Monstruos que retozan en este sitio:

miércoles, 25 de enero de 2012

El muerto

Llevan 15 años juntos y él se le escapa, la vida misma se anula entre ambos.
Se está muriendo.
Se sienta junto a él, le toma las manos, lo acaricia.
-Llevame- llora angustiada.
La mira, la ama, la envidia... ella con su vida, él con su muerte.
-No me dejes sola, no podría seguir viviendo sin vos.
-Te amo- logra articular antes de dar un suspiro largo y frío.
La mujer advierte la huida y llama a gritos a la enfermera que espera afuera de la pieza.
Se hacen los controles de rutina y se certifica la hora de defunción.
La mujer ha quedado sola en la casa, en la vida, en el alma.
Quiere vestirlo con sus mejores ropas, dejarlo como fue: un hombre atractivo y fuerte.
Lo viste, lo peina, lo abraza y llora en su pecho.
El horror se despierta cuando se siente aprisionada, cuando siente que la sostienen con fuerza y la aprietan contra el pecho inerte.
Grita. Intenta soltarse, avivado su esfuerzo ante la certeza de que el que la aprisiona es él, tan frío y pálido como sólo la muerte puede dejar a alguien. Ya no existe su hombre en ese cuerpo doblegado por la inexistencia. ¿Qué intenta? ¿Matarla? ¿Quien lo intenta? El que la amó ya no está más. El que redujo su existencia a ser una enfermera las veinticuatro horas y vivir sólo para verlo sufrir, ya se fue, ya no está. Por fin podrá seguir su camino como se le plazca: hedonista, recatado, solitario o en compañía pero libre de él.
El esfuerzo que el cuerpo sin vida del hombre hace para sostenerla se le nota en el rostro casi azulado y pétreo, en los ojos abiertos de manera desmedida, opacos y brutales.
-Me amabas, querías que te llevara, me dijiste que no querías seguir sin mi... vine a buscarte.
Se despliega una lucha titánica por liberarse, por atraparla, por seguir con vida, por llevarla a la muerte.
-Juan ¡no! ¡por favor, no!- grita desesperada - ¡no me mates, Juan!
El hombre no la suelta, el avance del rigor mortis en las extremidades le impide abrazarla como él quisiera pero no la soltará. No es justo que esa mujer, con toda su belleza, con todo ese cariño y pasión, quede sola en el mundo. Esa mujer que tanto amó es de él. Esa mujer que lo cuidó hasta el último suspiro no debería seguir tan rozagante y fresca, tan llena de vida y jovial. Si no puede llevársela consigo, al menos debería dejar una huella en ella para que todo aquel que se le acerque sepa que nunca podrá tenerla en cuerpo y alma.
Cuando la gente del servicio fúnebre llega, encuentran al muerto perfectamente vestido, con una sonrisa placentera en el rostro y a ella escondida en un rincón de la habitación, presa de un ataque de pánico con el pelo encanecido, 10 años más en el rostro y las manos crispadas en torno a sus hombros repitiendo un mantra: ¡No me lleves Juan, no me lleves!

viernes, 20 de enero de 2012

La casita



Hacía mucho que no encontraba una casa tan bonita.
Pequeña, acogedora, cerca del mar, solitaria.
Recorrió cada una de las habitáculos buscando la falla.
Regreso a la puerta de entrada, el hombre la miraba sonriente y satisfecho.
-¿Por qué tan barata? ¿Qué tiene?
-No va a conseguir, en esta zona, otra casa como esta; eso se lo aseguro. ¿Tiene hijos?
-Si, pero ellos quedaron allá.
-¿Su marido la acompañará?
-No, estaré sola por un tiempo. Espero que no demasiado. Mis hijos tardarán en llegar, no quiero que lleguen pronto.
-La entiendo. Aquí estará tranquila.
-Dígame donde está la trampa.
-En los veranos, una pareja de ancianos pasa sus vacaciones aquí.
Pero no la incomodarán, están acostumbrados a nosotros.
En realidad uno de sus hijos murió en la casa y cada vez que nos escuchan... ¡piensan que es él!

domingo, 15 de enero de 2012

¿o sólo las oculta?

