
8 meses, 3 semanas.
El aire olía distinto. La Yeya se incorporó y lo olfateó.
Hay algo animal en ella que se contrae y se distiende queriendo salir.
Hay algo salvaje, libre, una luz blanca que se aproxima por debajo de las uñas, aprovecha los poros, los huecos, las fisuras, las llagas... ¡está por salir!
La Yeya camina sin titubeos, es como si pudiera hablar con el aire y saber de direcciones. Por ratos se agacha y toca la tierra, la siente, la absorve... y sigue.
Se para frente a los matorrales y sonríe.
Quiere al niño y la visión de sus manitas le hace sacar fuerza de flaquezas.
El cuerpo de la Yeya cae pesadamente al suelo y erguida queda una imagen fulgurante, hay luz y calor, hay una belleza innegable. Esconde el cuerpo que usa ante los hombres y entra, haciendo brotar las ramas secas con sólo rozarlas.
El cuerpo de la Negra Marta, tirado en la tierra, laxo, está a unos 15 mts.
Los niños se esconden abrazados, algunos se tapan los ojitos, otros los oídos.
La negra Marta tiene las piernas abiertas y una forma luminosa, negra y roja, está inclinada sobre ella, con una brazo le aprieta el vientre y con el otro intenta sacar al niño, metiendo la garra por la vagina.
La Yeya no se sorprende, sospechaba que ese demonio existía en aquel corazón muerto, en aquellos ojos rojos, en ese cuerpo que maldecía su maternidad.
Hay sangre en la tierra y el barro que forma le ensucia las piernas.
-¡Negra Marta!- grita el ente que en la cotidianidad de los humanos se hace llamar "Yeya".
Esa imagen siniestra se levanta sin mirarla y alza en alto al crío que llora, lo acerca y coloca la boca como ventosa sobre la carita manchada y succiona.
La Yeya se tira sobre el demonio, intenta tomar al niño pero éste cae pesadamente sobre el cuerpo de la Negra Marta y el ente roñoso que habita en la mujer gorda, se revuelca gritando, hasta que se levanta y ataca.
La furia es colosal.
Cuando se funden en abrazos rabiosos, los truenos resuenan.
Cuando se arrancan retazos de luces, las ranas lloran.
Cuando se muerden los ojos furiosos, el viento se asusta y contiene el aliento.
...
Las plantas apenas se mueven a su paso. Llega y se viste con el cuerpo de la Yeya. Llora y mira al cielo.
Hay 4 niños translúcidos que la acompañan ceremoniosos y uno de ellos carga el ángel del bebito. Todos blancos y puros.
La Yeya les muestra el camino besándoles los rostros y los 5, juntitos, se alejan evaporándose a través de un manzano que al instante da flor.
La Yeya regresa llorando, arrastrando los pies, rasgándose la piel con las espinas, espantando a la noche con sus lamentos.
El cuerpo de la negra Marta aun continua tirado en algún lugar del monte y su demonio de odio, yace a su lado.
Fín