Monstruos que retozan en este sitio:

martes, 30 de noviembre de 2010

HOY, ¡hace tan poco!

Llevaba la noche como capa, resguardando su alma pétrea, sola, taciturna, un tanto perdida, un poco más olvidada.
Imaginaba que eso era la vida, deambular rabiosa, correr ajena, caminar lenta y apática.
La mañana de ese día, la vida la sorprendió con un obsequio que la cegó por ratos, perdió la capa en el delirio de dar a luz y de las entrañas surgió la exégesis del universo. Cada unidad tuvo su encastre perfecto, asimiló la vida y se le hizo sangre en las venas secas.
La coraza quedó convertida en un recuerdo perdido, sepia y resquebrajado.
Su cuerpo había sido capaz de dar forma a un diminuto ser y cuando este se escapo por entre sus piernas… todo fue distinto.
Hace dieciséis años de este milagro.
Hoy hace dieciséis años.
Hoy.
Y la tierna criatura que mamaba del pecho, nutriéndose de leche, sustentando de vida a Escarcha… se escapó correteando por la línea del tiempo, saltando la cuerda, andando en bicicleta, dibujando en el aire, robando suspiros y miradas, enamorando al viento con sus ojos.
Hace dieciséis años de este milagro.
Hoy hace dieciséis años.
Hoy.
Regalame una mirada antes de partir a jugar tu vida ya casi independiente de la mía.
Dame tus manos y dejame sentir el perfume de tu piel.
Camina que quiero reconocer ese paso firme y sentirme parte de esa solidez.
Ríe, que en tus carcajadas me hamaco.
Llora, que por tus lágrimas resbalo y siento el palpitar de tu existencia en la mía.
Crece niña, ¡crece! Demuéstrale al mundo que brillas más que el sol.
¡Brillas más que el sol, niña!
Feliz Cumpleaños bebita, nenita, tierna adolescente…

¡HIJA MÍA!

miércoles, 24 de noviembre de 2010

MUSARAÑA & ESCARCHA


FOTOGRAFÍA DE MUSARAÑA.
TREMENDA ARTISTA QUE NOS OFRECE SUS LETRAS E IMÁGENES EN
http://mirandomusaranyas.blogspot.com/

Lo encontró tirado en el barro, la vorágine del agua se lo había arrebatado de los brazos.

La gente gritaba y trataba de salvar sus propias vidas, nadie vio cruzar el cuerpecito desnudo y frágil por entre las piedras y los troncos. El agua se lo llevaba como el viento al tiempo, como la muerte al dolor, como el trueno a tu grito de horror.
Luchó convertida en bestia hambrienta, devoradora de luces y sombras, de horrores y calmas. Quería al niño que se lo llevaba el agua, era lo único que quería, mas que a su vida, mas que al alma desgajada y amorfa.
Tan chiquito, tan inocente e indefenso, escoltado por los brazos que querían sostenerlo, seguido por el sonido roto de la garganta desgarrada.
Lo perdió de vista, se lo llevó el agua, la inundación, la crecida del río, la lluvia, la naturaleza toda se confabuló en su contra.
Deambuló horas, con los pechos hinchados y la leche goteante; vomitando heridas que se abrían a cada paso.
Escuchó los gritos y el tumulto de gente rodeando algo en la orilla húmeda.
Se acercó sigilosa, casi flotando, casi como un ángel blanco del averno.
Lo encontró tirado en el barro, azulito, flojo, con la belleza del que fue casi audible y palpable.
Gritó tomándolo, apoyándolo en el pecho, con un brazo al aire clamando al fuego y al cielo por la luz de la vida.
Intimando a Dios y amenazando al demonio, creando una grieta en el universo con el dolor del pecho. El alarido llegó a los extremos, convergiendo zonas ambivalentes, enlazando por un segundo el blanco de aquellas manos con la sangre de las garras ardientes.
El inframundo gozando de la perversidad del dios omnipotente subió rasgando el corazón de la madre y el cielo con un rayo convirtió la escena en piedra.
Las almas juntas subieron para ser estrella.
En el lodo solo quedó la escultura del encuentro, la exégesis del amor que hace girar el mundo.
El reencuentro devenido en piedra.

