Monstruos que retozan en este sitio:

martes, 30 de octubre de 2012

Miedo


Cuando se acerca es imposible dejar de sentirlo.
Pone la tilde en cada pasaje oscuro y se desplaza haciendo zig zag, rodeándote... ¿te falta el aire? Seguramente ya corre por tus venas en una carrera esquizoide ansioso por llegar al centro de tu pecho. Revelará el rostro que ocultas, aquel que tus padres te enseñaron a esconder.
-No tengas miedo- te gritaban cuando te saltaban las lágrimas de puro cobarde. Y ahora estás a un paso de esconderte tras las palmas de las manos.
Nadie te entendería si lo contaras y seguramente... todos lo harían.
Cuando se acerca es imposible dejar de sentirlo.
Como el caso de María.
Entró a su casa, cerró con llave la puerta, le puso cadena y de esta manera se aseguró de estar desconectada de los horrendas perversiones que deambulan por los pasillos del edificio, lo que no sabe es uno se ha colado por la ventana mal cerrada del lavadero y ahora la espera con sigilo, escondido, mirándola por el resquicio de la puerta de madera que separa el habitáculo donde ella se encuentra desvistiéndose del siguiente donde él está jadeando. Una respiración llama su atención y se concentra en el silencio teñido de pequeños ruidos que desbaratan el equilibrio sano de su morada.
Cuando se acerca es imposible dejar de sentirlo.
Está en su cuerpo antes de saber que una aberración la espía desde la otra habitación.
Siente que está en su sistema, minando sus órganos, esgrimiéndole mentiritas al corazón para que se acelere y la sangre se revuelque por las venas dejándole los oídos abotagados. Tendría que tener todos los sentidos expectantes pero él se ha apoderado de ellos haciendo que alucinen y descubra demonios en lugar de intrusos.
Le ha lavado el cerebro, el señor miedo ha inoculado veneno en cada una de sus células y por más que lo intente no podrá razonar con coherencia.
La puerta se ha abierto y los ruidos enigmáticos ahora tienen forma, mirada amenazante y una sonrisa de dientes faltantes. María está doblegada por el tirano miedo, las piernas no le responden y grita tanto que la garganta arde. Mister miedo le gangrena los órganos, ella quiere escapar pero está en una dimensión desconocida y no conoce la salida de emergencia. Cuando el faraón miedo se acerca es imposible dejar de sentirlo.
Huye entorpecida, su amigo el miedo no colabora. El engendro le dará alcance.
-¿Por qué no te defendiste? -Le preguntará alguna amiga desubicada mientras aun le duelen los espasmos dejados por el zar miedo en su lóbulo frontal y estará a un paso de esconderse tras las palmas de las manos.
María, nadie te entendería si lo contaras y seguramente... todos lo harían.

lunes, 22 de octubre de 2012

CÁNDIDA


¿De donde se saca una historia cuando ya no hay? No es que me sienta obligada a escribir (¿o tal vez si?) es el miedo patológico a no poder hacerlo nunca más.
-No tengo nada para decir -me viene a la mente, y siento que comienza a faltarme el aire. Tal vez ya lo dije todo, en una de esas la imaginación se seca, se agota, se pudre… tal vez tengo un cementerio entre los sesos y yo ando de fiesta en lugar de vestir de luto.
Ayer comenzó la preocupación: me senté en la computadora, puse música, me levanté, cambié de lugar, abrí las ventanas, apagué las luces… me dio urticaria.
Me estaba rascando la espalda contra la pared cuando me vino a la mente su nombre, su bendito nombre: Cándida.
Ella podría ser mi salvación, era cuestión de tomarla, hacerla llorar, ponerla en situación de riesgo, que gritara implorando por su vida, que corriera y se rasgara la ropa quedando la piel como muda alternativa. Podría hacerla parir en contra de su voluntad, que pidiera a gritos por un aborto, por un permiso para controlar su vida. Podría… podría tantas cosas con mi amada Cándida.
Me senté en el piso un tanto emocionada y la mano derecha se negó a trabajar, estaba muerta, laxa sobre el piso. Con la izquierda la levanté y le di unos masajes tratando de mantener la calma. Unos segundos después sentía un leve cosquilleo en la punta de los dedos, la sangre comenzaba a circular por mi extremidad entumecida y azulada.
En cuanto se hinchó y el cosquilleo pasó a ser punzadas sumamente dolorosas, me preocupé. Le pedí a un vecino que cerrara con llave la puerta de mi casa ya que mi brazo era para ese momento una masa amorfa violácea, se lo pedí gritando empapada la cara de lágrimas y mocos. El chico se aproximó alarmado, cerró con llave y la puso dentro de mi cartera, no se ofreció a llevarme ni me dio consuelo alguno, sólo me miró con un dejo de tristeza que ahora que lo pienso bien podría ser incertidumbre.
Hice parar un taxi y le ordené que me llevara al hospital lo antes posible tratando de que no viera esa parte de mi cuerpo que ya distaba mucho de ser un brazo.
Intentaba no quejarme pero el dolor era tan agudo que lo único que me sostenía consciente era el terror de que el brazo cayera, seccionado y el hombre lo tirara a la basura confundiéndolo con 3 kilos de carne en mal estado. No podría describirles el trayecto porque lo tengo casi perdido en la mente… fueron los 15 o 20 minutos más dolorosos y horrendos de mi vida. ¿Era sólo mi brazo? De reojo intentaba ver si había cruzado la línea del hombro ¿me estaba muriendo con una septicemia? ¿Que le pasaba a mi cuerpo? ¿Me moría?
Creo recordar que bajé desorientada, no se si le pagué al pobre taxista, entre gritando al hospital y cuando un médico se acercó corriendo extendí mi brazo para que lo viera y sacara una sierra en el instante y lo cortara para salvar mi vida. El grito que estaba dando lo corté en seco cuando vi mi propia extremidad: normal, sana, rosada. El dolor cedió instantáneamente. El hombre se paró frente a mí y tomándome de los hombros me hizo una serie de preguntas que no escuché.
Una mujer sonreía, entró a mi campo visual casi por casualidad, la miré un instante. Era joven, vieja, sufrida, victoriosa, el rostro cambiaba de fisonomía mientras me cruzaba y supe quien era.
-Podrías haberme dicho que no querías que escribiera sobre ti –le grité furiosa y toda la carga emocional que había vivido cayó sobre mí como 100 kilos de entrañas podridas. Perdí la conciencia.
Estoy en casa nuevamente tras una internación de un par de días, con unos cuantos ansiolíticos y otras medicinas para la depresión. Nadie entiende que la mala jugada no me la dio mi mente, sino Cándida, que se negó a ser protagonista he hizo escuchar su queja.