El viernes se oculta en la pieza, debajo de la cama, entre el polvo, bajo las cucarachas. El dolor lo tortura pero se aprieta el costado derecho y contiene el aliento, al quejido se lo come con un brindis de bilis y ni un suspiro se le escucha mientras los siente caminar por el patio, husmear los alrededores.
Lo buscan, más no lo encontrarán.
Cuando está seguro que se fueron, huye de la sofocación, va a lo que fue el baño, se aprieta la pierna entumecida, se lava la cara hinchada, se insulta en lo que queda del espejo de la casa vacía.
Se sienta y aspira la vida, dolorosa y maldita que le ha tocado en suerte.
La gente con la que se ha rodeado: la mujer que decidió amar, los amigos que le invitan el porro en las buenas y se esconden cuando lo buscan, todos ellos lo maldijeron, todos ellos merecen estar donde está él, hundido en el excremento del abismo, nadando por la corriente que lo lleva directo al colmillo filoso de un infierno hediondo.
Se mueve, trata de no quedarse quieto, pero el maldito dolor le ha tomado la pierna.
Mañana cuando el dolor cese y se sienta mejor pagarán todos aquellos que lo corrieron, los hermanos de su mujer, sus amigas. ¿Quienes son para meterse en problemas de pareja e intentar reprimir su ira?
A las 11 de la noche aspira un poco de calma, está sintiéndose mejor, cuando acabe con todos recién se entregará a la policía, antes no, primero tiene que demostrarles quien manda.
A las 11 y 20 se retuerce, grita, siente que las manos florecen en garras y la espalda se encorva cubriendo un pecho devorado por el fuego. La metamorfosis es tan dolorosa que lo deja encallado en un sueño profundo.
El domingo logra salir, ha visto cruzar a su madre por la vereda y está seguro que lo busca. No quiere verla llorar de nuevo por él, la encontrará y la calmará.
Su madre está embarazada, rejuvenecida, casi no la reconoce. No quiere acercarse, está feliz como pocas veces la vio, no vale la pena recordarle que él existe.
Lunes, desde el monte que rodea la casa ve pasar al niño con los libros bajo el brazo, tiene el ceño fruncido, está enojado con sus amigos, está enojado con su padrastro, se sienta cerca de la reja y llora en silencio.
Intenta recordar de donde lo conoce, quiere acercarse pero el niño presiente su esencia y se aleja. Mejor así. ¡Si! el niño son malos recuerdos.
Miércoles, un adolescente drogadicto intenta esconder entre las rocas cercanas a la puerta algo que brilla, por la mirada perdida intuye que es algún objeto valioso robado de algún ser querido, él ha pasado por lo mismo, lo lamenta por el adolescente, se aproxima y quiere hablarle pero un ronquido doloroso y muerto se escapa de los labios. El muchacho presiente su esencia y se aleja.
El viernes hay una pareja de enamorados, ella dice la palabra equivocada y él estalla.
Siente odio por el demente que la golpea, ella debería escapar y no volver a verlo.
Ella debería dejarlo, ablandar el suelo donde se hunde y cargarlo de agua para apurar el siniestro.
Se mira en él, se siente dolorido en él, se siente asqueado por él, en él, con él.
No aspira a mucho.
Sólo desea vengar lo que le hicieron, ya casi ni recuerda que fue, pero tiene que vengar algo.
El olor en la casa es nauseabundo, ojalá que alguien más lo sienta y avise a la policía... hay algo que se descompone en el comedor, sentado en una silla, con la mano en un costado.
A las 11 y 20 se retuerce, grita, siente que las manos florecen en garras y la espalda se encorva cubriendo un pecho devorado por el fuego. La metamorfosis es tan dolorosa que lo deja encallado en un sueño profundo.
El lunes sera otro día.
Pronto lo olvidará. El tiempo cura las heridas ¿O sólo las oculta?
Sufre los viernes, agoniza los demás días.
Pronto lo olvidará. El tiempo cura las heridas ¿o sólo las oculta?

martes, 10 de enero de 2012

Ella ya no quiere escuchar.

Sabe que la traiciona, que está hablando con alguien sobre ella.
Era un secreto entre ambas, había una pacto de silencio.
Se hacían compañía en las noches perdidas del alma, en las mañanas pesadas de soledad pegajosa.
En murmullos, a los gritos, conversando a través de las paredes, desde abajo de la mesa o detrás de la cama.
Se siente traicionada, intuye que quiere correrla de su vida, el aire le falta cada vez que lo piensa. Se acurruca en un rincón y desarma ovillos de odios, enredándolo por ratos, cortándolo por otros.
Ya no se esconde.
Esa tarde fue acompañada por un familiar y mientras el hombre de ceño fruncido la mira, la madre llora y le cuenta sobre su existencia.
Quieren separarlas y hay algo en el ambiente que la hace sentir rechazada por todos.
Le grita que no los escuche, que sólo desean distanciarlas, que no podría soportar un día sin su presencia y que ella tampoco podría reanudar su vida sin su apoyo auditivo a su espalda.
La mujer se apoya en el hombro de la madre y se tapa los oídos gritando angustiada.
¿Porque no le dijo que le hacía daño?
Se habría ido
¿Lo habría hecho?
Tal vez no.
Le duele saber que su permanencia causa tanta confusión.
Le suscriben unas pastillas, ella comienza a tomarlas y al hacerlo hay un autismo que se apodera del centro de su pecho.
No la escucha, no le contesta, no le importa su presencia.
Es difícil vivir de esa manera, bajo un halo de apatía.
Está tan deprimida que siente que el paso que dará es una opción que no vale la pena meditar.
Toma la soga y la cuelga a través de la rama.
La mira y se despide, llora pero ya no la escucha. Salta. Se asfixia. Lucha. Agoniza.
La voz en la mente de la mujer se ha suicidado.
La mujer lo sabe y se siente en paz con la decisión. 
No acudirá a su entierro.