lunes, 22 de noviembre de 2010

la vieja

Los años la habían convertido en una vieja agria.
Detestaba a todos y a todo.
Vivía en una pequeña casa a la que le hacía falta pintura, (nadie quería trabajar para ella) con un jardín hermoso plagado de rosas, claveles y hortensias.
El domingo del día de la madre esperó hasta las ocho de la tarde y cuando el sol comenzó a bajar se alistó para ir al cementerio con unas cuantas flores abiertas y un par de pimpollos.
La hora en la que el sol se pierde bajo la tez oscura de la noche era la mejor hora. La gente regresaba y ella evitaba tumultos. Aberrantes cuerpos sudorosos que pasaban demasiado cerca, rozándola, dejando olor a humanidad sin higiene.
Le molestaba cuando la saludaban y respondía con media muecas, mostrando carencia de dientes.
La gente lejos de ponerla nerviosa le daba nauseas y jaquecas.
El cementerio quedaba cerca, a unas escasas diez cuadras. Las últimas tres eran las mejores. Caminar por la ruta, rodeada de maleza, sintiendo el olor a frescura y limpiando las fosas nasales del hedor de las personas, la revitalizaba.
Ruido de hojarascas que crujen.
La vieja se para y mira.
Acomoda bien un rollo de billetes que lleva en el corpiño y rezonga.
¿Quién mierda anda en la oscuridad?
Prende la linterna que lleva por las dudas e ilumina esa zona.
Podría ser un perro o un chancho del monte, pero la certeza de una mirada humana la tiene asqueada.
¿Quien mierda...?
Llega e ingresa por un portón lateral, ha escuchado unos cuantos sonidos más y se siente inquieta.
-Lo único que faltaría es que me roben el poco dinero que llevo. Seguro es un drogadicto de mierda- piensa- ¡Drogadictos de mierda!
Abre la puerta del panteón y entra, la cierra con nerviosismo evidente. Una vez dentro respira tranquila, se persigna ante el porta retrato con la foto sepia de su anciana madre y comienza el ritual de velas y flores. Se para ante la pared tras la cual descansan los restos y reza. Algo la hace voltear y ve cruzar una sombra por los vidrios esmerilados de la puerta. Es el sereno, ahora se siente más segura.
Abre y la noche juega con las sombras, quiere pedirle al hombre que la acompañe unos metros pero no lo encuentra.
Mira el interior, se despide mentalmente de su madre y cierra la puerta con llave. Vuelve a buscar con la mirada y prende su linterna. Nadie. Y el "nadie" debería ser un alivio pero hoy no lo es, no en ese momento de miedo.
-Esos drogados de mierda- piensa y gruñe.
¡Unos pasos!
Sonríe, interiormente hace un cálculo de cuanto le puede cobrar ese viejo decrépito para acompañarla unos cuantos metros hasta su casa.
Ilumina el camino por donde vienen los sonidos, hay sombras surgiendo de entre las tumbas.
Escudriña con atención, se acomoda los lentes.
Los escucha reír, son niños... ¿niños en un cementerio oscuro?
Instintivamente comienza a rezar mientras se acomoda el rollo de dinero en el corpiño.
No se quedará a preguntarles que hacen ahí.
Camina hacia la entrada tratando de no provocar ruidos pero a los segundos se da cuenta de que las risas han cesado. Se da media vuelta y hay cinco o seis niños sucios, extraños, a medio metro de sus pies. La observan atentos.
-¡Fuera! ¡shuuu! ¡fuera!- les grita como si fueran perros.
No se inmutan, la miran expectantes.
La vieja toma una piedra con cuidado y se las arroja. Le pega a uno de ellos, rubito, chiquito; este se toma de la cabeza y llora dando alaridos.
Los demás gritan y la mujer comienza a correr... los gritos son aterradores... los gritos son de odio... ¡los gritos son de guerra!
La alcanzan antes de cruzar el perímetro y se tiran sobre ella, le rasgan la blusa con los dientes y la muerden sacando grandes lonjas de piel y carne.
La lucha no dura demasiado.
Varios se alejan asqueados, la vieja con los años se había puesto agria.

