Monstruos que retozan en este sitio:

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Escarcha y su hija

Escarcha tiene una hija. Su hija cumple 17 años.
Escarcha está feliz.
Escarcha se tienta de besarla y llorar, pero se prohíbe tanta muestra de sensiblería y le escribe una carta:



¿Donde está mi niña chiquita, toda rulitos, toda aventura, llena de movimientos, de berrinches y carcajadas? ¿Dónde está? ¿En que peca del tiempo quedó acurrucada?
No logro encontrar a esa niña de caminar apurado, en esta mujer que tengo en frente.
¿Sos vos?
¿Como lograste crecer sin que el universo se desbordara a tu paso?
No te encuentro, quiero darte la mano y tu manita ya no es más.
No te encuentro, quiero peinar tu cabello ensortijado y esa cabecita ya no es más.
No te encuentro, quiero… y ya no es más.
Una mujer hay parada frente a mi, una adolescente con ínfulas de madurez, una mujercita de ojos vivaces, de risa transparente.
¿Eres la que cabía en mi vientre? ¿Eres la que provocaba mis miedos seguidos de miradas impertérritas? ¡Si! reconozco el brillo de los ojos de mi bebita, en los tuyos también. ¡Si, eres mi niña! El tiempo convierte. El tiempo se divierte con mi incredulidad. Me desafía, se planta ante mis ojos y hace alarde de su capacidad de cambio. La metamorfosis es tan rápida que mis manos no tienen tiempo de acariciar cada esencia de tu niñez porque ya pasaste a las etapas siguientes, jugando con mis deseos de tenerte acurrucada en mi pecho por siempre. ¡Por siempre, mi niñita, por siempre!
Esta soy, Diana Gabriel, ¿me reconoces?
Soy la niña que cambió: el incómodo mundo abyecto por una suave nube violeta, a dos metros sobre el nivel humano, distante de ellos, juntas entre nosotras, lejos de los demás, envueltas en nuestro caparazón.
Tenía una frase cuando eras bebe, que la escribí en un papelito y la puse durante mucho tiempo debajo de tu almohada, ahora te la regalo y quiero que la asegures con grampas en algún lugar seguro de tu alma:
“Juntas, siempre juntas.
En la tierra corriendo descalzas o en el cielo batiendo alas.
Juntas, siempre juntas”
El tic tac canta, tal vez por eso no lo reconocí.
El tic tac ante tu esencia deviene en fragancias cítricas, dibujos, nombres, ambivalencias, locuras andróginas, ambigüedades que saltan y fluyen en tu anacrónica carcajada, en tu forma de ser espontánea y única.
El tic tac no existe.
Ya te encontré, sos la niña y la mujer.
Ya te encontré, son 17 años que suspiraron en mi oído una tarde veraniega, rompiendo moldes preestablecidos y rearmándolos con tu estética rebelde.
Ya te encontré… nunca estuviste fuera de mi.

domingo, 27 de noviembre de 2011

La puerta

Cruzó el umbral. La habitación estaba oscura, con unas velas dispuestas en lugares estratégicos de la mesa, el tablero de ouija en el centro y ellas sobre él, como aves de rapiña.
-Juan, ¿sos vos?- preguntó la rubita llorona, mirando hacia todos lados. El corazón le latía tan fuerte que tenía que hacer un esfuerzo desmesurado para no pararlo con un soplido.
-Es Juan, estoy segura de que es Juan- le responde una morochita, abrazándola con un brazo y sin dejar de soltar la guía del juego.
Un muchachito triste se asomó por la puerta, había escuchado el llamado tal como él lo hiciera, pero no quería intromisiones, se puso en el umbral y lo miró fijamente, era un alma joven, un alma tierna, estrenaba incertidumbre, estaba perdido. Sacó la lengua y se la pasó por toda la cara, le mostró los colmillos y penetrando un dedo en la punta, dejando desprendida la uña,  le demostró que estaban en su filo justo.
El muchachito que había escuchado el llamado miró a las chicas lloronas, dudó, intentó entrar, no pudo y se marchó.
Él cerró la puerta para que nadie más lo interrumpiera y decidió seguir el juego y divertirse.
-Juan, quiero saber si estás bien- preguntó la llorona- Amor de mi vida, ¿donde estás?
Se acercó a ella y poniendo la garra en uno de sus pechos y la otra sobre la ouija le contestó.
-Aquí estoy.
Algarabía.
La llorona lloró más.
Se sentó sobre el respaldo de la silla de la llorona y comenzó a tocarla, introduciendo la mano por la entrepierna, lamiendo los pezones, jugando con el lóbulo de la oreja, penetrando sus deseos con saña.
La muchacha comprendió todo. Se dejó hacer entre suspiros quedos, con los vellos erizados por la pasión de su Juan. Después de todo, era eso lo que quería... despedirse. Un último beso, una última caricia. Recordarlo por una eternidad y saber que allá, él también la deseaba.
Las otras chicas notaron el cambio y la miraban, dos habían soltado el tablero y sentían el frío en la habitación.
La llorona llegó al orgasmo entre risitas.
Una le tocó el hombro y rompió el encanto. Despertó.
-Él está aquí- les aclaró cuando las vio confundidas.
Las velas se apagaron y chillaron desesperadas en la oscuridad.
El sonido de la madera rota las sobresaltó aun más, una de las gritonas logró llegar al interruptor y prender la luz. El tablero ouija estaba quebrado en dos.
-Algo entró- sentenció la que entendía -y decidió quedarse.
Mayor alarma. Grititos histéricos. 
-Era Juan- aclaró la llorona que ahora sonreía satisfecha- era Juan, no tengan miedo, era mi Juan.
Ninguna estuvo conforme con la afirmación. El frío seguía siendo palpable.
Antes de salir se miraron, intimándose con la mirada, nunca olvidarían el día en la que una de ellas había sido ultrajada, las dos que soltaron la ouija lo habían visto y ninguna quiso hablar y confirmar lo que las otras sospechaban: Juan no había estado esa noche entre ellas.
La llorona llevaba un parásito en la espalda pero sólo lo sentía, cuando aburrido, jugaba con su sexo.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Regresar

