Monstruos que retozan en este sitio:

sábado, 25 de junio de 2011

El poeta (final)


No habló con nadie.
Tembló y lloró toda esa noche en su cama, tapada hasta la cabeza, sin importarle que las colchas confabularan en su contra asfixiandola.
¿A quien podría decirle lo que le había pasado? ¿Quién le creería?
Tenía miedo de salir a la calle y escuchar alguna voz. Llegó a pensar que lo que había escuchado no existía, que enloquecía, que el poeta dulce no tenía nada que ver, que todo estaba en su mente.
Esa tarde llegaron algunas amigas, durante la noche la visitó algún amante que no tuvo suerte. La mañana siguiente transcurrió con calma. De nuevo amigas, a la siesta, para tomar unos mates. Ninguna pregunta nada, no se dan cuenta del temblor en las manos, del sobresalto que aun le aprieta el pecho.
Está acostada viendo la tele cuando escucha unos golpes suaves en la puerta. Se estremece. Mira el reloj: las 12 de la noche... ¡la hora del poeta!
Nuevos golpes, con cada uno el frío que le recorre el cuerpo se contrapone con el sudor que baja desde la raíz del cabello.
Golpes.
Aspira bocanadas de aire tratando de no sucumbir al pánico que la tiene sentada en la cama sin poder mover músculo alguno.
Silencio.
Se ha ido- piensa, cuando escucha en la ventana de su cuarto un leve golpeteo.
¡El poeta ha rodeado la casa!
-Sofía- susurra el hombre, y la confirmación de aquella voz la aterra aun más. Tal vez en lo más recóndito de su ser anhelaba que fuera un extraño intentando entrar para robar y no ¡el poeta!
-Vete, ¡mierda!- grita y se sorprende de encontrarse en ese grito, de saber que aun queda algo de la Sofía contestataria, guerrera.
Silencio.
Lo escucha retroceder y volver a aproximarse.
-Soy el Poeta, no me contestaba al celular, ayer no fue a mi casa, quería saber que le pasaba, ¡pensé que estaba enferma Sofía!
La mujer duda, la voz del hombre tiene algo mágico, evoca a un sortilegio atávico que calma las almas con las palabras.
-No tengo el celular- llora- lo perdí. Hay algo extraño en tu casa- se anima a confesarle apoyada en el vidrio de la ventana, suplicando algún contacto con aquel hombre que intuye inocente.
-Vete por la puerta principal que te voy a abrir- grita y corre a sacar llave.
Cuando abre hay una negrura en el paisaje que la asusta, pero luego aparece él, con su eterno sobretodo negro, con esa palidez azulada que lo caracteriza y se siente reconfortada.
-¿Qué le ha pasado Sofía?- inquiere y ella no logra sobreponerse a todo lo sucedido y se aferra a él llorando a lagrima viva mientras entre hipos le cuenta sobre la grabación y la voz.
-¿Me grabaste?- le pregunta triste
-Quería saber que significaban tus versos- le explica
y él le toma las manos, las aprieta entre las suyas, las besa.
Sofía siente que el mundo comienza a girar nuevamente cuando él la mira.
-Aquí están los versos- susurra extendiendo unos papeles amarillentos y ajados sobre la mesa- y mientras recita el último poema escrito, la mira directamente a los ojos.

He dejado la sintaxis de mis errores en tu regazo tibio
imponiendo mi paz por sobre la tuya.
te paso mi lacónico suspiro de angustia para restaurar
un amanecer que mis ojos ya habían olvidado.

