Monstruos que retozan en este sitio:

martes, 27 de septiembre de 2011

miedo, ¿miedo? ¡miedo!


"Miedo" era lo único que podía repetir cuando la encontraron semidesnuda, cubierta con una manta raída, a la salida de un pequeño templo abandonado.
Nadie la conocía, tenía la mirada perdida, las manos cerradas en torno a sus hombros, el pecho huesudo, la frente amplia cubierta de un fino manto de transpiración que contradecía el frío de aquella noche.
-¿Cómo te llamas?- le preguntaban los buenos samaritanos que la recogieron.
-Miedo, miedo- repetía, abriendo grande la boca, dejando al descubierto sus pocos dientes, el olor nauseabundo de su aliento.
La levantaron sin esfuerzo, era una muchacha alta pero de bajo peso, estaba prácticamente sin músculos, era un esqueleto cubierto con una manta.
Doña Rosa se ofreció a tenerla en su casa hasta que la policía llegara para ayudar.
Ni bien la dejaron en el comedor los tres campesinos partieron en las camionetas en busca de ayuda.
-Tengo sopa, ya la caliento y te doy- le dijo ella observándola desde lejos.
La mirada había cambiado ni bien la puerta se cerró dejándolas solas en el habitáculo.
La mujer se levantó de un salto, tirando el trapo que la cubría, mostrando el cuerpo marcado con gruesos arañazos en el pecho, el abdomen, las piernas, la entrepierna.
-¡Miedo!- gritó arrancándose mechones de cabello y doblándose desesperada.
Doña Rosa lejos de acercarse para consolarla intentó sacar llave a la puerta para huir, desesperada. Los gritos de la mujer grande aumentaron la histeria de la joven que al ver que la puerta se abría se abalanzó sobre ésta, mordiéndole el cuello, sacando un grueso trozo que deglutió con fruición.
Cuando la policía llegó, la aparecida se había cubierto de nuevo con la manta y estaba sentada sobre el cuerpo inerte de la vieja.
Todos quedaron parados en el umbral, con la boca abierta, los ojos contaminados por la escena.
-Miedo- les dijo sonriente señalándolos- ustedes, miedo- volvió a repetir riendo por ratos.
Un alarido extraño rajó la oscuridad y varios ojos rojos iluminaron la noche, trepados en el techo de la casa, brotando por los costados de la tapia.
Sombras hambrientas, humanoides desarmados por la hambruna, en un monte que se extinguía.
-¿miedo?- preguntó uno saltando desde un árbol y cayendo a centímetros del grupo, con la cabeza sin pelos, con la piel ajada despegándose de los huesos y cayendo desvencijada por partes.
“miedo, miedo, miedo, miedo
murmuraban los otros acercándose, atropellándose por momentos ante el inminente festín que las tripas imploraban a gritos.

lunes, 19 de septiembre de 2011

CUIDADO CON LOS RENOS




El maestro discovery les había anunciado que el 2012 sería el año del fin de los tiempos.  Ellos creían que las catástrofes naturales eran una forma de encriptar el mensaje, la tierra no podía volverse en su contra y hacerlos desaparecer, el mensaje seguramente estaba oculto.
Se reunieron el viernes después de la clase de biología y deliberaron durante 3 horas, la conclusión a la que llegaron fue unánime.
Hacía unos dos o tres meses había aparecido, tímidamente, en alguna vidriera, una prenda tejida con un reno dibujado en el centro, desde esa aparición escueta hasta el presente se habían multiplicado por doquier. En tres cuadras contaron 15 personas que llevaban prendas tejidas con los dichosos renos en los colores más diversos.
Eran ellos, no cabía la menor duda, los que se avecinaban para terminar con la raza humana.
De la certeza del mensaje oculto, a ponerse manos a la obra en la maniobra “exterminio de los renosubersivos”, hubo un pequeño paso dado en la impresora de la casa de Laura.
Los volantes estuvieron impresos el lunes a la noche y el martes a la mañana se repartieron por todo el casco céntrico de la ciudad. Los receptores debían ser todos aquellos que llevaran el animal en la ropa o que tuvieran cara de que tenían la prenda guardada en el ropero.
La misiva invitaba a los adoradores de la renofashion a reunirse en un salón de fiestas en la calle Rojo de Rabia a las 19,30 (la hora en la que el cielo ardía en búsqueda de un astro que los abandonaba).
El primero llegó a la hora convenida y en media hora tenían a una veintena de personas, con sus prendas “renosas”, en colores estridentes y tejidos con distintos puntos.
La gente miraba diapositivas sobre el futuro del reno en otras prendas y tatuajes renóticos en los lugares menos pensados del cuerpo, cuando fueron rodeados por 15 estudiantes rabiosos, adolescentes guerreros en busca de la supervivencia de la especie. Al grito de “muerte al demonio Rudolph”, con trinchetas y tijeras en alto, atacaron. Fue una verdadera masacre tejidesca. Hubo gritos, llantos, ataques de histeria y shock traumáticos.
Cuando terminaron con el peligro, retrocedieron satisfechos, dejando en el centro una veintena de cuerpos desnudos, cubriéndose unos a otros, tiritando de frio, gimiendo por sus renos desaparecidos.
La victoria no pudo ser festejada, a ellos también los rodeaban. Cuando los vieron comprobaron el grave error: el peligro no estaba entre los que usaban las prendas, sino entre los que la tejían.
30 preceptores los rodeaban con agujas de coser en las manos, dispuestos a atacar. Por la puerta de dos hojas apareció el rector con la madeja color rojo sangre, y el molde reno-demoledor de mundos.
Los estudiantes fueron castigados con sendas amonestaciones, se les prohibió sintonizar el canal discovery y debieron pintar narices rojo brillante en cada uno de los misiles en forma de reno que los preceptores ocultaban en el sótano del colegio.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Pactos



