"Lléname los ojos
Con mil besos babosos,
Descúbreme el pecho
Y riega esperanza
Entre mis omóplatos,
Colapsa los ritmos cardíacos
Y enséñale a mi vida
A vivir a tu modo.
Plebeyo, esclavo,
Mero residuo involuntario
De un amor impiadoso.”
Hace falta más carne.
El muchacho tiene que salir a cazar. Cruza tres barrios y deambula buscando la niña que ya tenía marcada. La encuentra sentada en una esquina junto a cinco chicos más.
Se pasa la mano por la nuca, quiere dejar de sentir la sensación de unos ojos clavados en él.
La paranoia aumenta.
Luego de dos horas hace amistad con la muchacha y con engaños se la lleva. Le dice que le va a regalar una gallina, que las tiene en el fondo de la casa.
Se van los dos, él por detrás.
Cuando están ahí la toma fuerte, tapándole la boca y el tajo abre la garganta.
La sangre salta esparciéndose en varias direcciones. Cierra los ojos para no ver las manos como garras, todas tienen el mismo ritual de muerte.
Escucha una risa y cuando mira, ve a su Cándida bajo la lluvia carmesí en una especie de ablución diabólica.
Escucha una risa y cuando mira, ve a su Cándida bajo la lluvia carmesí en una especie de ablución diabólica.
Está como en trance, se ríe y se masturba con el elíxir rojo.
Lautaro comprende todo, hay una especie de destello, fragmentos de imágenes lo asaltan y las piezas del rompecabezas empiezan a encastrar perfectamente.
¡Cuánto la amó y cuánto se equivocó en ello!
Saca la mano de la boca de la niña que en un hilo agónico salido de la tráquea… grita.
Cándida resurge de su sopor y queda con su amado en un duelo de miradas, aún hay una sonrisa obscena distorsionándole la cara.
Lautaro recuerda la sensación de ser observado, las risas extrañas que a veces descubría en su amada, el anillo encontrado en la tumba.
¿Quién ha sido Cándida?
Recuerda cuando ella le lee la nota de que debe comer carne humana y cómo le recalca que ella va a morir. Que ella lo abandonará en contra de su voluntad. Que él está sano y ella sufre. Que la necesita.
¿Quién es Cándida?
Cae de rodillas aturdido y la sonrisa se hace aún más amplia y extraña en la muchacha, luego grita.
Aúlla y corre en dirección a la calle.
-La mató- vocifera -¡Dios! ¡La mató! ¡Lautaro la mató!
Los vecinos se agrupan alborotados, enardecidos por la arenga de la joven demente. Entran.
Lo encuentran al lado de una quinceañera degollada. No intenta nada. Lo linchan. Las patadas y golpes lo desarman. Cándida ríe en secreto, se tapa la boca para que no la vean disfrutar.
Se ha subido a un árbol para poder tener una mejor visión de los sucesos. Se orina. Cuando todo acabe tendrá que buscar otra presa.
Ya no se aburre desde que los títeres acatan sus órdenes.
La carne la está sanando y las abluciones en sangre la revitalizan.
El poder que tiene sobre titanes absurdos devenidos a títeres paranoicos, la mantiene viva.
Cuando se va lleva el cuaderno de escritos de Lautaro.
Siempre esconde entre sus prendas algún recuerdo de sus muñecos.
Fín
6 comentarios:
wooooaaaa no me la esperaba!!...que final!!!ni se me cruzo por la mente que ella era realmente quien le manipulaba....cándida no era tan cándida despues de todo jejeje.
Buenisimo super genial relato.
Escarcha idolaaaa!
Besos
Si es que con ese nombre..., Cándida. Buf, qué bueno. Es un cuento tan inquietante y hermoso. El amor como fuente de manipulación. Genial.
Como siempre me sorprende el final..
Genial
La imagen también me mola mazo
tengo que ponerme al día con todos los capítulosss XDD, gracias por tus palabras!!! leeré todo porque se ven buenas críticas por aqui ^^
besitosss
Exquisito final para una historia llena de misterios.
¡¡Me encantó!!
Saludos.
Y se subió la falda.., se abrió las heridas.., las dejó sangrar.., Aunque doliera.., aunque no encontrara motivos, tocaba vivir..
Se llamaba: Malena
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