Se acerca y la besa, Sofía lo deja. El beso perdura, se hace potente, la asfixia. Intenta zafarse pero él le toma de la cabeza y la une aun más, fundiéndola en su boca que por ratos sabe amarga, que tiene fluidos de gusto sanguinolento. Abre la boca y grita y él aprovecha para introducirse unos milímetros más.
El beso dura segundos, minutos, los necesario para tomar conciencia de que la vida se extingue.
Cuando la suelta se siente distinta, cansada, avejentada.
Él retrocede llorando.
Tiene un color distinto, la piel ha recobrado lozanía.
Se saca el sobretodo negro y se lo da. Ella extiende las manos ridículamente, como comprendiendo el protocolo.
-No me tendrías que haber grabado. Lo que escuchaste es un parásito que me fue transferido por una maldición familiar. Habla en dimensiones que nuestros oídos no están preparados para hacerlo. Tenía que pasarlo a una mujer joven y hermosa, perdón, recién hoy me animé a hacerlo. No tendrías que haberme grabado. No quería hacer esto, me estaba enamorando, me hubiese bastado con morir desangrado... pero a tu lado- hablaba como confesándose ante él mismo, era un soliloquio y ella sólo un alma en pena que escuchaba por pura casualidad.
-Mientras dure, necesitarás el sobretodo- giró y se retiró cabizbajo.
El beso le había dejado un legado de muerte en los genes.
Inexplicablemente ahora lo sabía todo, se fue hacia un espejo y lentamente giró para mirarse la espalda desnuda.
Un animal oscuro con grandes ojos violáceos estaba adherido a la espalda, entre los omóplatos, succionando, con la boca abierta en un ángulo llano, dejando entrever por ratos una lengua rojiza. El grito comenzó a dolerle en el estómago y coaguló en los dientes haciéndose escuchar en toda la cuadra. Mientras más gritaba, el bicho succionaba con mayor deleite, la tez de Sofía poco a poco fue tomando el color pálido azulado que en algún momento caracterizó al poeta.

fin

miércoles, 22 de junio de 2011

El poeta (II)

Después del siguiente encuentro, Sofía sale satisfecha: lleva su pago en el bolsillo y el celular en la mano, con la grabación del poema.
Se pone los auriculares dispuesta a escucharla mientras camina despacio por la vereda oscura (las doce de la noche tiene que ser la hora, el poeta no acepta cambios de horario y el dinero que cobra vale la recorrida de 6 cuadras en el silencio tácito de un invierno que cae solemne, pesado, cansino, sobre su cabeza de cabello negro y grueso. protegida por una gorra de lana).
Le da reproducir y comienza la voz suave, tan dulce que de sólo escucharla la excita:

Un ave ha posado sus garras en este inveterado colapso de emociones,
no soy yo, me voy sumergiendo en el oscuro de tus ojos.
Quiero ser mortal y subyugarme al tibio refugio de tus pechos.
Desesperado, desahuciado, devorador devorado.
Cuídate de mis falencias, protégete de mis atávicos deseos de sangre.
El linaje de odio antecede mis sístoles, dale a mis diástoles un premio merecido.
La llanura de tu vientre bulle en un inconsciente
que devora la razón convirtiendo...
¡¡¡¡S O F I A!!!!-Truena una voz por sobre la del poeta.

Se saca los auriculares de un tirón casi gritando y mira a su alrededor, insegura, sin entender de donde provino la voz.
Dos perros comienzan a ladrar como si ellos también hubiesen logrado escucharla.
Los árboles se mueven impulsados por un viento inexistente.
Regresa la grabación.

...en un inconsciente que devora la razón, convirtiendo...
¡¡¡S O F Í A!!!

La voz está en la grabación, es un grito desgarrado, tan desesperado que pierde todo género, podría ser de un hombre como el de una mujer. Es un grito aterrado, estridente, con un eco que lo degenera. Casi inhumano.
Más ladridos, aullidos. Un perro negro y grande salta una pared y se abalanza sobre ella intentando morderla. Corre y el animal gira en redondo, aullando, sin intentar alcanzarla. El viento ha aumentado la intensidad haciéndole volar la gorra.
Las manos le tiemblan y gruesas lagrimas de terror saltan del borde de los ojos en un acto de suicidio.
Play otra vez.
...en un inconsciente que devora la razón, convirtiendo...
¡¡¡S O F Í A!!!
...el alienado tormento en lluvia de sangre sobre tu piel...
¡¡¡NO VUELVAS, NO VUELVAS SOFIA!!!

