Monstruos que retozan en este sitio:

martes, 9 de febrero de 2010


La mujer apagó la luz y él la prendió,
¿Quién se creía que era? No podía llegar a su morada, invadirla y decidir sobre todo como si él no estuviera ahí, como si no existiera, como si no mereciera que se le hiciera una consulta por pequeña que fuera o trivial.
Ella miró el foco y lo prendió de nuevo haciendo subir y bajar el interruptor varias veces, proclamándose reina y dueña absoluta de la luz y del momento en que debía estar prendida.
Es más, se metió en su dormitorio y se dispuso a dormir donde antes dormía él.
¿Y ahora? ¿Tenía que bajar la cabeza e ir a dormir a la cucha del perro? ¿Bajo la lluvia, el sol, la luna, el rocío o el tirano calor?
Miró las paredes, recorrió las habitaciones: el baño, el comedor, la cocina, el lavadero.
Compró la casa el día que se caso con Ana. Con Ana tuvo dos hijos que crecieron y se fueron a tejer sus propias madrigueras. Con su Ana en esa casa soporto momentos adversos y afortunados. ¡Su Ana murió entre esas paredes!
Y ahora vendrían a instalarse justo en el lugar que era suyo por derecho de vida. ¿Dejaría? ¿Dejaría que lo corrieran del espacio donde los buenos recuerdos se entrecruzaban en el tiempo y aparecían y desaparecían jugando con las dimensiones?
¡Eso no pasaría! ¡No mientras él fuera el hombre de la casa!
Abrió la puerta haciéndola estrellar contra la pared y tiró el cuadro que la nueva mujer había colgado delante de sus propias narices unas horas antes.
Ella se levantó de la cama gritando y se paró en medio.
¿Lo estaba desafiando?
Rugió con fuerza, levantando las sabanas y haciéndolas volar como aves gigantescas, por la pieza. No se desafía al dueño de casa. No se mete donde uno a vivido siempre. No se roba la intimidad, ni se daña el hogar de tantas almas.
Ella gritó aterrada y se fue, desesperada, llorando, tirando las llaves en la huida.
Se paró en la ventana y miró hacia afuera.
Ella cruzó por fuera y cuando lo miró se llevó la mano a la boca tapando un gritó de angustia.
Era hora de que lo viera.
La tercera vez que le pasaba, se instalaban y no se daban cuenta de su presencia hasta que lo hacían enfurecer.
Otros vendrían y otros se irían.
Nadie volvería a vivir en el lugar donde los tiempos se entretejían.
Su Ana cruzó de una pieza a la otra y le sonrió.
Si. Por eso era él, el hombre de la casa.

3 comentarios:

Musaraña dijo...

Un buen aviso para mirar bien las casas antes de hacer mudanzas..Una amiga me contó una vez que en su casa pasaban cosas asi, parece un tema muy intrigante...

Perdona el rollo, como siempre muy bueno. Con esa tensión hasta el final. Deberías hacer cortos de terror, se te daría muy bien. Tienes talento.

:)

Malena dijo...

ESA PRESENCIA DE ANA, ESA SONRISA,
ESE DOMINIO DE LA SITUACIÓN POR PARTE DE "ÉL"...!

BRILLANTE, AMIGA! HE RECREADO
LA ESCENA EN MI CABEZA, PASO
POR PASO!!!!

ESPERO EL SIGUIENTE POST, ÁVIDA
DE MÁS EMOCIONES!

ABRAZO_INMENSO!

MALE.

madroca dijo...

Uno de los mejores textos que he leído últimamente escarcha, uffff, de esos que realmente te enganchan a sabiendas de que vas a quedarte helado.
un 10 querida amiga

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