
Hernán trató de ocultar su premura e intentó abrir la puerta con calma, pero tiró la llave una vez y no atinó a dar con la cerradura hasta el tercer intento.
Catalina se mantuvo serena y sonriente.
Tenían que entrar por el edificio nuevo y luego cruzar la puerta que los comunicaba con el sector viejo, al subir las escaleras él aprovechó para tomarle la mano. Catalina estaba helada. Por intuición tal vez, la soltó, y al instante se sintió arrepentido. Tendría que haberle preguntado si le hacía frío, darle su abrigo, pero ahora no se animaba.
Al llegar al archivero ella estaba muy agitada, hubiese jurado que debajo de aquel labial rosa tenía la boca con un morado mortecino.
Cuando entraron, Hernán no supo que hacer, la situación le resultaba inusual... en realidad, ella lo asustaba. No lograba descubrir que había en aquella mujer y se arrepentía de encontrarse en esa situación con una extraña.
La miraba atentamente mientras ella caminaba por la habitación lentamente, con las manos juntas en el pecho.
Volteó de repente.
-¿Me amas?- le preguntó inesperadamente y bajo la débil luz de la habitación pudo ver la palidez lánguida del rostro.
Hernán retrocedió, había algo en la mujer que carecía de todo matiz de normalidad.
El hombre permaneció en silencio.
Ella se acercó.
-Quiero que me ames, no se vivir en soledad- le aclaró y al hacerlo pudo sentir en su aliento el olor nauseabundo.
-En todo momento se mantuvo lejos de mi para que no la sintiera-pensó y no quiso sacar mayores conclusiones... temía lo que pudiera descubrir.
-No voy a ser piadosa contigo, tampoco te pediré las cosas con suavidad. Lo que deseo, lo tomo. Me gustas, tu calor me causa placer, el palpitar de tu corazón me reconforta y cuando éste se calle al menos tendré tus manos para tomarte y no sentir como me doblega la soledad. La eternidad es dolorosa cuando la habitas sin un par de manos para tomar- y diciendo esto levantó los brazos y puso los ojos en blanco, un inexplicable viento surgió de la nada abriendo la puerta de madera y empujándolo hacia adentro.
Hernán gritaba y trataba de asirse a todo para no ser tragado por la habitación contigua. En la lucha logró ver el cuerpo de Catalina exánime y aun más pálido que unos momentos atrás.
Volteó de repente.
-¿Me amas?- le preguntó inesperadamente y bajo la débil luz de la habitación pudo ver la palidez lánguida del rostro.
Hernán retrocedió, había algo en la mujer que carecía de todo matiz de normalidad.
El hombre permaneció en silencio.
Ella se acercó.
-Quiero que me ames, no se vivir en soledad- le aclaró y al hacerlo pudo sentir en su aliento el olor nauseabundo.
-En todo momento se mantuvo lejos de mi para que no la sintiera-pensó y no quiso sacar mayores conclusiones... temía lo que pudiera descubrir.
-No voy a ser piadosa contigo, tampoco te pediré las cosas con suavidad. Lo que deseo, lo tomo. Me gustas, tu calor me causa placer, el palpitar de tu corazón me reconforta y cuando éste se calle al menos tendré tus manos para tomarte y no sentir como me doblega la soledad. La eternidad es dolorosa cuando la habitas sin un par de manos para tomar- y diciendo esto levantó los brazos y puso los ojos en blanco, un inexplicable viento surgió de la nada abriendo la puerta de madera y empujándolo hacia adentro.
Hernán gritaba y trataba de asirse a todo para no ser tragado por la habitación contigua. En la lucha logró ver el cuerpo de Catalina exánime y aun más pálido que unos momentos atrás.
La calma regresó cuando el hombre cayó en medio de la vieja habitación y la puerta de madera se cerró con fuerza.
Se levantó despacio, temblando ante la imponente imagen de dos gárgolas.
Eran dos monstruos sentados, uno de ellos con las alas plegadas en torno a su cuerpo y el otro con las alas abiertas de par en par. Al mirar a la segunda descubrió que tenía cuerpo de mujer. Esperó uno momentos conteniendo la respiración. Sin saber que hacer. Se arrastró unos centímetros tratando de no hacer ruido, de acercarse a la puerta sin que el aire se enterara de que aun vivía. Cuando vio de soslayo que estaba cerca se dio media vuelta sólo para encontrar el cuerpo de otra mujer apoyado en la pared.
Hernán gritó desesperado, aturdido, casi enajenado.
Nunca escuchó cuando la gárgola se le acercó lo tomó con las pezuñas y comprimiéndolo contra su pecho, cerró las alas en torno a él.
Los gritos de Hernán se escucharon unas cuantas horas más.
La primera gárgola esperó a que el hombre de su compañera dejara de luchar y recién ahí, ella también abrió sus alas, dejando caer un polvo espeso con pequeños restos de huesos.
Con una profunda exhalación tomó el cuerpo de la otra mujer que se encontraba dentro y se preparó para salir a buscar un nuevo amante.
Se levantó despacio, temblando ante la imponente imagen de dos gárgolas.
Eran dos monstruos sentados, uno de ellos con las alas plegadas en torno a su cuerpo y el otro con las alas abiertas de par en par. Al mirar a la segunda descubrió que tenía cuerpo de mujer. Esperó uno momentos conteniendo la respiración. Sin saber que hacer. Se arrastró unos centímetros tratando de no hacer ruido, de acercarse a la puerta sin que el aire se enterara de que aun vivía. Cuando vio de soslayo que estaba cerca se dio media vuelta sólo para encontrar el cuerpo de otra mujer apoyado en la pared.
Hernán gritó desesperado, aturdido, casi enajenado.
Nunca escuchó cuando la gárgola se le acercó lo tomó con las pezuñas y comprimiéndolo contra su pecho, cerró las alas en torno a él.
Los gritos de Hernán se escucharon unas cuantas horas más.
La primera gárgola esperó a que el hombre de su compañera dejara de luchar y recién ahí, ella también abrió sus alas, dejando caer un polvo espeso con pequeños restos de huesos.
Con una profunda exhalación tomó el cuerpo de la otra mujer que se encontraba dentro y se preparó para salir a buscar un nuevo amante.
Cada diez años, cuando sus amados quedaban reducidos a polvo, furiosas y deshechas por la soledad, partían en busca de un nuevo hombre que les diera el calor que sus pétreas almas anhelaban.
Antes de cerrar la puerta miró a su compañera... la gárgola sonreía satisfecha.
fin