los lentes oscuros sobre el escritorio, se apuró al cuarto contiguo, sacó una campera del armario y regresó. Cuando se acercaba notó que los lentes no estaban. Se paró en seco en medio del comedor y miró a su alrededor.

No estaban.
Llevó un dedo a la boca y mordió la uña.
¿Dónde lo había dejado? ¿Qué es lo que había hecho ni bien entró?
Los había dejado en el escritorio, de eso estaba casi segura… casi. Tamborileó unos segundos los dedos sobre el lugar que creía debían estar y regresó al cuarto anterior. Al sacar la campera, si llevaba colgando los lentes del escote, abrían caído allí.
Nada.
No estaban.
Maldijo en voz baja y miró la hora, regresó al comedor y se detuvo cerca del escritorio pensando en que debería partir sin ellos y que tal vez de regreso, más serena, recordaría mejor.
Estaba mordiéndose otras uñas mientras meditaba sobre esto cuando con un impulso que ni ella sabría explicar, se dio media vuelta repentinamente sólo para encontrar una manito grisácea, con dedos largos y delgados, ¡poniendo los lentes en su lugar!
La mirada inmediatamente se dirigió a la criatura. Sus ojos se encontraron. Los marrones de ella de pupilas dilatadas, con los enormes ojos blanquecinos de él que le abarcaban prácticamente la mitad de la cara.
Rebeca no se movió… ¡tampoco podía! Las piernas le temblaban visiblemente, el corazón le palpitaba tan aprisa que parecía rebotar dentro del pecho.
La criatura por su parte todavía tenía la mano en el aire sosteniendo los lentes. Era pequeño, de unos cuarenta o cincuenta centímetros, piernas largas en comparación al torso y brazos huesudos que llegaban hasta el piso, arrastrando al caminar algunos dedos.
El pánico llegó a su punto cumbre y se le llenaron de lágrimas los ojos, cuando toda la visibilidad era acuosa, parpadeo. Fue solo un parpadear, pero que bastó para que la criatura desapareciera.
Rebeca intentaba llevar aire a su sistema inhalando y exhalando con desesperación. Recorrió con la mirada su entorno buscando a la criatura, tenía miedo de caminar, de mirar, de gritar.
No había sido una ilusión óptica, se aseguraba, cuando la idea quería penetrar su mente.
¿Que pasaría ahora? La mataría. ¡Si! Hoy perdería la vida en manos de ese engendro.
Imaginó que podría salvarse si gritaba y corría pidiendo ayuda, pero dudaba de sus piernas y su capacidad de articular palabra.
De todas maneras, no podía, ni debía seguir razonando sin actuar.
No tenía fuerzas en las piernas pero aun así corrió tambaleándose hacia la entrada. Cuando faltaban dos pasos sintió unas manitas frías y huesudas que le tomaban una pierna. Gritó espantada cuando caía y enmudeció cuando la cabeza golpeó de lleno en la puerta.
La mujer intento levantarse y luchó por ello cuando a través del cabello que le tapaba los ojos lo vio acercarse.
Él se aproximaba confundido, había sentido terror cuando ella lo descubriera. Imaginó que lo aplastaría con ese pie enorme o que lo patearía con esas piernas largas, pero ahora parecía que la mujer le temía a él.
Al llegar a ella se sentó en cuclillas y la observó un momento, la mujer respiraba entrecortado mientras gemía.
Al mirarla tirada en el piso, casi de costado y ya sin ánimos de luchar por levantarse, supo que podía tomar hasta su último aliento sin temor a perder el suyo. Sintió curiosidad, se acercó y de improvisto la golpeó en la cara emitiendo un sonido gutural que terminó por horrorizar a Rebeca.
La mujer comenzó a gritar con la boca inmensamente abierta y los ojos desorbitados. El engendro retrocedió unos pasos sólo para tomar impulso y abalanzarse sobre sus hombros y mordisquearlos con las encías desdentadas mientras le levantaba la cabeza y la golpeaba una y otra vez contra el piso, casi con gozo y diversión.
Cuando Rebeca despertó en el hospital, había una mujer mayor a su lado que se alegró hasta las lágrimas al verla conciente y luego corrió alarmada a buscar un doctor cuando no la reconoció.
Los médicos le explicaron que la mujer padecía amnesia y que los recuerdos no tardarían en regresar.
Esa noche, la criatura, se paseó ufano por el monte con una bola de luz que apretaba junto a su pecho, le había robado los recuerdos a Rebeca. Pensaba devolvérselos. ¡Aunque no a todos! Se quedaría con el momento en que lo descubrió y unos muy bonitos que vio de ella, niña, jugando a hacer naricitas con su madre, riendo de manera estridente. Se sentaba bajo un lapacho florecido con las memorias y las miraba una y otra vez a través de los lentes oscuros que había robado de otra casa.

Rebeca recordó casi todo al poco tiempo.
Ese accidente sólo hace unas pocas semanas.
Intuye que él sabe que los recuerdos volvieron, porque lo siente por las noches trasladarse de un rincón de la casa al otro, de manera sigilosa.
Está segura de que volverá a atacarla, pero con el punto final de esta historia, la verdad no se perderá en la bruma del olvido.