Está sentada en un sillón blanco en el centro de una habitación inmaculada, sin ventanas, con una única puerta de entrada, no se imagina que por allí también puede salir.
No es nada que merezca preocupación... a veces le pasa.
Levita varios metros por sobre el nivel del mar. El habitáculo carece de techo, puede salir y mirar... salir, más no escapar.
No deben preocuparse... a veces le pasa.
Repasa los pasos sin saber si hubo un comienzo, sin lograr encontrar un sendero para recorrer.
Es nada y la nada es tanta que se apasiona por ella, la aturde, le grita entre los sesos y la deja ensordecida. Las imágenes entran por el iris, son procesadas pero no llegan a crear. La nada impide el paso. Tal vez es cansancio, tal vez es vejez, tal vez es agonía, tal vez... tal vez está perdida y no sabe como regresar (quien sabe? tal vez no quiere!) Retorna a su trono frió de mármol blanco y tamborilea los dedos, sonríe y se refleja en el aire. Se sorprende al verse ella misma, tan distinta, tan antigua, tan otra, tan sin ella. Son baches. Son pozos. Son rizos en la vida, rizos engominados, pegajosos, sucios y con olor a desastre mental.
No se preocupa. Ya pasará , o tal vez no. 
Mira la distancia que la separa de la tierra y cree que tal vez el espacio está en su mente, tal vez podría estirar los dedos y tocar a los demás mortales, no lo hace por miedo a cerciorarse de que está lejos y no sabe volver.
Se relaja y suspira.
-¿Por qué tan suspiradora?- le pregunta.
Se sobresalta, pero es un segundo, en el fondo sabía que no podía alejarse y separarse de ella. ¿Será que son una unidad?
Con los pies se impulsa y gira en su trono de vidrio blanco con rueditas escarchadas.
Juega a no mirarla, cierra los ojos y descansa.
La nada se escapa por la ventana y quiere agarrarla. No logra hacerlo. Abre los ojos y se encoje al saberla tan cerca.
-La nada no existe. La mente procesa, la mente crea, la mente inventa... la mente a veces... sólo a veces desea descansar. 
Escarcha se deja abrazar, se deja acurrucar. Cándida toma la lapicera y escribe (los teclados no son buenos para crear).
"Abrieron la puerta y la dejaron así, escuchó cuando llamaron a Juan"
Escarcha mira de soslayo el papel y Cándida  le acaricia el rostro.
-Hay una historia Escarcha... no te resistas, tal vez estés cansada, pero eso no te impedirá seguir.
Escarcha hunde el rostro en el pecho de Cándida y ésta la abraza mientras sigue escribiendo.
La historia de Juan... está por surgir...
La historia de Juan... está por llegar.
Juan quiere hacerse oír.
Escarcha levanta el rostro y presta atención.
Juan quiere salir y contar su historia.
Escarcha sonríe, duda, mira su trono almidonado, repasa la puerta y recuerda que sirve también para salir, duda otra vez, se mira las manos, se huele el cabello, se niega un poquito y luego acepta la lapicera...
Si... Juan está por cobrar vida!!!!

martes, 8 de noviembre de 2011

Cavilaciones: es importante concentrarse en lo que realmente existe.


