Los escuché llamarme, implorarme, insultarme, amenazarme. Cada día cambiaban el método de dirigirse hacia mi. Y cada una de sus metodologías hizo mella, me sentaba en el patio y aunque el sonido de sus voces enfermas y debilitadas ya no me llegaba, igual me tapaba los oídos en una frustrada esperanza por acallar sus voces en mi recuerdo.
Cuando la casa quedó por fin habitada por silencios, ella decidió partir, mi desesperación me llevó a seguirla hasta el bosque e implorar por su retorno. Me ordenó que me marchara y siguiera con mi vida.
Ella necesitaba continuar con una nueva etapa de evolución, su ciclo de humana servicial y plenamente amoldada a la rutina social se terminaba.
Dormía en un hueco que había cavado debajo de un gigantesco árbol, de madera rojiza. Se alimentaba de orugas y lombrices. Desde lejos, escondida en el monte, la veía tragar, vomitar y volver a intentarlo hasta que pasados unos días el organismo se acostumbró a la nueva dieta. La observé doblarse, entre quejidos, tomándose del vientre y supuse que se retorcía de dolor. Tres o cuatro veces me acerqué con la intención de ayudarla y siempre me golpeó, lanzándome rocas con tanto tino que terminaba en mi casa, escondida en el ropero, lamiéndome las heridas.
Perdió mucho peso. Al mes comenzó con el siguiente paso, subía al árbol, agitaba los brazos desnudos y esqueléticos. Se tiraba intentando volar. El cuerpo perdió su forma por los huesos quebrados que fusionaban de manera anormal. Nunca vi persona tan decidida a sufrir una metamorfosis antinatural. Sólo ella podía soportar tanto dolor tras un objetivo que creí imposible. Supuse que en algún momento me internaría en el monte y la encontraría desnucada junto al árbol o muerta de inanición. Ni lo uno, ni lo otro pasó.
La mutación fue lenta y abominable. Los años la convirtieron en un ser enjuto, lampiño. De noche, corría veloz, doblándose las piernas en tres nuevas articulación, se trepaba a los árboles con una ligereza espantosa y se desplazaba por las alturas, planeando de una copa a la otra. Emitiendo alaridos que me provocaban dolores de estómago. Para esos tiempos ya no dormía dentro de la casa, me quedaba donde supimos tener un gallinero y dormía debajo de unas mantas raídas. Los fantasmas habían copado todo el territorio del hogar y se desplazaban arrastrando los pies, increpándome. Desaparecían los pedazos de pan duro que conseguía en la calle y se comían hasta los caramelos que me regalaba el hombre de la esquina, a cambio de un poco de sexo pervertido, en el baño de su casa.
¿Van sintiendo compasión por mi? ¿Se están dando una idea de cuanto sufrí?
Necesito que entiendan por todo lo que pasé para que luego comprendan... ¡lo que hice!
continuará
10 comentarios:
Me pone los pelos de punta D: Me pregunto que fue eso que hizo e.e
Ooooorrrgggg!!!
Lo cortas en lo mejor! xDD
Besotes
Y ahora.... ¡me quedo con los pelos de punta hasta la próxima entrega...!!! Muy bueno Diana, me has clavado la estaca de la intriga con eso de "lo que habrá hecho..." Abrazo
¡¡Como escarpias me has puestos los pelos,Diana!!
Me ha recordado a Gollum,que mal me he sentido..ainsssss.
Buenísimo ,de verdad.
Besazos.
Ayyyy, mujer!!! Con esta historia por entregas, me estás matandooo!!!
Además elucubro posibles secretos y me enredo más. Ansiedaddddd!!!
Qué se venga la tercera parte!!!
Besos embrujados, amigaza!
P/D: Estas mujeres tuyas meten miedo de verdad...
Leí las dos partes de golpe y me cambiaste la manera de ver esto de la literatura en capítulos, me gustó, no me molestó, eso sí, uno quiere saber ya qué va a suceder.
Un abrazo.
HD
A ver qué sale de todo esto, de momento se está liando, ya salen varios bichos y ninguno bueno.
Un abrazo
Estoy atento al desenlace.
Besos
Está entrega me ha parecido muy corta de lo rápido que la he leído...
Transmites muchas emociones en pocas palabras...
Me has dejado así O_O xDD
Uf, no puedo esperar, tengo que seguir.
Saludo :)
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