Monstruos que retozan en este sitio:

lunes, 27 de mayo de 2013

FOBIAS

La Revista Digital miNatura en su edición dedicada a las FOBIAS publica uno de mis cuentos en la pag. 69... FOBIAS (toda la revista es EXCELENTE!!!! con una variedad asombrosa de textos y dibujos, descarguenlá y a disfrutar!!!)

http://bibliotecadelnostromominatura.blogspot.com.es/2013/05/revista-digital-minatura-126-castellano.html

Mi texto:
FOBIAS
Desde que recuerda, su padre ha hecho énfasis sobre lo destructivas que pueden ser las mujeres, sobre todo las madres que abandonan a sus hijos y dejan a los maridos consumidos por la angustia y el dolor.
No hubo un día en que no encontrara a su padre alcoholizado y lamentándose por su desdicha. La vida destruida por una mujer, el hogar colapsado por el abandono.
Con los años, la fobia fue tomando forma, evitaba mirar de frente a toda hembra que se le cruzara por el camino, no podía hablarles, se destruía en vómitos cuando alguna rozaba su 
piel. Alineó su vida para tratar de evitarlas: se inscribió en un colegio de varones y se declaró homosexual sólo para impedir que algunas mujeres insidiosas coquetearan con él. Su padre tenía razón, eran crueles y podían desmembrar la psiquis de un hombre sin un dejo de culpa.
Luego de varios años de incertidumbre y de evitar todo contacto con ellas se decidió a acudir con un psicólogo. Iba resuelto, caminando decidido por la vereda, con la mente abierta y dispuesto al cambio cuando una mujer hermosa se cruzó en su camino. Ella no sólo lo miró fijo y se atrevió a tomarle del brazo, sino que sin importarle el temblor que comenzaba en los dedos e iba subiendo hasta llegar al pecho del muchacho, se atrevió a abrazarlo y susurrarle al oído: “Necesito que me perdones, nunca pasé un día sin recordarte”.
¿Imaginan la cara del muchacho intentando sostenerse ante el ataque de pánico que estaba experimentando? 
Ahora traten de darse una idea de lo que el corazón sintió cuando ella lo remató con el final de la frase: “soy tu madre”
El infarto fue masivo.
La mujer se alejó rápidamente, si años antes no había podido con la fobia a los hijos vivos mucho menos podría ahora con la angustia que le provocaría uno muerto.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Los años



