Monstruos que retozan en este sitio:

miércoles, 6 de enero de 2010

EL MACHETE

Terminó de anudar el bulto de leña que había preparado, cargó el machete, y reanudó el camino.
El sol se teñía de rojo y comenzaba a descender, pero no tenía prisa.
Conocía esa zona del monte como al patio de su rancho, como al cogote roto de las gallinas, como a las tripas de las ratas reventadas cada vez que las acorralaba y las desarmaba con el cuchillo.
Se pasó la mano ancha por la cara, secándose la transpiración que le corría por los ojos y disfrutando al tocarse la cabeza casi rapada, fresca.
Amaba tener la frente despejada.
Caminó despacio.
Con una sonrisa amplia.
El rumor llegó a los pocos metros.
Se detuvo cauta, había chanchos hijos de puta que a veces te atacaban de improvisto. Esperó en silencio el siguiente ruido que no se hizo de rogar.
No era un animal.
Eran hombres.
Uno se reía y el otro emitía sonidos extraños... agitados.
Haciendo a un lado las ramas se dirigió a un claro del monte y los espió, acostada en la tierra, por encima de los espinales.
Uno grandote y corpulento esperaba dando vueltas en torno a la presa.
El otro, petiso y gordo, la tenía aprisionada bajo el cuerpo. Se movía sin perder el ritmo, tapándole la boca con una mano y manoseando la frágil anatomía de la niña con la otra.
La chica no luchaba, tendría unos catorce o quince años y lloraba, tratando de gritar, ahogándose en el intento.
Cándida se levantó para volver a su rutina cuando le vio los ojos aterrados, rojos. Las pupilas dilatadas, dibujando una extraña mirada. Mezcla de asco y de horror, teñida de resignación y muerte.
Conocía esa mirada, seguramente era la misma que ella tenía aquella vez que... esa vez cuando... no, no valía la pena recordar. No era momento para atormentarse con lejanías.
¿La niña la miraba? Tenía el rostro en su dirección y una clara luz de esperanza le había roto la dolorosa fisonomía. Pero no podía estar viendola, estaba en la penumbra de los matorrales, era casi imposible.
La chiquilla levantó la mano y la extendió en señal de súplica, pidiéndole auxilio, clamandole por piedad... ¡si la había visto!
El gordo se levantó y cuando le destapó la boca empezó a chillar como las ratas que ella destripaba a cuchillazos.
El grandote, presuroso, ocupó el lugar que el otro dejaba.
Cándida no lo pensó, actuó por instinto, se levanto de su escondite con el machete en la mano como si este fuera una extensión de su brazo y corrió en silencio.
Los tomo de sorpresa.
Era, en medio de la noche, una aparición con un filo brillante en alto como estandarte de justicia.
El grandote nunca supo que pasó, en cuanto penetró a la niña, el arma le abrió la base del cuello dejándolo practicamente decapitado. El chorro de sangre saltó mojandole el rostro, pintandole la sonrisa placentera de un rojo negruzco.
El petiso pegó un alarido y corrió con los pantalones bajos, metiéndose en medio del monte sin haber siquiera intentado alguna lucha.
Se escapaba horrorizado, como una damisela estúpida, de esas que a veces ella se cruzaba en el camino, todas maquilladitas, bonitas y listas para ser abordadas.
-Putas- pensaba cada vez que las veía.
-Pareces PUTA- le gritaba al petiso que se había levantado el pantalón para correr mejor.
Igual no se le iba a escapar.
A ella nadie se le escapaba.
Ni las gallinas cuando les cortaba el cogote, ni las ratas cuando las destripaba.
-Pareces PUTA- le repetía, escupiendo cada vez que la "p" le trababa el labio.
-¡Puta!- gritó como aullido de guerra cuando levantó el machete y éste silvó en el aire antes de caer clavado en la espalda del hombre que cayó de panza, ahuyentando a los animales salvajes con los alaridos que daba.
Cándida llegó agitada y levantó el machete. Lo dio vuelta a las patadas y cuando lo tuvo de frente y pudo verle la cara mugrosa y horrorizada descargó el arma una y otra vez en el sexo sucio del tipo.
En el sexo maldito. Dejándolo reducido a un montón de carne picada.
Se volvió al claro caminando despacio. Silbando chiquito.
A la niña la encontró sentada llorando, tomándose de las rodillas, cerrando las piernas con fuerza.
La luna había subido e iluminaba a la torturada noche.
Se puso frente a ella y la miró un rato.
El pelito teñido de rubio, la carita sucia de pintura. La pollerita corta y los zapatitos de tacos altos tirados cerca de ella.
Cándida se acomodó el pantalón y se ajustó la cintura con la cuerda.
Nuevamente se pasó la mano por la cabeza rapada y escupió a un lado.
Le ayudó a levantarse y cuando la niña se agacho en busca de los zapatitos, Cándida levantó el machete y lo hizo silbar de nuevo en el aire.


...


A los quince minutos retornaba por el camino con su bulto de leña.
Ella en alguna otra vida también había sido una niña bonita y estúpida, de esas que eran fáciles de abordar.
Las envidiaba, ¡siempre tan lindas!
Las odiaba, ¡siempre oliendo a rico!, y cuando podía... también las mataba.

No hay comentarios:

Related Posts with Thumbnails