El celular le cae de las manos, está tan alterada que corre sin levantarlo.

continuará.

lunes, 20 de junio de 2011

El poeta (I)


“Musa, invades el cruento submundo de mi mente, corroes mi cimiento dejándome tan sediento como hambriento, un día próximo, un segundo más tal vez, y las osamentas de mi escatológico ser correrán tras tu trémula piel para rasgarla y convertirme en un carroñero huyendo por los derroteros de mis letras, de mi vida, de tu vida, de lo que queda de tu vida… de tus sabios latidos ignorantes de su próximo silencio.”

La miró esperando una respuesta y ella sonrió estúpidamente sin saber lo que le decía, imaginando que algún día los halagos serían cascotazos y no se daría cuenta.

-¡Poesía!- pensaba- que mierda entiendo yo de poesía, a mi dame matraca- y mientras terminaba la frase se lo imaginaba desnudo, saltando sobre ella, abriéndole las piernas con brutalidad.

El muchacho esperó en vano alguna reacción y luego de unos momentos se levantó en silencio.

-Gracias por venir de nuevo Sofía- le dijo mientras sacaba unos billetes y se lo ofrecía con esa timidez que lo caracterizaba. Las manos blancas casi azuladas contrastaban con las morochas de ella.

Salió del departamento contenta y un tanto desilusionada también.

Él le ofreció dinero para ser su musa, al principio tuvo que explicarle la oferta porque se ofendió un poco sin saber que significaba “musa”, ese día Sofía retrocedió un paso con los nudillos duro y le gritó: ¡yo no hago ese tipo de trabajo che! Yo soy honrada, cuando quiero matraca me tiro a quien yo quiero y cuando quiero, sin que me paguen.

El poeta tardó unos cuantos segundos en entender lo que la mente de la muchachita había imaginado y con vergüenza le explicó que sólo quería su belleza unos minutos, tal vez media hora, uno o dos días a la semana, para que su mente lograra encontrar la inspiración que parecía estar escondida bajo la maleza de sus delirios.

Esa fue la primera explicación, tuvo que haber dos más hasta que ella captara la idea.

En un mes había estado en la casa 8 veces, se sentaban y tomaban café.

A Sofía le hubiese gustado un mate con chipaco, pero el poeta sólo tomaba café.

A Sofía le gustaba el hombre y le hubiese gustado tirárselo, pero el poeta sólo quería escribir.

Cerró la puerta y caminó por la vereda oscura, alumbrando con el celular el camino de vez en cuando.

Ahora que estaban en invierno tendría que decirle que la llamara un poco más temprano, a esas horas, por esos lugares... era un peligro.

-Espero que no me roben- se dijo y agregó sonriente – ¡espero que me violen, pero que no me roben!

Pensó en el poeta, las últimas poesías le dejaban una sensación extraña en el pecho, no entendía de lo que le hablaba pero había palabras que sonaban oscuras, le inspiraban miedo. Una angustia absurda la dominaba por horas hasta que lograba olvidarlo.

Se decidió a que la próxima vez lo grabaría con su celular y le preguntaría a un amigo que tenía, que era un intelectual (o al menos así le parecía a ella porque él usaba anteojos), qué querían decir aquellas palabras.

...continuará

domingo, 12 de junio de 2011

¡Teresa era una buena madre!