Cuando sientas que dejaste algo en algún lugar y no logres encontrarlo...
no lo busques, sigue con la rutina de tu vida y...
¡olvídalo!

lunes, 13 de septiembre de 2010

LA MADRE


Sus ojos marrones y vivos representan otra época.
No sé si el momento más feliz de mi vida, pero sí un tiempo distinto.
Podía llegar a mi casa cansada y encontrarlo en su pieza, jugando un videojuego, tatuándose un demonio o fumando un porro ¿Quién no cometió errores en esta vida? ¡No se animen a levantar la voz para juzgarlo!
A esta altura no me importa nada, ni las víctimas, ni el sufrimiento causado, ni lo miserables que pudieron sentirse… ellos ya se cobraron lo hecho.
“Oh Diosa de la Noche, amante del infierno y madre de los victimarios, he venido a alimentar a la carne de mi carne, despiértalo”.
Aun logro encontrar aquella mirada en estos ojos blancos, sé ver su rostro en esta cara lívida y descarnada.
Una madre se descubre así misma cuando da a luz a su hijo ¡se vuelve temerosa y temible hasta sus últimos días! Y no le importará nada más, no dejará de amarlo ni aunque su crío se haya rebelado a las más básicas normas de moral impuestas por la sociedad.
Los genes no se inventan, se los comparte, viajan por el túnel del tiempo a través de la sangre que se hereda.
“Levántate hijo y toma el nutriente de mi cuerpo, préndete a mi pecho y aliméntate. La putrefacción no doblegará mi sacrificio, esta noche desempolvaré las armas más filosas, me limaré los dientes y saldremos juntos a diezmar a tus verdugos para ofrecerlos a la madre muerte, que en su bondad me devuelve a mi hijo”.
La noche será nuestra compañera, siempre lo fue, y el olor fétido de tu carne descompuesta será la señal de que estamos llegando... ojala y te sientan, ojalá y te teman. Antes de socavar sus almas y borrar de sus rostros esos tintes de justicieros, quiero ver pagado, en sus ojos, mi dolor de madre.

sábado, 11 de septiembre de 2010

La Cadena


La cadena decía: envíalo a 450 personas o 10 rayos caerán en tu camino, cien demonios golpearán a tu puerta y mil almas en pena rozarán sus cadenas en tus tobillos cuando camines, de la cama al baño, en la oscuridad de la noche.
La leí dos veces, lo pensé tres, lo medite cuatro y la cerré de una.
Todavía recuerdo que cuando me levanté me encontré en el espejo del living con una sonrisa sobradora, de esas que se nos planta en la cara cuando sabemos que determinada situación está a la altura de nuestro ombligo, esas sonrisas que nos sale cuando nos sabemos ganadores, elevados, megalómanos, estafadores.
Y pensar que había gente que le creía a esas estupideces.
Poca cultura generaba esos miedos.
El que la había mandado tenía serias limitaciones intelectuales y todos aquellos que obedecían las indicaciones del texto eran colaboradores de la ignorancia.
Se me cruzó por la mente que ahora, cualquiera podía tener una PC e Internet, y que a través de ésta se desplazaba la incultura por todos lados queriéndose relacionar con todos, hasta con los que la despreciaban.
Sintiéndome superior a todo, a todos, me fui a la cocina a ver que encontraba en la heladera. Sonó el timbre.
Dejé la heladera abierta y corrí a la entrada.
Al abrir la puerta me encontré sólo con la oscuridad de la noche, pero algo subió por debajo del pantalón y corrió por la pierna hasta quedar abrazada a mi rodilla.
La sensación de asquerosidad me confundió. Comencé a gritar y golpear con fuerza los pies contra el suelo, cerré la puerta con furia y con la premura que el caso ameritaba me saqué el pantalón, rompiendo el cierre y arrancando el botón.
En la rodilla tenía una araña enorme, agarrada a mi piel como si de una garrapata se tratara.
Intenté sacarla a los manotazos y luego golpeándola con una toalla que había a mano.
Entre el asco que me producía y la sensación de terror que me torturaba las manos con espasmos nerviosos, vomité todo lo que había comido y más también.
La tenía adherida como un parásito grande y oscuro. Cómo un castigo o una maldición. Esto último no se me cruzó por la mente, hasta el momento en que mi madre abrió la puerta de entrada y el bicho cayó muerto al suelo. Asustada por encontrarme en un estado tan deplorable de nerviosismo e histeria, intentó darme calma para que pudiese contarle algo por encima de los sollozos.
Mencioné el timbre, el arácnido, más no la cadena maldita.
Me di una ducha, intenté relajarme, me tomé una pastillita para poder dormir tranquila y me fui a la cama.
A las cuatro me desperté con unas ganas horribles de orinar, no lo pensé, me levanté como autómata y me dirigí al baño en la oscuridad.
Antes de que llegara algo rozo mi tobillo. Recordé la araña y me quedé inmóvil. Tanteando encontré el interruptor y prendí la luz. Miré hacia abajo, los últimos eslabones de una cadena doblaban el recodo y se dirigían a mi habitación.
¿Qué encontraría si espiaba en esa dirección? ¿Qué horror me esperaba escondido bajo mi cama?
Estaba tentada de llamar a mi madre y que ella me socorriera, que mirara en mi cuarto como cuando era niña y que corriera al cuco que se escondía en mi ropero también.
Que me acompañase a la cama y se sentará a mi lado, tocándome el pelo hasta que me durmiera.
Poca cultura generaba esos miedos. Yo lo sabía, mi madre lo sabía y la gente culta con la que me relacionaba también.
Respiré hondo, me enderecé, levanté los hombros y con lo que me quedaba de dignidad caminé hasta el living, prendí la computadora y envié la cadena a los 450 que me indicaba y a unos tantos más también, por si, para acallar demonios y tranquilizar las almas en pena.
Sigo pensando que las cadenas son de gente de poca cultura y los que la obedecen son colaboradores de la ignorancia. Crédulos, supersticiosos y pobres almas escasamente cultivadas.
Me río cuando las encuentro, gozo con aire de superioridad cuando las cierro. Y a las 12 de la noche, cuando nadie me ve, las mando obediente, me pongo una remera en la cabeza como cuando era niña y jugaba a tener pelo de polera, me anudo la sábana a la cadera y me acercó sigilosa, cambiando hasta la forma de mirar.
Porque cuando las mando no soy yo.
Inventó personajes, personalidades, cierro los ojos y trato de no verme.
Poca cultura genera esos miedos.
Yo lo sé, mi madre lo sabe, mis amistades cultas lo saben, mis otros yo... ¡no!