martes, 16 de noviembre de 2010

El deja vu

Se sentó a descansar en una tapia pequeña, con las manos en la falda, aspirando hondo el espacio nocturno. Un incierto escozor le picaba en el pecho a esa hora, siempre. Un deja vu sobrevolaba la distancia. Miró de reojo hacia la esquina. Allí estaba, una imagen confusa, casi fantasmagórica, con algo que le quería decir pero que no podía, con algo que le quería informar pero que ella se negaba a sintonizar.
Miró hacia otro lado, conforme con ella misma.
Si algo le molestaba, imaginaba que no existía.
Como las grietas sangrantes en las manos. Como el dolor en los pies, en la espalda, en los ojos, en el alma. Abrió una carterita que cargaba siempre consigo y sacó un pedazo de pan.
¡Qué placer poder comer tranquila, sentada en una esquina, bajo el hedor conciliatorio de la noche con las almas en pena!
El rugido sordo del motor de un auto se acerca.
Nuevamente el deja vu, ella se limita a mirar hacia otro lado, con las gotas gordas trastabillando en el borde del ojo.
Se acerca el mudo como cada noche.
-Cá, Ca, Cándida- la saluda.
-¡Eh! ¡mudo!- contesta contenta por la compañía.
-¿Re re cién sales del tra tra tra bajo?
-¡Recién che! ¿y vos?
-Aquí, lu lu chándole che, otra no nos que que queda.
Pero no se detiene, sigue la marcha, esa noche tal vez tenga algo más que hacer.
Lo ve alejarse y desaparecer con paso circunspecto, como no queriendo molestar a nadie, igual los perros ladran a su pasar. Arrastra una soga, tendría que hablar con él, recuerda haberlo sentido triste, cansado de la vida, una vez le mencionó que ya no quería seguir.
¡La cuerda! ¿para que será la cuerda?
Pero cada uno con sus problemas, ella también tiene los suyos. Hay días en los que el dinero no alcanza y en más de una ocasión se acuesta con hambre y culpa por haberles dado de cenar una taza de matecosido a sus hijos.
Otro auto, otro pesar.
¡Esa esquina!
Es hora de regresar, su pedazo de pan descansa completo en la carterita.
Como cada noche, como siempre desde ese día.
¿Será hoy capaz de compadecer ante su crimen?
Hace dos pasos hacia la esquina pero no puede, retrocede y se va por otro lado.
Tal vez algún día el deja vu impiadoso se muestre redoblado, imperativo y seguro.
Tal vez algún día sepa el porque de esa esquina, de esos motores de los autos, de esa angustia.
Camina lento y con la fatiga de las penas y los años en el alma.
Los perros ladran el silencio que la persigue.
Sus hijos ya no la esperan, ahora la lloran, pero juega a no saberlo y mira hacia otro lado
Los perros ladran...
sólo ellos saben que ella pasa.