Con los entierros compartían vivencias.
La madre les enseño a atesorar aquellos pocos momentos juntos los domingos.
De lunes a sábado: el colegio, trabajo, deportes, amistades, reuniones, colegas, camaradas y demás ocupaciones no les permitía pasar más tiempo como familia.
Por tal motivo, los domingos hacían velorio de 1 hora a cajón cerrado y entierro, todo ese mismo día, con café y masas de por medio, charlas amenas, sonrisas cómplices, halagos varios. El café era ahora que los hijos estaban grandes, ¡Teresa no era mala madre! Mientras fueron chicos era chocolatada con vainillas.
Durante la semana se recolectaba lo que moría y se lo guardaba hasta la llegada del día indicado: dientes de leche que caían, cabello cortado, pedazos de uñas, a Lucas a los once le extirparon el apéndice pero como no lograron recuperar el órgano se hizo un funeral simbólico con 300 gramos de carne picada comprada en la carnicería de la equina.
Cuando el gato les murió un lunes lo guardaron en el freezer hasta el domingo, pero metido en tres bolsas de consorcio para no contaminar la comida que se guardaba ahí ¿ya les había dicho que Teresa no era mala madre? ¡Ella cuidaba esos detalles!
Cuando Rodolfito le contó que había perdido su virginidad, ese domingo se sepultó un frasquito con sangre, por la inocencia perdida. Se la extrajo con la ayuda de varias jeringas (y de Lucas que tuvo que sostener a su hermano que se negaba a donarla), luego por supuesto un desayuno suculento para que no se sintiera débil durante el día.
¡Teresa era buena madre!
Rodolfo fue el primero en casarse y abandonar el hogar, por alguna extraña razón le confesó a su progenitora que no continuaría con la tradición de los entierros dominicales con sus hijos.
Lucas se puso de novio al año siguiente y el domingo previo a su boda, Teresa les pidió a sus hijos que asistieran al último funeral familiar.
Había sido una buena madre y ahora el nido quedaba vacío.
El domingo a la mañana ingresaron temprano al hogar y se recostaron los 3 en la mesa, con las manos unidas en el pecho y tres sillas vacías como acompañantes. Lucas fue el primero en protestar. Teresa era buena madre y no permitía desobediencias ni atrevimientos, una bofetada bastó para que se recostara de nuevo.
A las tres de la tarde se abrió la puerta y salieron los hijos.
Atrás quedó la madre recostada en la mesa.
Teresa había sido buena madre y los crió bien.
Pero los hijos siempre se rebelan al final. Ninguno se dignó ni siquiera a enterrarla.
Cuando les pidió a cada uno el semen que su útero agonizante necesitaba para poder procrear una nueva descendencia, y se levantó la pollera gris y amplia mostrando la falta de ropa interior... ¡ellos! como los malos hijos en que la vida los convirtiera se negaron, desobedeciendo a los mandatos matriarcales y se levantaron furiosos sublevándose a los designios.
-¡Vieja sucia!- gritó uno antes de levantar la mano.
¡Pobre Teresa, ni un funeral decente se le dio!
El gato que suplantó a aquel muerto y congelado se la terminó por comer, no sin antes invitar a varios de sus congéneres al festín
.

lunes, 6 de junio de 2011

Diosas de la noche, carne para las hienas.