lunes, 6 de septiembre de 2010


Se le había hecho costumbre destrozarme el pecho, para hundirse con pies y manos, en las profundidades del alma.
Cada noche me asaltaba al dormir y huía con mis desvaríos y las pocas posibilidades de sobrevivir.
Se ocultaba detrás de una costilla y fabricaba anzuelos para atrapar mi atención.
Llegué a perder la cordura (si es que en algún momento la tuve), le imploré de rodillas que me dejara seguir, que detuviera el ruido molesto de su palpitar en mi incierta e insegura existencia.
Me regaló una sonrisa, de esos labios que anhelaba tanto y me resultaban lejanos e inalcanzables.
Pero sus ojos negros me torturaron aun más reptando por mi rostro, por mi cuerpo, para luego cambiar la dirección y negarme, otra vez, el asombroso abismo de su amor.
Escarbo, me hundo y desaparezco, quiero escapar a su apatía.
Destruyo, amputo y obstruyo.
Me llevaré sus ojos si no logro borrar su estampa de mi obstinado génesis.
Destruiré su rostro, borrare su existencia de la memoria del tiempo y me convertiré en un sicario de su amor.


jueves, 2 de septiembre de 2010

100


¡Hola! Que suerte que llegaras, te estaba esperando. Entra.
No tengas miedo, las luces están apagadas, pero sólo es para crear cierto ambiente.
Este post lo amerita.
Sientate, esa silla está destinada sólo para vos.
No toques el tablero y tampoco le tengas miedo.
Hoy espero más invitados y esa es la puerta de ingreso.
La sombra que ves a tu lado izquierdo, es la oscura energía que le queda a Javier, su cuerpo agusanado descansa en un cementerio abandonado desde hace unos meses, esta es su última noche y lo invité para que compartiera sus experiencias de muerte en esta noche de luna mortecina.
A tu costado derecho está Reina Toloza, es una invitada especial, mi mantel ectoplasmático en amarillo verdoso es un regalo de su presencia, hunde tus manos y siente esa energía. Ella protege, si temes te abrazará.
El niño que escucharás reír de vez en cuando, se hace presente cada vez que realizo estas reuniones. Creo que podría ser el niño que murió en mí, hace ya tanto años, y que se presenta renegando por ser olvidado. Me tira del pelo y clava sus deditos en mis costillas dejándome sin aire en varias ocasiones. No le temas, lo único que puede hacer es murmurarte versos al oído. Si hay algún contacto físico entonces es porque tu niño interno también esta presente.
Relájate, esta será una noche memorable, estás compartiendo mi post número cien y los duendes y demonios están por llegar.
De aquí saldrás transformado, un ente verde azulado te acompañará de ahora en más. No puedes negarte a su compañía, es mi regalo por estar presente... leyendome.
Acostumbrate a su presencia. Lo estas sintiendo ahora mismo en tu espalda.
No te des vuelta, no quieras mirarlo... primero acepta que lo encontraras en cada esquina oscura o cuando te levantes de tu cama en la desolada madrugada.
Cada vez que escuches un jadeo en la nuca me recordarás.
No existe posibilidad de arrepentimiento, ya estás inmerso en mi mundo y en el de ellos. Cerrar esta página no te servirá de nada.
Deja de leer por unos segundos y concéntrate... ¿lo escuchas? ya está apoyado en tu espalda, sintiendo como late tu corazón con velocidad.
Es mi post número 100, gracias por acompañarme.
No cierres la puerta al irte, otras almas saldrán contigo hasta el jardín.-
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