-Todo sea por mis hijos, ellos saben que todo es por ellos- se mentía en un mantra obtuso.
Recorrió el camino como autómata, ingresó al monte y sin titubeo lo atravesó con las manos juntas, ahuecadas en un nido escabroso, protegiendo el órgano extraído con saña de puro ansiosa, de puro sádica nomas.
Llegó, prendió las velas, se sacó el vestido de mangas rojas mientras giraba sobre si misma.
La ofrenda estaba colocada en una copa de cristal y por ratos la miraba saboreando de antemano el sabor metálico que sabía que tenía, la energía contenida que intuía sabrosa.
El viento del sur surgió como cada noche que hizo su ceremonia privada. Mientras recitaba la oración pagana la mano se afanaba en jugar a ser serpiente en su entrepierna.
Levanta el regalo, lo eleva a la noche sin dejar de bailar, lo ofrece a la tierra sin dejar de cantar.
-Yo no te había pedido más- le grita un viejo sentado en la rama de un árbol.
La mujer se detiene abruptamente, con la mandíbula tensa en un bocado gigante, las pupilas dilatadas y el cuerpo desnudo profanando el aire con el olor a muerte.
El viejo salta y cae hundiéndose en el suelo hasta la cintura.
-Tus juegos de ofrendas son para satisfacer tus ansias de sangre, ¡yo no tengo nada que ver en este asunto! no me invoques- le anuncia acariciando la tierra.
La mira un momento, sonriente, el círculo tiembla y la mitad inferior del cuerpo reaparece convertida en serpiente.
-Tanto daño, tanta saña debe tener tu carne bien adobada-explica babeándose.
Ella sigue estática, con el pedazo del músculo muerto a medio comer colgándole de la mandíbula en un tic tac profético.
El viejo se acerca reptando y la huele. Le lame los labios. Saborea los hombros salados.
-Tantas veces solicitaste mi presencia que tuve que dejar todos mis quehaceres para venir a verte, no me iré sin cenar- le anticipa, es entonces cuando el viejo abre la boca demencialmente, distorsionando su naturaleza.
Por ratos es hombre, bestia, diablo y rabia.
Conjura al infierno con sólo su sombra, le crujen las tripas a Dios al saberlo hambriento pero silba bajito mientras mira hacia otro lado, lo que no se ve no existe.
Ella en un acto solemne le toma del cuello y lo parte en dos.
Si el corazón de un mortal la fortalece, éste la convertirá en un dios.
Regresa satisfecha, escarbándose los dientes, con un palito de limón.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Cerrado por negligencia.


Nadie preguntó por el cartel.
Los que llegaron lo leyeron y retrocedieron respetuosos sin volver la mirada.
El bar tenía poco mas de un siglo y era atendido por una mujer pequeña y escuálida de 236 años.
La única vez que decidió tomarse un descanso y dormir a cajón cerrado por tres días, dejó a cinco de sus cuarenta y tres hijos a cargo del lugar.
Durante ese tiempo perdieron la cuarta parte de la clientela por un brote repentino y violento de peste bubónica.
Con lo severa que era, cuando se enteró de que sus hijos prefirieron vaciar ratas y conejos en los grandes copones dorados, en lugar de pagar a los mortales por las donaciones, ella colgó el cartel bajo la promesa de reabrir cuando las condiciones de salubridad fueran óptimas para su clientela.
Nadie lo dudó.
Era tirana, obsesiva, cruel... pero recta.
Esa semana los mantuvo atados con las venas abiertas rellenando los copones dorados con el elixir de la más alta calidad y con un sabor único de realeza atávica en el ADN.
Cuando terminó con ellos, estaban tan deshidratados que se habían transformado en secas momias raquíticas, y con un conveniente vestuario de finales del siglo XV francés, fueron exhibidos a la hora de reabrir el local, como la nueva decoración del mejorado y prospero bar.
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