Me invitaron a leer en el Colegio Laura Vicuña. La experiencia fue asombrosa.
Me encontré con un grupo de alumnos que, no sólo escucharon con mucha atención, sino que lograron crear un clima extraordinario. Me sentí muy cómoda con ellos y espero haber estado a la altura de lo que esperaban de mi.
Antes de irme uno de ellos se acercó para pedirme si podía escribir un cuento con él como protagonista.
Aquí está el texto.
TAVO
A Tavo le gustaba fabricar cosas con sus propias manos y regalarlas.
Los objetos que producía eran una mezcla extraña de elementos de la
tierra que convergían casi de manera surrealista, formando esculturas
abstractas.
Cuando las obsequiaba lo hacía con esa sonrisa extraña que lo
caracterizaba. La mirada producía sentimientos oscuros, el que recibía el
presente, lo hacía con entusiasmo pero sin saber qué hacer ante esos ojos que
escudriñaban buscando algún tipo de reacción.
Era difícil mirarlo y no quedar un poco perdido en los miasmas de
sustancias crueles.
Sus esculturas eran hermosas, pero cubiertas de un vaho que recordaba
lo lúgubre, lo incierto.
Cuando se las colocaba en las casas, solían desaparecer por ratos apareciendo
en los lugares menos pensados.
Ninguno lo admitía por miedo a pasar por ignorantes, pero creían que
tenían vida propia.
Lo que nunca llegaron a presentir era la verdad que se escurría durante
las noches y que ninguna cordura podría tolerarlo.
A Tavo le gustaba fabricar cosas con sus propias manos y regalarlas. Lo
hacía porque ansiaba ser un ente omnipotente, un demiurgo de las sombras.
En cada una de sus esculturas una astilla de su esencia se escondía.
Con los años y con cada regalo, el muchacho parecía verse más delgado,
perdía color, calor, a veces parecía ser transparente, hasta que un día…
dejaron de verlo.
Y los objetos no pararon de moverse. Ya la gente no dudaba, era
evidente que tenían vida, aunque todos ignoraban lo que realmente estaba
sucediendo.
Tavo aún existía y lo hacía con mayor fortaleza, alimentándose de los
sustos, socavando en la psiquis de los dueños de sus regalos.
Tavo reptaba de noche, invadiendo cuartos y robando pesadillas,
aspirando el terror que fluía de los durmientes, haciéndose más grande, más
sabio, más terrorífico.
Una noche las ventanas de todas las casas que poseían los recuerdos del
muchacho se abrieron con fuerza, produciendo grietas en las bisagras, y
aquellos que estaban despiertos lograron ver un ente oscuro que se escapó con
una velocidad asombrosa, reptando hacia el monte que se levantaba cerca.
De ahí en más, los objetos pasaron a ser sólo eso. Nunca más se
movieron.
Pero desde el corazón del bosque se sienten murmullos, a veces la tierra
late, hay una energía extraña que hace huir a las tarántulas y víboras.
La gente a veces se queda mirando los árboles, como esperando que en
algún momento emerja algo.
Todos lo piensan, pero nadie lo acepta en voz alta.
Tavo es ahora otra cosa y se prepara para regresar.