En una época gozó de ser observada, ahora se relame de gusto observando.
El cambio no fue traumático, sino más bien el trueque de un gusto morboso por otro.
Dejó de ser el objeto central de adoración para convertirse en la mujer madura, vestida de gris, que escondida bajo unos anteojos grandes y oscuros pasaba lista mentalmente de los muchachitos que tenía marcados.
Tan bellos, con la carne dura y la mirada perdida en trivialidades. Tan jugosos y jóvenes, con tanta vida derrochándose por los poros.
La vejez se avecinaba con sabiduría y hambre. Un hambre monstruoso, un hambre que le devoraba el estómago convirtiéndola en un saco de jugos gástricos. Hambre con olor a hembra. Hambre que quiebra, que doblega, hambre que obliga a la envidia, a la corrupción, al toqueteo jugoso, a la búsqueda de lo que no se puede tener, lo prohibido, lo perdido.
Se sienta en el bar y mientras pide un te de hiervas lo observa. El número uno tiene que ser especial, es el elegido y aunque aun él no lo sabe ya tiene un altar construido para su círculo de deidades testosterónicas.
Está con una compañera y comparan notas, hablan de sociología, política y religión. Suben la voz tratando de imponer ideas, y la fuerza que emana, la deja doblada en un calambre pélvico.
Espera a que se retiren y lo sigue.
Corre un poquito para alcanzarlo en ese tramo oscuro del camino y cuando está a dos pasos de distancia apoya el bastón en el suelo y tira el bolso. Sabe que se ha dado vuelta, ella hace el esfuerzo por agacharse y él corre a ayudarla. Cuando ese dios obsceno y lujurioso está abajo levantando medicinas, peines y pinturas varias, percibe su aroma. No hay perfume artificial, sólo la dulce esencia de su juventud, de la sangre corriendo sin objeciones. Está a punto de acariciarlo cuando se levanta y le acerca la cartera con una sonrisa tan dulce que la deja sometida a una oleada de espasmos orgásmicos.
Ella está parada, inmóvil, con una mirada estúpida y él comienza a sentirse incómodo.
Le pide que la ayude a cruzar la calle y toma su brazo, en la cercanía de un baldío levanta el bastón y lo golpea con fuerza.
El impacto lo toma por sorpresa. Está aturdido y el dolor punzante en la frente lo ha dejado noqueado por unos segundos, pero la adrenalina lo normaliza y tras empujarla decide huir, al comprobar que bajo el disfraz de anciana hay una mujer fuerte.
Lo ve correr.
Ha quedado con el abrigo entre las manos, no le ha dado tiempo ni a morder esa carne jugosa, se acerca la prenda a la cara, la huele y se orina, casi convirtiéndose entera en fluido caliente.
Cuando llega a su casa, prende la única luz que tiene y que ilumina un estante vidriado de un metro setenta y cinco de alto. Llora un poquito arrodillada ante el altar, se desviste sin apuro y entra al baño a ducharse. En la oscuridad de su morada, sin espejos que le recuerden que la vida avanza y el final se acerca, triplicará el entrenamiento diario, necesita la fuerza de antaño para poder traer a la casa a sus demiurgos.
Pareciese que pasaron mil años desde que su carne de piedra fuera idolatrada, ahora se toca y se hunden los dedos en la flaccidez de los años.
No se mira, desde hace un milenio: mira a los demás.

jueves, 2 de mayo de 2013

La maestra


Se toma un mate mientras estudia los conceptos básicos de la pedagogía. Mira por la ventana y suspira, está sumida en la paciencia. No tuvo problemas en tratar a los adultos, pero los niños son una materia pendiente, en cuanto uno se le acerca ella irremediablemente retrocede. ¡Tan pequeños! ¡Irresolutos! ¡Tan poco terminados!
Alfabetizó con eficacia a todos los adultos y adolescentes que pasaron por su camino. Tuvo teorías y didácticas que al ejecutarlas nunca fallaron. Al principio hubo quejas, pero los resultados fueron más que satisfactorios. Cuando decidió incursionar en la instrucción inicial comenzaron los problemas, no podía utilizar los mismos recursos, levantaba el látigo y temía usar demasiada fuerza, entonces quedaba petrificada mientras ellos le mordían las piernas. Llegaba cada día exhausta y con los dientes de leche marcados en los antebrazos.
¿Cómo había pasado de ser una instructora rigurosa a una ridícula mujer atrofiada?
Tal vez tenía la imagen equivocada, su madre le había enseñado que los niños eran la inocencia en estado puro, pero el ADN que habría podido recoger de las muestras dentales dejadas en su cuerpo, le decían lo contrario.
El último día se dirigió como de costumbre a la escuelita, cruzó el monte, ingresó por el primer camino de tierra y en la bifurcación dobló a la derecha, siguiendo siempre el cartel de madera con la flecha. Cuando entró al habitáculo dos reptaban por debajo de su escritorio, uno colgaba del techo con esa sonrisa de oreja a oreja que caracterizaba a todos, dejando a la vista los colmillitos puntiagudos, y un cuarto cerró la puerta, golpeando el látigo que tantas satisfacciones le diera con los adultos, en la palma pequeñita de la mano.
Esa tarde abandonó la práctica y decidió volver a los estudios de la conducta humana.
Durante la noche los niños colocaron de nuevo, en la bifurcación del camino, el cartel que decía: Escuela El Niño de Belén, a la izquierda. 
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