Desde hacía un tiempo era inmune, se apretujaba contra los muros de la insalubridad mental y los piojos no penetraban su piel. La carne estaba macerada y a prueba de balas.
Era alentador saber que había madurado mentalmente, evolucionado sería la palabra correcta. No importaba en que dirección se hubiera desplazado, el sólo hecho de que el movimiento lo trasladara hacia lugares inexplorados lo hacía vencedor. Nuevos caminos, viejos miedos superados.
Nuevas metas por conquistar.
Se sentó en la plaza, y por fin, después de muchos años y otros tantos de sesiones divanescas, se sintió parte de la multitud caminante.
De soslayo lo miró aparecer por debajo de una piedra de importante tamaño. Estaba fundido en sus cavilaciones y logró verlo porque la roca se levantó unos cuantos centímetros, lo suficiente para que el ojo saltón dirigiera el iris hacia él. No importaba, tenía inmunidad. Estaba empapado con lo estéticamente incorrecto y lo moralmente obsceno. Etapa superada. Se sentó a su lado dispuesto a un dialogo reconciliador, no quería seguir por nuevos rumbos sin limar asperezas.
-Ya no te tengo miedo, sé que no existes, sólo estás en mi imaginación. Sos el residuo de un trauma de mi niñez- y para que todo quedara claro extendió la mano e intentó tocarlo. Bastó que los dedos se aproximaran a una distancia de cinco centímetros para que el ojo saltón se convirtiera en nariz, boca, cara y de un salto le cercenara las primeras falanges.
Corrió enloquecido por los pantanos, esquivando cuanto demonio se alzaba por sobre la bruma. Si hubiese intentado tocar al siquiatra se habría dado cuenta de que era él quien no existía.

martes, 1 de noviembre de 2011

Amarillo (final)


Ella sabía que Marisa la buscaría todos los años el día de los santos y que el 2 de noviembre se la devoraría. Majo sentía tanto terror de la mujer de amarillo como atracción. Por años soportó sus coqueterías tratando de no caer en la tentación, era la única mujer por la que sentía esa cálida lascivia.
Marisa era lo prohibido y por tal motivo… lo anhelado.
Esa noche durmió aferrada a la espalda de Adrian. El 2 de noviembre no la vio y el tres respiró aliviada, al menos por un año más.
Durante los cuatro años siguientes la perdió de vista, se aterraba ante alguien de amarillo pero cuando se daba cuenta de que no era Marisa respiraba con normalidad. Al llegar a los treinta el tema estaba prácticamente olvidado.
Majo desayunaba en el bar de la empresa cuando una niña pasó por su lado, se detuvo y le pidió unas monedas. La muchacha tomó la cartera y cuando se disponía a darle dinero, de soslayo percibió el color del vestidito, el billete se lo alcanzó sin mirarla. La niña se alejó dejando algo sobre la mesa. La mujer se percató de ello cuando intentó tomar un sobre de azúcar, al costado había una pequeña flor amarilla. Sin perder tiempo se levantó y la tiró a la basura, buscó a la niña con la mirada, no la encontró, pero reconoció a Marisa. Estaba afuera, con una cesta de flores amarillas, tranquilamente sentada en la vereda, dándole la espalda, comiendo pan con mermelada de durazno. Nada de esto podía ver, pero Majo lo percibía a la perfección. Retrocedió espantada tirando la bandeja del mozo. Se retiró por la puerta de atrás. No regresó al trabajo, era primero de noviembre y no valía la pena, sentía que estaba pronto su final.
Regreso a su hogar y esperó pacientemente, a las 12 de la noche golpearon a su puerta. Nunca hubiese abierto a esa hora, pero era una ocasión especial y sabía quién la visitaba.
-Te esperaba- le dijo la mujer recibiendo a la otra.
Se besaron como dos amantes desesperados y cuando el aire comenzó a faltarle Majo se alejó.
-¿Quién eres?- le preguntó directamente- ¿eres lo que intuyo?
Marisa se acomodó en la silla, sacándole las arrugas a su falda amarilla y con una sonrisa agria le contestó.
-Soy la luz.
Majo no esperaba esa respuesta, dudó. Se levantó confundida y con cierto temor se alejó.
-no me mientas, viniste a llevarme. ¿No es así?
-yo no llevo a nadie, soy sólo la guía. La luz.
Un extraño ruido se oyó en la casa, un pequeño temblor hizo tintinear unas copas en el viejo mueble del comedor.
El hedor llegó desde el fondo de la casa, sentía la presencia fuerte y calurosa a su espalda, estaba por voltear cuando Marisa le gritó.
-No mires, no temas. Mírame y no sentirás nada. Mírame soy la luz.
Majo entró en pánico, la presencia dura y escalofriante se acercaba de manera acelerada.
-Ten piedad- gritó –no me hagas sufrir, tenme piedad.
-Soy lo que pides, no mires atrás, mírame- le respondió con calma dándole la mano- No voltees, mírame.
Majo inhalaba sonoramente en medio de una agitación demencial y exhalaba en aullidos dolorosos.
-Dios-gritó desesperada- Dios, no quiero morir.
-Dios no- concluyó la mujer de amarillo- ¡sólo yo!
Lo que estaba detrás comenzó a aspirar, sentía que se escapaba de su propio cuerpo llevada por la succión del ente.
Lloró desesperada, tratando de asirse a cualquier cosa con tal de no abandonar su corporeidad, cuando miró a Marisa, ésta parecía sonreírle a través de un túnel.
-Sígueme- le gritó, y más liviana, sin tantos miedos, comenzó a caminar hacia ella, el túnel estaba cubierto de gusanos resbalando por las paredes y los pies se hundían en una masa pulposa, pero ya nada importaba, los ojos amarillentos la llamaban, excitándola… la seguiría a donde quisiera llevarla.

Fin
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