María y Cándida trabajan limpiando las oficinas del Sector C de administración. Es viernes y entre risitas comentan los planes nocturnos.
El pago semanal se hará a las seis de la tarde y tienen siete horas más para ir de compras y pasar de ser cenicientas a princesas rabiosas de poder.
Con el escaso sueldo que cobran se las arreglarán para comer algo liviano y comprarse unos zapatos que figuran en liquidación. Están seguras que esa noche será "la noche". Les brindarán al oscuro submundo de la algarabía el perfecto espectáculo de dos diosas adolescentes deseosas de aventuras, amores y bailes lujuriosos.
Mientras se visten, Juan llega con una botella de cerveza.
¡Juan es lindo! Tiene esos ojos azules que martirizan a cualquier niña y una charla que se adecua a cualquier edad.
Ellas lo han escuchado hablar de cirugía de alta complejidad con unos médicos del Sector C de administración y luego conversar con ellas del rock chabón que se mastica los viernes a la noche para relajar la mandíbula que se tensa durante la semana.
Juan, es un buen tipo. Se muestra atento. Se ha llegado hasta la casilla que comparten para ahorrar gastos y les lleva cerveza, para salir a bailar contentas, y con toda la "buena onda".
¡Si!, Juan es un tipo que tira buena vibra.
Les ofrece llevarlas y en el auto hay más bebidas. Unas azules de sabor dulzón, otras verdes que queman y un polvo blanco que él les invita a aspirar.
María y Cándida son dos niñas con suerte, esa noche serán mujeres de pechos perfectos que doblegaran a cuanto hombre se cruce en sus caminos.
María y Cándida se ríen divertidas y prueban el fruto prohibido que les abrirá los ojos a una dimensión desconocida de placer carnal.
Saltan, se avientan a ello. Nada en este mundo les será negado.
Son diosas de la noche con mirada gatuna.
Ninguna quiere arruinar la noche de la otra.
Ninguna acepta que los mareos son cada vez mayores y que el estómago está a punto de reventar.
Los ojos gatunos se pierden en un sueño conciliatorio.
Un pequeño descanso y estarán como nuevas.
Sólo basta cerrar los ojos y descansar unos minutos.
María se despierta con la voz de Cándida que la llama. No logra reconocer el habitáculo donde se encuentra o el lugar desde donde le llega la voz de su amiga.
El dolor que el cuerpo le manda, como ondas destructoras a su cerebro, es algo que a duras penas logra controlar.
Se incorpora, está en una cama maloliente, con un líquido pegajoso en la zona abdominal.
El dolor es profundo. Llora. Corre la sábana y descubre una herida suturada con un cosido rústico en la zona derecha de su vientre.
Un alarido agudo le lastima la traquea en un intento por entender.
La aguja aun está clavada en un punto que no fue cerrado en su totalidad.
-María no grites- le susurra Cándida, regresándola a la realidad brutal, y la busca con la mirada tratando de encontrarla entre la penumbra.
Se levanta como puede, camina hacia la entrada. La pieza es pequeña, oscura, y huele a muerte.
La puerta se abre y reconoce la silueta de su amiga.
Llora al verla y le extiende los brazos para abrazarla, pero Cándida la detiene.
-No te acerques. No me mires- le ruega -Vamos a salir de aquí.
-¿Qué te hicieron?-llora la niña, intentando alcanzar a su amiga que se aleja presurosa, tropezando en la oscuridad del pasillo, buscando la salida a esa trampa mortal.
Le duele la herida, camina con dificultad, pone la mano arriba de la enorme aguja para que no se enganche con nada, intenta no mirar y llora.
-Mami- grita desesperada- Mami- solloza en un intento sobrehumano por responder con fuerzas y no sucumbir al dolor y la sensación de perdición.
-No grites María- le ruega la niña que va delante.
Llega a la puerta y la abre, afuera está la salvación, una oscura noche rodea el lugar y la calle está desierta... ¡pero es la salida!
María se ajusta la sábana a su cuerpo desnudo y herido. Sale.
Aun no le ha visto el rostro a Cándida, siempre se mantiene en los ángulos oscuros y su silueta tiembla, no atraviesa el umbral.
-Vamos- la incita y le tiende la mano.
-No María, hasta aquí llego, corre y busca ayuda.
La muchacha se horroriza ante la idea de dar un paso más allá sin su compinche.
Quiere acercarse y Cándida cierra la puerta y le grita.
-¡Corre María! pueden estar por regresar… corre y busca ayuda.
Un auto se acerca.
La desesperación se apodera de la adolescente que llora adolorida y sumida en un trauma profundo cruza la calle alienada, gritando a rabiar, corriendo ya sin sentir como la aguja se enreda en la sábana y tira de los puntos haciéndola sangrar.
Contarte como María consiguió ayuda está de más.
Tú, lector, lo puedes imaginar: el horror, el dolor, el instinto de sobrevivencia, la fuerza de una adolescente y sus ganas de vivir.
La casa estuvo rodeada por la policía en menos de una hora. La ambulancia, con ella en su interior, se trasladó al lugar para rescatar a la otra niña que seguía prisionera en el lugar.
Le hablaron del tráfico de órgano y que tendrían que hacer una serie de estudios para saber que le faltaba a su cuerpo.
La sola idea de que le podían haber robado un pedazo de su cuerpo no tenía cabida en esa mente de niña inocente, como tampoco el hecho de que su amiga había tenido una suerte peor.
Cándida estaba muerta.
Le habían sustraído el hígado, riñón y los globos oculares con tanta saña que su cuerpo estaba prácticamente destrozado.
La doctora que intentaba calmarla le explicó que era imposible que Cándida la hubiese ayudado en su escape porque el cuerpo llevaba muerto varias horas.
¡El cuerpo llevaba muerto varias horas!
No era posible, ella estaba segura que su amiga se había arriesgado a todo para salvarla.
La aguja se insertó en el brazo y la calma llegó en cuentagotas.
Se desdibujó su entorno.
Sentía como la doctora le acariciaba el cabello y pudo verla detrás.
¡Su Cándida la miraba desde atrás!
Intentó levantar el brazo para señalarla y que los otros pudieran verla también, que estaba viva, que era su ángel guardián… pero el sopor de un tranquilizante endovenoso, la sumió en el más profundo y triste de sus sueños.
La pesadilla había comenzado y tardaría en terminar.

