
Ya no tenían edad para esos trotes, pero se veían obligadas a correr y esconderse.
No molestaban a nadie, no entendían por que se metían en su casa, con linternas, a buscarlas de noche... siempre de noche ¿Es que acaso no descansaban?
Cándida y Romina se tomaban de las manos cuando los sentían llegar y se ocultaban en el ropero de la habitación que fuera de sus padres. Cándida, como hermana mayor debía proteger a su gemela. Romina lo sabía, así que ante el menor sonido se aferraba a ella y esperaba que la salvara.
Todo había comenzado hace casi un año, cuando estaban sentadas en las mecedores del patio de la casa antigua y no se percataron de los jóvenes hasta que vieron los ojos aterrados de aquellos. Desde ese día la casita en medio de la nada era visitada por curiosos casi periódicamente.
Allí estaban escondidas, una vez más, Romina lloriqueaba y Cándida le daba palmaditas en la encorvada espalda tratando de tranquilizarla, pero la veía temblar acurrucada bajo su pecho, espantada de esos entes, que la ira le desencajaba el rostro con cada minuto que pasaba.
Estos eran distintos, espió por el resquicio. Tenían cámaras y pequeños grabadores, luego entró un hombre bajito y rechoncho con sotana, tirando agua nauseabunda por doquier, haciendo cruces, rompiendo la armonía del hogar, exhortándolas a abandonar la casa que las viera nacer.
Tomó uno de los vestidos que aun colgaba de una percha, casi reducido a harapos y que se salvara del gran incendio, cubrió a Romina y abriendo de una patada la puerta salió enfurecida, rugiendo, era la primera vez que rezumaba ectoplasma por los ojos, la nariz, la boca. Se ahogaba en el líquido espeso, pero era tal la sensación de impotencia que se sentía desbordada. Ella no molestaba a nadie. Rugió, vomitó y gritó sobre ellos hasta que sólo quedo la cámara abandonada y el eco de los aullidos de los visitantes que huían sin mirar atrás.
El mudo testigo con su ojo electrónico captó cuando la vieja abría el ropero, sacaba a su hermana, y juntas desaparecían en las profundidades de un par de tumbas que se escondían entre los matorrales.