miércoles, 4 de enero de 2012

Mal tiempo

La mujer enorme logra encajar entre las dos rocas puntiagudas. Se acomoda el vestido tironeándolo hasta que el hombrecito grisaceo le extiende la mano y se lo pide.
Duda. Pero la belleza lo vale.
Se levanta entre quejidos y bamboleos, mira hacia todos lados, se lo saca y lo entrega.
Nuevo esfuerzo para entrar en el hueco entre las rocas. Escucha con atención la voz ronca y obedece.
Levanta los brazos, cruza las piernas pudorosa, cierra los ojos y aprieta con los dientes un mordillo hecho con hojas frescas que le acomodan en la boca. Hay un relleno de ramas en la nuca por si el tratamiento es demasiado y pierde la conciencia.
Ha sido advertida de todo esto, pero la belleza lo vale.
Se acercan dos sapos escuálidos, abren la boca en un ángulo llano y se adosan a los costados del enorme vientre y comienzan a succionar.
El grisaceo se rasca la barbilla mientras se limpia la baba que le escurre, disimuladamente.
Es tiempo de hambruna... mal tiempo.
Los resultados comienzan a ser notorios a los 3 minutos, ya logra ver su antigua figura perdida en la masa amorfa de grasa, goza con la transformación.
-Basta- intenta vocalizar por entre las ramas que tiene en la boca.
Los sapos enormes y gordos siguen con su tarea.
Escupe el mordillo y grita "Basta"
El grisaceo mira hacia la tierra, patea piedritas inquieto, incómodo. No estaba en sus planes, pero son malos tiempos. Los sapos lo miran de soslayo con los ojos a punto de reventar, esperando alguna señal.
-Basta-grita la mujer esquelética intentando sacar las ventosas de sus costillas.
El grisaceo retrocede de espaldas y se sienta en un promontorio, no levanta la mirada hasta escuchar el crujido de huesos. Regresa, levanta como puede los sapos y se los lleva, babeándose mientras los toca.
Es tiempo de hambruna... ¡mal tiempo para liposucciones naturistas!

domingo, 1 de enero de 2012

Eliz ao uevo

Se metió en el balde de agua del perro y se dio una buena lavada frotándose con hojas mentoladas, dando especial atención a las axilas y los testículos, ¡esa noche habría fiesta!
El propietario de la finca no estaba y como se sentía segundo al mando era su deber cuidar de la propiedad esa noche, pero también estaba permitido divertirse. Escuchaba el alboroto en las casas vecinas.
Olfateo el aire y el olor provocativo a pólvora le picó el hocico.
Cuando pasaba un segmento de tiempo relativamente corto, el humano entraba en estado de efervescencia, perdía la compostura, se reía mucho, lloraba otro tanto, algunos se reconciliaban con sus semejantes y otros decidían abandonar la existencia. Él lograba reconocer que ese tiempo había llegado, entraban en crisis o salían de ellas. El humano suponía que existían segmentos en el tiempo, lo particionaban y creían que con ciertos rituales podrían atraer la suerte en algunos y olvidar lo malo de otros. Visualizaba al tiempo por trechos, no como algo continuo... o al menos eso le parecía. 
Y como había decidido ser parte de aquella comunidad, ahora le tocaba creer a él también.
Estaba decidido a dejar de ser un paria.
Nada le impediría ser parte de ellos, ni sus 20 cm de estatura, ni los colmillos que llegaban hasta las rodillas, ni su condición de carnívoro (¡para evitar problemas con los humanos había dejado de consumir su carne, de todas formas la de cerdo era igual de exquisita!)
Salió del balde oliendo a menta, mirando de reojo al doberman que aullaba quedo mientras temblaba en la cucha.
Una hembra apareció sudorosa por entre el pasto y se frotó las tetas.
Los fuegos artificiales comenzaron a encender el cielo.
Él miró todo sorprendido, cada siglo aquello mejoraba, una noche terminarían por encender el cielo en mil colores y estallaría el mundo terminando con los segmentos. El corazón la latía con tanto poder que de sólo ver aquel espectáculo se sentía efervescente él también.
Recordó los caídos, los amores enfriándose en el pecho, las pasiones que llegaron para devastarlo, el cansancio en los huesos. Mientras reventaban en el aire los colores, la tristeza se le hizo pesada, no pudo evitar llorar y sentir las ausencias. Estaba evolucionando, estaba mimetizándose con los humanos... ¿era eso sano?
tal vez debería ir a paso lento, permanecer por mas tiempo en estado primitivo, sin cuestionar todo, sin sentir con el alma incendiada. ¡Dejar de pensar tanto!
Se acercó a la hembra que se babeaba de gusto mientras se tocaba y le murmuró...
-Eliz ao uevo!
Retrocedió espantada y huyó por el mismo agujero por el que había salido.
Las palabras no eran lo suyo, ella buscaba carne que le de fuego, no a un paria que imitara a los grandes destructores.
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