martes, 16 de octubre de 2012

EL INTRUSO en PENUMBRIA

La Revista digital PENUMBRIA publica en su edición N°5 uno de mis cuentos.
Los invito a que pasen a leer: EL INTRUSO, página 15, haciendo clic en el cuadro de abajo.
Gracias.

domingo, 7 de octubre de 2012

La podadora


Quería ofrecer resistencia a la unificación social: sus reglas, doctrinas y otras yerbas que nos congregaban alrededor de una paleta de colores uniformes.
Todo en bien del prójimo, para no dañarlo, para que no se sienta intimidado y pueda vivir en paz y felicidad. 
Pero las leyes de convivencia eran violadas a diario y ella podía verlo en cada paso que daba por las veredas, y los que se animaban a remar en contra de la corriente tenían algo en común: el pelo suelto y olor a viento. Imaginó que ahí podría estar la clave de la revolución, estaba un poco hastiada de su vida ocre y quería ser parte del movimiento revolucionario, la sociedad le podía imponer sus normas pero estaba en ella mandarlas a la puta que los pario.
Le faltaba el aire de sólo pensarlo, así que para poder comenzar de a poco e ir acostumbrando su organismo al cambio, decidió iniciar su revolución desde la casa: ¡¡¡Dejaría de cortar el pasto!!!!! y no sonrían,que el tema no era moco´i pavo.
Cada día se levantaba y antes de cepillarse los dientes o pasarse un peine por el cabello enmarañado, tomaba la regla y medía la altura del césped: 10 cm era lo justo, ni un milímetro más. ¡Pero eso ya era historia! La sociedad y su discurso sobre la conservación del hogar en estado de limpieza absoluta para que no se generen plagas como víboras, roedores o duendes africanos venenosos estaba a punto de ser tirada a la basura, y si alguien se acercaba a decirle algo, se soltaría el cabello trenzado y los atacaría con sus nuevas ideas liberales... y que dicho sea de paso, distaban de ser altruistas.
La nueva mujer se sentó en la puerta de la casa a ver crecer el césped, tiró a la calle la regla para no tentarse y se abstuvo de comer para no seguir vomitando cada vez que se cercioraba de los milímetros de plantas que absorbían altura, oxígeno y visibilidad.
Durante un mes se paseó por el interior de la casa, con la ropa sucia, el rostro demacrado, ingiriendo mínimas raciones de comida y agua. Miraba de reojo la podadora y se mojaba con orgasmos feroces. ¿Sería posible que la revolución empezara desde lo insano? ¿Estaban locos los que pensaban distintos y querían romper el yugo, para levantarse como seres individuales e independientes, del grupo mayoritario? ¿Ella quería eso?
Al cuadragésimo día decidió que los cambios no eran para ella, que necesitaba sentirse parte del tibio confort de no decidir, de imitar, sonreír y vagar por la existencia siendo la excelente persona que siempre fue.
Tomó la podadora, abrió la puerta y un monte de dos metros cincuenta de altura la atrapó entre sus garras espinosas, gritó alarmada, intentó entrar nuevamente pero las serpientes se le enredaron en las piernas y las arañas subieron buscando los orificios de la cara para poder anidar y tener crías.
A la vecina la encontraron muerta, abrazada a su podadora, en medio del jardín, con un pasto de casi 80 centímetros. Todos negaban con la cabeza cuando vieron a los forenses luchar por separar las manos duras del mango de la cortadora de césped, no había dudas, ser distinto no sólo era insano... ¡ponía en peligro sus vidas!

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