jueves, 2 de junio de 2011

MUJER PERRO (el final)

Doña Clara, la del departamento 3, se asomó al balcón asustada.
Doña Irma, la del departamento 5, ya estaba fuera.
-¿Dios mio, que está pasando ahí?- preguntó, mirando en dirección al departamento 2.
Los gritos del hombre, las había hecho salir aturdidas.
-¡Qué les pasa che!- exclamó una, mientras les golpeaba la puerta.
A los cinco segundos, los sonidos cesaron.
Las mujeres se miraron entre ellas y luego cada una entró a su domicilio.
Ya casi era de noche y ninguna advirtió la fina linea de sangre que salía por debajo de la puerta.
Pero al día siguiente, el amanecer las obligó a descubrir el charquito que se había formado.
Una gritó, otra lloró, una tercera vieja golpeó la puerta y una cuarta por fin llamó a la policía.
Estaban en este proceso cuando la puerta de la terraza se abrió. Era una terraza pequeña que estaba en el recodo del edificio y donde la gente aprovechaba para tender la ropa. Las mujeres, desde donde estaban, podían ver perfectamente quien salía.
Al principio no la reconocieron.
La vieja que hacía un rato lloraba lanzo un alarido monstruoso que hizo asustar a las viejas que se encontraban a su lado.
Una mujer, de unos 25 o 30 años, con el cuerpo practicamente entero barnizado en rojo oscuro apareció con algo que en un principio parecía ropa... pero que no lo era.
Sin prestar atención, en un estado como de trance, se dedicó a colgar lo que tenía en las manos, aquello que parecía ropa... pero que no lo era.
Tomaba los broches y las dejaba bien sujetas a la cuerda.
No eran prendas. Parecían... pero no lo eran.
Extendió 4 trozos y volvió a entrar sin importarle los gritos de la gente que ya se congregaba en el balcón.


La mujer que antes fuera mujer perro pero que ahora se negaba a serlo entró al departamento y se sentó en el piso junto al cuerpo de su marido que con los años se convirtió en amo y que ahora era el tirano destituido y despellejado.
Se quedó mirándolo unos cuantos minutos, que fueron horas o siglos, ya no importaba.
La fortaleza que había experimentado empezó a diluirse y a escaparse de su cuerpo. Por los ojos, aguandole la vista. Por la entrepierna, llenándole los muslos de un líquido caliente.
El amo, tirano, dueño absoluto de las caricias en la cabeza estaba muerto y la certeza de que a pesar de todo, lo había amado, empezaba a abrumarla.
La soledad le hacía cosquillas en el estómago y comprendió que debería salir a buscar un nuevo amo.
¿Cuantas veces él le había hecho entender verdades a fuerza de puñetazos? y una de esas era que ella sola no servía para nada, que necesitaba de alguien que le muestre el camino, que el estigma de haber nacido mujer lo cargaría como monstruosa mochila, doblándole la columna vertebral, por el resto de los días.
A la mujer perro creada a patadas y con humillaciones varias le habían roto la caja de la razón y los resortes saltaban todos desparramados por la sala de la cordura.
La mujer que devino en los años a mujer perro... estaba ahora rabiosa.


