Monstruos que retozan en este sitio:

sábado, 11 de septiembre de 2010

La Cadena


La cadena decía: envíalo a 450 personas o 10 rayos caerán en tu camino, cien demonios golpearán a tu puerta y mil almas en pena rozarán sus cadenas en tus tobillos cuando camines, de la cama al baño, en la oscuridad de la noche.
La leí dos veces, lo pensé tres, lo medite cuatro y la cerré de una.
Todavía recuerdo que cuando me levanté me encontré en el espejo del living con una sonrisa sobradora, de esas que se nos planta en la cara cuando sabemos que determinada situación está a la altura de nuestro ombligo, esas sonrisas que nos sale cuando nos sabemos ganadores, elevados, megalómanos, estafadores.
Y pensar que había gente que le creía a esas estupideces.
Poca cultura generaba esos miedos.
El que la había mandado tenía serias limitaciones intelectuales y todos aquellos que obedecían las indicaciones del texto eran colaboradores de la ignorancia.
Se me cruzó por la mente que ahora, cualquiera podía tener una PC e Internet, y que a través de ésta se desplazaba la incultura por todos lados queriéndose relacionar con todos, hasta con los que la despreciaban.
Sintiéndome superior a todo, a todos, me fui a la cocina a ver que encontraba en la heladera. Sonó el timbre.
Dejé la heladera abierta y corrí a la entrada.
Al abrir la puerta me encontré sólo con la oscuridad de la noche, pero algo subió por debajo del pantalón y corrió por la pierna hasta quedar abrazada a mi rodilla.
La sensación de asquerosidad me confundió. Comencé a gritar y golpear con fuerza los pies contra el suelo, cerré la puerta con furia y con la premura que el caso ameritaba me saqué el pantalón, rompiendo el cierre y arrancando el botón.
En la rodilla tenía una araña enorme, agarrada a mi piel como si de una garrapata se tratara.
Intenté sacarla a los manotazos y luego golpeándola con una toalla que había a mano.
Entre el asco que me producía y la sensación de terror que me torturaba las manos con espasmos nerviosos, vomité todo lo que había comido y más también.
La tenía adherida como un parásito grande y oscuro. Cómo un castigo o una maldición. Esto último no se me cruzó por la mente, hasta el momento en que mi madre abrió la puerta de entrada y el bicho cayó muerto al suelo. Asustada por encontrarme en un estado tan deplorable de nerviosismo e histeria, intentó darme calma para que pudiese contarle algo por encima de los sollozos.
Mencioné el timbre, el arácnido, más no la cadena maldita.
Me di una ducha, intenté relajarme, me tomé una pastillita para poder dormir tranquila y me fui a la cama.
A las cuatro me desperté con unas ganas horribles de orinar, no lo pensé, me levanté como autómata y me dirigí al baño en la oscuridad.
Antes de que llegara algo rozo mi tobillo. Recordé la araña y me quedé inmóvil. Tanteando encontré el interruptor y prendí la luz. Miré hacia abajo, los últimos eslabones de una cadena doblaban el recodo y se dirigían a mi habitación.
¿Qué encontraría si espiaba en esa dirección? ¿Qué horror me esperaba escondido bajo mi cama?
Estaba tentada de llamar a mi madre y que ella me socorriera, que mirara en mi cuarto como cuando era niña y que corriera al cuco que se escondía en mi ropero también.
Que me acompañase a la cama y se sentará a mi lado, tocándome el pelo hasta que me durmiera.
Poca cultura generaba esos miedos. Yo lo sabía, mi madre lo sabía y la gente culta con la que me relacionaba también.
Respiré hondo, me enderecé, levanté los hombros y con lo que me quedaba de dignidad caminé hasta el living, prendí la computadora y envié la cadena a los 450 que me indicaba y a unos tantos más también, por si, para acallar demonios y tranquilizar las almas en pena.
Sigo pensando que las cadenas son de gente de poca cultura y los que la obedecen son colaboradores de la ignorancia. Crédulos, supersticiosos y pobres almas escasamente cultivadas.
Me río cuando las encuentro, gozo con aire de superioridad cuando las cierro. Y a las 12 de la noche, cuando nadie me ve, las mando obediente, me pongo una remera en la cabeza como cuando era niña y jugaba a tener pelo de polera, me anudo la sábana a la cadera y me acercó sigilosa, cambiando hasta la forma de mirar.
Porque cuando las mando no soy yo.
Inventó personajes, personalidades, cierro los ojos y trato de no verme.
Poca cultura genera esos miedos.
Yo lo sé, mi madre lo sabe, mis amistades cultas lo saben, mis otros yo... ¡no!

7 comentarios:

Renate Mörder dijo...

Muy buen relato, ameno y bien resuelto. Lo voy a pensar dos veces antes de cortar una cadena jaja
Felicitaciones y besos
Renate

Musaraña dijo...

Ay esas malditas cadenas! Siempre te hacen pensar, ¿será verdad que me pasará eso?...Por si acaso, ya después de leer tu historia voy a mandar un par de miles de emails..

Que grande eres, leche!

escarcha dijo...

gracias mujeres por los comentarios!!!!
;-)

NURIA dijo...

Escarcha de mis amores, sabes que al final Male me convenció para formar parte del País de los Bosques??
Si es que lo que no consiga ella, con esa carilla que te pone..

Enfín, qué decirte?? Que me acojonéeeee!

Joer, y estoy sin perro!

(Y sin "martini"!) Ay! Que no se pueden publicitar marcas!

Besazo enormeeee!

Nuria :)

escarcha dijo...

Nuria, niña mala!!! no sabia que escribías!!
Me encanta saber que estas en el País de los bosques!!!!

Tengo una botella de licor de menta pa celebrar che!

;-D

Saludos!

madroca dijo...

Joooooooooo, y porque será que las que dicen que si lo cumples te tocará la lotería o un auto, o un chalet en Beverly Hills nunca se realizan.

Buenísimo maestra

Bee Borjas dijo...

Me encantó Diana!!! Es verdad esas cadenas me tienen los ovarios inflamados, pero cuando las vas a borrar de un plumazo... Zas! Te agarran esos 5`de estupidez mental y terminás enganchándote como una imberbe... Buenísimo el cuento genia! Beso y medalla de honor! Bee.-

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