Monstruos que retozan en este sitio:

sábado, 18 de febrero de 2012

Bajo el refugio



¿A quien se le ocurriría salir del hotel y perderse en una noche fresca, nublada, sin luna, sin diablo, sin dios?
¡A ella!
¿A quien se le ocurriría alejarse aun más buscando el camino de retorno y meterse por calles que destilan ausencias, mojadas de llantos ajenos, pululando sirenas que anuncian peligros que se oyen y nunca se ven?
¡A ella!
Mirala. Tiembla.
Una cuadra antes divisa el refugio de una parada de ómnibus, alguien seguramente podrá auxiliarla, no encuentra otra alternativa, no existe mayor ayuda a su alcance que esa. Ni un alma se asoma a las calles pobremente iluminadas por más que golpea puertas y toca timbres. En su imaginario ellos le temen a algo y ese algo se arrastra lento y seguro dos pasos detrás, oliendo la esencia de sus huesos, babeándose ante la pronta cena. Se acurruca junto a un tacho de veinte litros, bajo el refugio, y espera.
El primer sonido la hace voltear, el monte que se alza a escasos metros de su espalda no ayuda.
¿Habrá un perro, un conejo, un hombre, una mujer, un asesino, una sicótica, un monstruo, el demonio mismo?
Se auto-convence de que fue sólo su imaginación.
Pero el chasquido está ahí de nuevo.
(Contené la respiración... prestá atención... ¿vos también lo escuchas?)
Se abraza al tacho dándole la espalda al muro de plantas, un estremecimiento en el pecho la aparta de su protección. Algo se movió dentro.
Tal vez el sonido no venía del monte.
Tal vez el sonido, el peligro, el asesino, la muerte está husmeando en la basura, entre latitas de gaseosa y sobras de comida.
Cric! ahí esta el ruido de nuevo. Crac! el tacho se ha movido, temblando en la vereda, cobrando forma. Tal vez no exista un monstruo adentro sino el mismo contenedor es un demonio encubierto, esperando que su manita se asome con una servilleta de papel para ser tirada y la tome del brazo, ¡cercenándolo hasta el hombro!
Mientras se aleja del tacho, se acerca al monte.
Mientras se aleja del demonio se acerca al infierno.
¿A quien se le ocurriría salir del hotel y perderse en una noche fresca, nublada, sin luna, sin diablo, sin dios?
¡A ella!
¿A quien se le ocurriría alejarse aun más buscando el camino de retorno y meterse por calles que destilan ausencias, mojadas de llantos ajenos, pululando sirenas que anuncian peligros que se oyen y nunca se ven?
¡A ella!
El tacho se ha movido con fuerza, no es su mente, hay algo dentro que busca salir.
Ojalá pudiera gritar y huir despavorida, ojalá le respondieran las piernas y pudiera correr!!!!
La escueta iluminación ayuda a que las cosas tomen formas extrañas, hay un bulto que apenas se asoma y queda estático por un momento luego casi saltando, la mitad de un cuerpo aparece por entre la basura y grita histéricamente.
Ella también lo hace, pero reconoce el terror en los ojos de quien aúlla desde el tacho y señala hacia el monte.
La muchacha reacciona rápidamente... ¡¡¡pero es tan tarde!!!
¿A quien se le ocurriría pararse ahí a esperar un omnibus que no existe, entre un tacho que se mueve y un monte que guarda secretos?
Sólo a ella.

jueves, 9 de febrero de 2012

La lección

Siente la conciencia rascándole la espalda, ella amó con tal magnitud que todo lo demás ha sido reducido a tenues hilvanes dados en la vida.
Nunca fue niña, ni hija, nunca antes de verlo nació, ni fue parida por ser tangible. Recuerda poco de lo que había antes de conocer sus ojos, tal vez alguna voz opacada por el tiempo, tal vez alguna mirada desdibujada por el olvido.
Lo ha visto entrar a la casa, espera verlo salir.
Se acerca hasta la puerta inventando valentías, cosiéndoselas en la suciedad ectoplasmática que le recubre las manos.
Toca el timbre y espera.
Si tuviera corazón saltaría ansioso.
Si tuviera sangre correría alocada por las venas.
Él abre la puerta...
Él abre...
Él...
Llora sintiéndose vacía ante la corrupción de su cuerpo, grita esperando que su desesperación se haga estruendo y llegue a sus oídos.
-Aun estoy, aun te amo, aun creo que me amaste, sólo que no supiste hacerlo bien- no quiere llorar, quiere que la sienta valiente y enamorada.
Él descubre el frío maloliente que flota frente a su puerta y con saber a bilis en la boca cierra con llave y regresa a la cocina.
No sabe que ella ha entrado.
No sabe que ella aun lo ama.
No sabe que ella lo ha perdonado, que llega para devolverle la herida y empezar de cero otra vez.
Se acomoda en el sillón que corona la sala, frente al enorme televisor.
Le duele el pecho, el brazo izquierdo se niega a obedecer sus órdenes.
Se asusta. Intenta calmarse y camina como puede hasta el teléfono.
Todo el lado izquierdo de su cuerpo pesa, arrastra la pierna, arrastra la muerte, ella se ha aferrado a su calor, ella está bebiendo del néctar dulce de su vida. 
Él la amó mal, ella lo amará bien, lo rescatará de la vida, lo arrullará en la muerte y le enseñará que no se rompe a quien tanto lo quiere, una vez que le haya enseñado que así no se ama, en calma, unidos, sin otras direcciones por seguir... él la amará como debió hacerlo y la lección habrá sido aprendida.
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