Monstruos que retozan en este sitio:

martes, 24 de septiembre de 2013

Cuando la parca se enoja

La revista diginal miNatura 129 publica en su edición dedicada a la Inmortalidad, uno de mis cuentos: Cuando la parca se enoja.
He aquí el texto


Cuando la Parca se enoja
Se le murieron los padres. Se le murió el marido, los cinco hijos. El perro que llevó ni bien quedó sola envejeció hasta quedar sin dientes y cayó muerto una tarde cualquiera. 
Las cucarachas de la casa se murieron de aburridas y ella seguía rehusando aceptar la muerte. Cada vez que la sentía acercarse se paraba con las manos en la cadera, sacando pecho y la increpaba con groserías hasta que la Parca se retiraba amenazando con no volver jamás. Durante tres meses insistió. En la última visita fue recibida con una olla de agua hirviendo que le produjo quemaduras de tercer grado en el parietal derecho y parte de la tercera y cuarta costilla. No regresó jamás.
Luego de unos cuatrocientos años, la mujer, hastiada de tanto día solitario y tanta evolución que le pasaba rozando las caderas anchas, decidió enterrarse.
Le pagó a un niño (que intuye podría ser algún tatara tatara tatara nieto) para que la cubra con tierra y desde ese día espera, ni los gusanos se le acercan. 
Los primeros tiempos se le acalambraban las piernas, ahora ya ni las siente. Los brazos están hinchados y tienen la forma de la madera con la que chocan, cree que la muerte podría estar próxima.
Ya pasaron casi cien años y construyeron una casa sobre ella. Al menos no se aburre escuchando las conversaciones de sus ocupantes y evita dar comentarios desde abajo, porque cada vez que lo hace al poco tiempo huyen aterrorizados.

domingo, 15 de septiembre de 2013

La linterna

No llegué a meterme debajo de la cama, me apuré en cuanto escuché los pasos y la respiración dificultosa. Sabía que vivía conmigo porque veía sus talones cuando se alejaba, sus pies cuando se acercaba, escuchaba sus aullidos algunas noches. No quería verla, me aterraba el sólo hecho de algún día conocer su rostro y no poder dormir más.
No llegué hasta la cama y me escondí tras la puerta con tanta mala suerte que choqué una pequeña mesita y la linterna que estaba ahí para espiar ruidos en la oscuridad, cayó prendiéndose. El haz de luz iluminaba el piso y me apresuré a buscar la manera de apagarla, pero no lo hacía, se había encaprichado en mantenerse prendida, dándome claridad y conocimiento, no quería verla aparecer en su rango de luz, no quería que el humano que dormía en la cama, noche tras noche, tuviera forma. Prefería tener pesadillas con sus ronquidos y sus pies, y no con sus ojos vivos, descubriéndome. La linterna no se apagaba y ante los pasitos apresurados terminé pateándola: el haz de luz podía descubrir su rostro demoledor, o mi presencia aterrada.
El caprichoso objeto fue a parar debajo de la cama, iluminando el zapato viejo y olvidado donde descansaba desde tiempos inmemoriales y el brazo de la humana no sólo agarró la linterna, sino que sacó mi hogar y lo tiró a la basura. Cerré los ojos para no verla, no me importaba si la luz me delataba y sus aullidos me destrozaban la cordura, cerré los ojos y dejé de respirar hasta que sentí la calma que sigue al descanso del humano.

Después del incidente con la linterna, duermo bajo su colchón. A veces se despierta inquieta, he llegado a la conclusión de que algo causa su temor nocturno y eso aumenta mi paranoia. ¿Qué habrá en la pieza que la asusta tanto? ¿Un monstruo acechará tras las paredes intentando que la linterna no se prenda para ser descubierto? Tengo tanto miedo que decidí cambiar mi lugar de descanso, desde esta noche me filtraré debajo de sus sábanas e intentaré dormir a su lado.
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