Querían tirar la puerta a patadas.
Los vecinos, todos viejos de más de 70 años, no podrían, y la policía siempre tardaba en llegar... si es que la habían llamado... si es que la vieja aturdida por la crisis de nervios había llegado al teléfono sin desmayarse en el camino.


Lo lloró en un duelo de quince minutos mientras se bañaba y otros 5 minutos más mientras se vestía.
La mujer perro se limpió la espuma que le salía de la boca para que ningún veterinario la reconociese como rabiosa y se retiró por la puerta trasera de emergencia con total comodidad, y caminó por las calles con un bolso grande al hombro, dentro llevaba la mano del amo anterior por si necesitara de caricias en la cabeza hasta que encontrara otro.
La mujer perro había probado la carne cruda.
Y cuando un perro la prueba, dicen, que luego vuelve por más.

FIN

miércoles, 1 de junio de 2011

MUJER PERRO (Segunda parte)

Cuando la corregía trataba de hacerlo con suavidad para no dañarla... demasiado.
Cuando le advertía que no quería verla conversando con alguien, lo hacía con delicadeza para no lastimarla... demasiado.
Pero por más que lo intentaba la situación siempre se le escapaba de las manos.
El hacía todo lo posible (¿lo hacía?).
Era ella la que lo exasperaba y terminaba enfureciéndolo (¿en serio?).

-No me contestes- amenazó, y el hecho de que ella tomara aire para articular una palabra implicaba una afrenta.
Y uno debía dejar bien claro quien mandaba y quien obedecía. Quien estaba a la cabeza y quien se arrastraba detrás de él.
Está bien, se había pasado un poco, ¡pero ella lo buscaba!
Ella sabía que no tenía que hacerlo enojar y le buscaba la quinta pata al gato y la pulga a la pulga también.
¡Así no se podía vivir!
¡Ella tenía toda la culpa!
El placer que sentía con cada quejido que lograba sacarle o grito ahogado, era morboso.
Pidió disculpas y creyó que prepararía café. Fue a darse una ducha pero al volver, ella estaba todavía parada junto a la canilla abierta y murmurando algo sobre un perro. Le tocó el brazo y fue como si la despertara de un sueño.
Se volvió hacia él y comenzó a gritarle como loca, con los ojos que parecían salidos de sus órbitas.
Se le abalanzó y lo único que atinó fue a darle un puñetazo para defenderse y calmarla, pero lejos de hacerlo la mujer se levantó del piso todavía gritando.
El rostro desencajado, las manos como garras, totalmente fuera de si.
Nunca lo admitiría, pero en ese momento ella lo estremecía.
Golpeaba los pies con fuerza cada vez que daba un paso, parecía uno de esos luchadores de sumo dispuestos a atacar.
¿Todo esto era una broma?
Se le tiró encima y la escuálida figura de la mujer lo volteó. ¡Pesaba el doble!
Era como si fueran dos personas.
Una: la muñeca de trapo en la que se había convertido con los años la mujer con la que se había casado, y la otra: la muñeca de trapo enloquecida.
Intentó sacársela de encima pero la lucha era desigual.

(La bravura de la muñeca alienada puede llegar a triturarte los huesos mientras sonríe y se fuma un cigarrillo)
El cobarde salió de lleno y con gritos agudos pidió auxilio y gritó desesperado.

La muñeca de trapo era un titán y lo estaba destrozando.


...continuará
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