
Camina bordeando los grandes rosales de su abuela, es hora de visitarla, hace mucho que no la ve.
¡Sólo espero que no me duela!
Está sentada a un costado de la casa, a la sombra de una parra, tomando mate con chipaco. Sonríe. Tiene esa mirada cansada y siente que la ama aun más cuando reconoce cada arruga que le surca el rostro. Se sienta frente a ella y aspira profundamente el perfume de su cabello, que la suave brisa le acerca a sus sentidos.
¡Sólo espero que no me duela!
No le habla, sólo se limita a mirarla.
La abraza, siente su calor. Su "mami", su "abu", ¡viejita linda!
No entiende porque, el momento que lo colma de dicha, se ve interrumpido por esa frase. ¿Por qué no deja de pensarla, de decirla?
Sale y se dirige a la casa de su hermano, debe despedirse también de él, estaría mal partir sin un "adios". ¿Pero a donde va?
¡Sólo espero que no me duela!
Él duerme la siesta.
Por un instante se sorprende de la velocidad con la que pasa de un lugar a otro, cree que está por entenderlo todo, la verdad está muy cerca, ya está llegando... sólo debe completar el ritual.
Se acerca y le besa la frente. Su hermano se sobresalta y se sienta en la cama.
Se aleja lentamente sin dejar de mirarlo, quiere llevar esa imagen en su mente siempre, ¿podrá recordarlo luego? ¿recordará algo de todo lo que deja?
¡Sólo espero que no me duela!
Regresa.
¡Sólo espero que no me duela!
Lo está comprendiendo todo, la realidad ya está asimilada.
Entra a su casa y se ve, sentado en la silla, con la cabeza tirada hacia atrás.
Los ojos semi cerrados y la boca abierta en la última frase que dijera antes de dispararse al corazón...
¡Sólo espero que no me duela!-