
No habló con nadie.
“Musa, invades el cruento submundo de mi mente, corroes mi cimiento dejándome tan sediento como hambriento, un día próximo, un segundo más tal vez, y las osamentas de mi escatológico ser correrán tras tu trémula piel para rasgarla y convertirme en un carroñero huyendo por los derroteros de mis letras, de mi vida, de tu vida, de lo que queda de tu vida… de tus sabios latidos ignorantes de su próximo silencio.”
La miró esperando una respuesta y ella sonrió estúpidamente sin saber lo que le decía, imaginando que algún día los halagos serían cascotazos y no se daría cuenta.
-¡Poesía!- pensaba- que mierda entiendo yo de poesía, a mi dame matraca- y mientras terminaba la frase se lo imaginaba desnudo, saltando sobre ella, abriéndole las piernas con brutalidad.
El muchacho esperó en vano alguna reacción y luego de unos momentos se levantó en silencio.
-Gracias por venir de nuevo Sofía- le dijo mientras sacaba unos billetes y se lo ofrecía con esa timidez que lo caracterizaba. Las manos blancas casi azuladas contrastaban con las morochas de ella.
Salió del departamento contenta y un tanto desilusionada también.
Él le ofreció dinero para ser su musa, al principio tuvo que explicarle la oferta porque se ofendió un poco sin saber que significaba “musa”, ese día Sofía retrocedió un paso con los nudillos duro y le gritó: ¡yo no hago ese tipo de trabajo che! Yo soy honrada, cuando quiero matraca me tiro a quien yo quiero y cuando quiero, sin que me paguen.
El poeta tardó unos cuantos segundos en entender lo que la mente de la muchachita había imaginado y con vergüenza le explicó que sólo quería su belleza unos minutos, tal vez media hora, uno o dos días a la semana, para que su mente lograra encontrar la inspiración que parecía estar escondida bajo la maleza de sus delirios.
Esa fue la primera explicación, tuvo que haber dos más hasta que ella captara la idea.
En un mes había estado en la casa 8 veces, se sentaban y tomaban café.
A Sofía le hubiese gustado un mate con chipaco, pero el poeta sólo tomaba café.
A Sofía le gustaba el hombre y le hubiese gustado tirárselo, pero el poeta sólo quería escribir.
Cerró la puerta y caminó por la vereda oscura, alumbrando con el celular el camino de vez en cuando.
Ahora que estaban en invierno tendría que decirle que la llamara un poco más temprano, a esas horas, por esos lugares... era un peligro.
-Espero que no me roben- se dijo y agregó sonriente – ¡espero que me violen, pero que no me roben!
Pensó en el poeta, las últimas poesías le dejaban una sensación extraña en el pecho, no entendía de lo que le hablaba pero había palabras que sonaban oscuras, le inspiraban miedo. Una angustia absurda la dominaba por horas hasta que lograba olvidarlo.
Se decidió a que la próxima vez lo grabaría con su celular y le preguntaría a un amigo que tenía, que era un intelectual (o al menos así le parecía a ella porque él usaba anteojos), qué querían decir aquellas palabras.
...continuará