
No me gusta la palabra caníbal, no me gustaría que alguien me tildara de "caníbal" me suena a andar en bolas y con un hueso atravesado en la nariz.
-No me juego la vida, en realidad estoy jugando mi salud mental- comenta, sentado sobre un montón de tierra, apoyando el mentón en el cabo de la pala, mirando el cielo mientras medita.
-Son cosas de la vida. Nos dedicamos a esto, está escrito.
-Y quien lo ha escrito?- pregunta sublevándose
-El destino- contesta agitado el otro, desde el agujero, sin dejar de cavar.
-Cada vez que hago esto, siento que me estoy comprometiendo un poco más con el diablo. ¿Qué va a ser de mi cuando no me necesiten más, cuando decidan dejarme dormido? ¿A mi también me van a usar para vaya a saber que cosas? ¡No quiero que usen mi cuerpo en aberraciones!
-Entonces, que te cremen- le escupe el otro mientras rompe la madera con un pico.
El olor se hace palpable.
-No me has ayudado en nada- se queja cansado el del agujero, mientras intenta respirar con la boca.
-Creo que me voy a retirar de esto.
-Como vos quieras- responde cansado mientras se queda mirando el cuerpo que acaba de salir a la superficie, cree reconocerlo, y al hacerlo intenta en vano cubrir el rostro con su abrigo.
-ya lo vi, es mi hermano.
-no te pongas mal, ¡al menos vos estas vivo!
-¿Esta vida es consuelo? ¿Cuanto daño más haremos sólo por mantenernos en este mundo? ¿A cuantos profanaremos por unos años más? ¿Amo la vida o estoy enviciado con permanecer?
-no te pongas filosófico, nos están esperando con la mercadería.
Sacan el cuerpo entre los dos y lo arrastran hasta la puerta lateral del cementerio. Lo suben a la caja de la camioneta y reciben la paga, un frasquito negro con el elixir que necesitan para seguir despiertos.
-Yo paso- le dice mientras desecha el suyo tirándolo entre los yuyos.
El amigo abre grandes los ojos y sigue observando como el líquido desaparece, absorbido por la tierra, despertando algunas hormigas y larvas muertas.
-te queda poco tiempo ahora ¿decime que hago con vos? ¿Tengo que cavar de nuevo?-le recrimina
Pero el otro se sienta en el piso y cae de bruces.
Habrá que cavar otra fosa en un rincón del cementerio.
Es el segundo compañero que pierde en lo que va del año, no entiende como prefieren la oscuridad a un simple trabajo de desenterrador.
Dedicado a D.G.
Brevetta se sumergió en el monólogo y ellos bucearon por el respetuoso silencio que era reservado sólo a aquellos profesores que lograban desligarse de su personaje de malo con batuta y se arriesgaban a convertirse en un par, con unos años más.
La magia caía en cuentagotas produciendo angustia y miedo con sensaciones térmicas de bajo cero.
La historia que les contaba era tan antigua como el colegio y los condimentos que las distintas voces le agregaron a través de los años la habían macerado hasta convertirla en un exquisito manjar de horror.
Las puertas escondidas en la parte trasera del edificio y fuertemente protegidas con candados encerraban turbios accidentes biológicos de sus ancestros estudiantiles.
El linaje les pedía revancha, venganza, que la historia saliera a la luz y pudieran sus nombres descansar en la paz de los inocentes, de los erróneamente involucrados, porque los grotescos resultados de las clases de biologías habían estado supervisado por profesores que prefirieron esconder los resultados y poner un candado en la puerta… con la intención de olvidar.
A la historia la habían escuchado con anterioridad (¿o no?) ya sabían que los monstruos más groseros y amorfos se escondían entre la humedad de sus túneles (¿o lo estaban escuchando ahora y lo confabulaban con el tiempo?)
Eliana, Gisela, Diana y Mariana decidieron que no estaban preparadas para la verdad y que las puertas continuarían escondidas en lo desconocido hasta que se graduaran, y más también.
Gastón, Nicolás, Facundo, Franco e Ignacio se prepararon como fieros guerreros, culpándose unos a otros por la puñetera cobardía que se acusaban entre ellos sin lograr nada.
Ninguno se animaría a abrir las puertas, estaban cerradas con el precinto de lo desconocido y continuarían así por varias generaciones.
Se acercaban sacando pecho los valientes, pero el sonido de cuerpos que se arrastraban y deambulaban en la oscuridad les pegaba tan fuerte que retrocedían sintiéndose menos hombres.
Una casa embrujada se alimenta de miedo, si no hay gente que le teme es sólo una casa vieja más.
Con las puertas pasaba lo mismo, si no le temieran no escucharían los ruidos, y los extraños errores de laboratorio podrían seguir sus vidas sin temer que algún día un alumno desquiciado rompa el candado para entrar y sacar a la luz sus vidas tranquilas. Después de todo, ellos, no le hacen daño a nadie, un alumno perdido cada década no despierta sospechas… y la carne dura… la carne sacia… la carne los deja tranquilos en sus escondites imaginarios, en sus existencias poéticas y truculentas. Orgullosos de seguir siendo… las leyendas oscuras del colegio.