jueves, 11 de noviembre de 2010

En la habitación

En esa pieza la ubicuidad de una mirada le estrujaba los nervios.
En toda la casa, la mujer, podía moverse con total normalidad, salvo allí.
Decidió que era el momento de afrontar un miedo ridículo.
Limpió bien el piso, sacudió las sábanas en desuso, pasó un plumero por los muebles y como último recurso, sintiéndose un tanto paranoica: roció las esquinas con agua bendita. Persignándose cada vez que lo hacía.
El corazón saltaba tan fuerte en el pecho que temió que se soltara y quedará enredado en medio de las costillas y los pulmones.
Escapó del habitáculo. Escapó, y una vez del otro lado de la puerta se quedó contemplándolo.
¿Qué esperaba? ¿Que su miedo tomara forma y la saludara?
Se limpió el sudor que le corría por la frente y tocándose el pecho para calmarse se dirigió al comedor. Se sentó para tomar valor y recuperar la calma.
Esa noche durmió mal. Despertó varias veces y apenas abría los ojos, los cerraba nuevamente presa del pánico. Temía ver algo que la obligara a dejar aquella pieza y no poder dormir nunca más en su casa. Creyó que podría estar perdiendo la cordura. Una persona normal no experimentaba esa clase de fobia sólo un una habitación de la casa.
Segunda noche: dos veces sobresaltada. Juraría que se despertaba con los suspiros de alguien. Lo malo de todo esto era que con la luz del sol, los miedos desaparecían y volvía a sentirse ridícula y perseguida. Tal vez ya era hora de ir buscando un sicólogo.
Tercera noche: había dormido tranquila, sin despertares bruscos. ¡Tal vez lo estaba consiguiendo!
Cuarta noche: el amanecer la descubrió con una sonrisa. ¡Si! el miedo había sido derrotado. Lo imaginó bajando por las escaleras de su departamento con la cabeza gacha y vencido. Esa mañana se fue al trabajo con el rostro iluminado, sin ojeras ni cansancios. Triunfante.
Quinta noche, tres de la madrugada: todos en el pequeño edificio escucharon el grito. Fue tan desgarrador que varios hombres dudaron en salir a ver que pasaba. Las mujeres quedaron agazapadas en las sábanas de las camas, con las lágrimas pesadas y gruesas surcando los rostros. El alarido había hecho trizas a Morfeo y eviscerado al silencio.
Varios vecinos se congregaron en la puerta de donde provenían los gritos y la golpearon queriendo tirarla.
Antes de que esto pasara, se abrió y huyó una mujer de cara pálida y alterada. Alguien logro pararla en el corredor. La sujetaban para que no siguiera corriendo como una sicótica. Estaba descompuesta, vomitaba, lloraba, gritaba y se arañaba la cara dejando marcas paralelas y gruesas líneas rojas.

Quinta noche: dos, cincuenta de la madrugada. Abre los ojos, escucha el suspiro.
¿Y si eso no estaba en el aire? ¿y si las historias de monstruos eran ciertas y eso estaba debajo de la cama? Despacio, muy despacio levantó las sábanas caídas y espió... sólo una mirada le bastó para caer abruptamente en un abismo de delirio.
El alarido rompió la noche y la razón.

lunes, 8 de noviembre de 2010

LA MAGMA


En la zona norte de la ciudad la tierra se había abierto escupiendo unos litros de magma y cerrándose nuevamente.
Esa mañana, el episodio, se había convertido en el comentario obligado de todos.
En los café la gente juntaba las mesas y se acercaban sillas, se hablaba a los gritos y en susurros.
Los geólogos trabajaron desde horas tempranas tratando de encontrar una explicación científica a lo sucedido y se dio una conferencia improvisada, en el mismo lugar, para tranquilizar a la población.
La exposición dada por los geólogos dejó más confundida que tranquila a la gente pero llegando la noche, la noticia, comenzó a enfriarse.
No se registraron nuevas novedades y la calma se extendió tranquila y densa por sobre todos los habitantes.
Durante la noche, la magma solidificada se agrietó y unos pequeños animalitos salieron raudos. Eran como conejitos pequeños o ratas grandes. Grises de ojos rojos. ¡Fueron tantos que fue imposible contarlos! Por ratos paraban su carrera loca y se producía una dicotomía en algunos.
Cuando a las 6 de la mañana las puertas se abrieron para comenzar con la rutina de sus días, los encontraron en las calles y veredas, jardines y paredes... expectantes.
La locura que siguió a todo esto fue un verdadero infierno.
Estas especies de ratas se metieron en las casas y atacaron a sus moradores, hambrientas, rabiosas, alienadas.
El grito de la gente aterrada fue estridente, visceral y tajante. Duró unos segundos, sólo unos cuantos segundos.
Cuando los geólogos llegaron ese mediodía para continuar con sus investigaciones encontraron un pueblo fantasma, doblegado por la soledad de sus casas.
No entendían como todos podían haberse dado a la fuga durante la oscuridad de la noche, ¿a que le habían temido? Nada hacía suponer un ataque. Ni cuerpos, ni sangre, ni huesos.
Por temor a un robo, extrajeron la magma que se adhería a la tierra como un parásito y se la llevaron a la ciudad para su estudio.
Dentro de la caja aséptica y sellada donde fue depositada mientras era trasladada... la magma, latía.

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