Voy a ser horrorosamente cursi, asquerosamente común y tediosamente sentimental: ¡Te extraño!
Me hace falta la sobriedad de tus labios y me enfurece aceptar que todavía extraño tu inteligente diatriba.
Esta esquela tendrá que ser leída y olvidada.
No estoy segura aun de enviártela pero bien valía la pena exteriorizar lo que me mortificaba, y dejarlo como evidencia de mi sentimiento común y trillado, de mi poca originalidad a la hora de amar y extrañar.
El punto cumbre ha sido despertar, y asombrada reconocer que te había soñado gran parte de la noche.
Me senté a recorrer mentalmente las imágenes que me transportaban a otra época.
Me soñé abrazada a vos, oliendo disimuladamente tu cuello, embelesada y abrumada por tu presencia.
Te besaba.
Me acariciabas.
Te mordía.
Me invadías con tu peso, dejándome diminuta y escueta bajo tu pecho.
Me desperté cuando tu lengua, caliente y suave, jugaba a buscar la mía en la boca.
Juro que cuando desperté aun sentía tu sabor.
No logré reconciliarme con Morfeo y la vergüenza de haber caído en la cursilería de soñarte me revolvió el estomago.
Fue cuando me dejé llevar por la tentación de mezclarme en la abulia de otra situación común: escribirte una carta. ¡Esta!
Hace dos meses que me revuelco en tu ausencia y aun no me acostumbro.
¿Qué habrás visto que te llevó a cometer la hazaña de dejarme?
Juraste que me escribirías y que entre estudio y examen, seguro, encontrarías el tiempo necesario para una visita.
Hoy, no te diré que aun te espero porque no es así, cada vez que golpean a mi puerta la sensación de felicidad me noquea un rato.
Todavía estoy en la incertidumbre.
Cuando meta el papel en el sobre que tengo al lado seguramente ya estaré convencida de completar el ritual ridículo de todo enamorado.
Odio caer en lugares comunes, odio pecar de predecible, pero los acontecimientos a veces lo ameritan y el amor siempre es uno de ellos.
Hasta pronto o adios amor. Tu lo decidirás.
Me hace falta la sobriedad de tus labios y me enfurece aceptar que todavía extraño tu inteligente diatriba.
Esta esquela tendrá que ser leída y olvidada.
No estoy segura aun de enviártela pero bien valía la pena exteriorizar lo que me mortificaba, y dejarlo como evidencia de mi sentimiento común y trillado, de mi poca originalidad a la hora de amar y extrañar.
El punto cumbre ha sido despertar, y asombrada reconocer que te había soñado gran parte de la noche.
Me senté a recorrer mentalmente las imágenes que me transportaban a otra época.
Me soñé abrazada a vos, oliendo disimuladamente tu cuello, embelesada y abrumada por tu presencia.
Te besaba.
Me acariciabas.
Te mordía.
Me invadías con tu peso, dejándome diminuta y escueta bajo tu pecho.
Me desperté cuando tu lengua, caliente y suave, jugaba a buscar la mía en la boca.
Juro que cuando desperté aun sentía tu sabor.
No logré reconciliarme con Morfeo y la vergüenza de haber caído en la cursilería de soñarte me revolvió el estomago.
Fue cuando me dejé llevar por la tentación de mezclarme en la abulia de otra situación común: escribirte una carta. ¡Esta!
Hace dos meses que me revuelco en tu ausencia y aun no me acostumbro.
¿Qué habrás visto que te llevó a cometer la hazaña de dejarme?
Juraste que me escribirías y que entre estudio y examen, seguro, encontrarías el tiempo necesario para una visita.
Hoy, no te diré que aun te espero porque no es así, cada vez que golpean a mi puerta la sensación de felicidad me noquea un rato.
Todavía estoy en la incertidumbre.
Cuando meta el papel en el sobre que tengo al lado seguramente ya estaré convencida de completar el ritual ridículo de todo enamorado.
Odio caer en lugares comunes, odio pecar de predecible, pero los acontecimientos a veces lo ameritan y el amor siempre es uno de ellos.
Hasta pronto o adios amor. Tu lo decidirás.
Escarcha.
Nunca envié la estúpida carta, me senté a hojearla y era tan usual, ordinaria, común que me sacaba ampollas en los dedos de sólo tocarla y me brotaban de los ojos, gotas rabiosas de pus, al verla.
Abrí grande la boca, regurgite jugos enzimáticos para triturarla y me senté a verla destruirse.
¿Que habrá visto él, en mi, que lo obligo a alejarse presuroso aquella tarde?
Una vez disuelta la carta desate el ombligo, introduje lo que quedaba del papel en la segunda cavidad estomacal, y volví a hacer el nudito.
¡No entiendo que pudo ver!
4 comentarios:
¡Encantado de saludarte, Escarcha!
Te felicito por el texto, porque
como dice Malena es ¡Original
al ciento por ciento!
¡Un fuerte abrazo, y buen comienzo de semana!
Carlos
Como siempre sublime en la escritura, el tema, el texto, un autentico placer leerte, aunque en este post quizá hay un atisbo de autobiografía, no sé, me descolocas cuando escribes, y eso, ,,, eso me encanta
Eres la leche tía!! Genial!!
Cada vez se me adelantan más caballeros para felicitarte, señal de los aplausos que merecen tus talentos.
Un mordisco guapa!!
No entiendo como me perdí este relato!!! Muy bueno Escarcha, el final como un sello con tu firma...!!!
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