Siete y cuarto de la tarde, la abulia, la rutina, evocan un camino que la
está asfixiando.
Una mujer como ella no puede vivir entre tanto decaimiento emocional sin
sufrir un brote sicótico en pleno tarde que seguramente será justificado por el
accionar de una sociedad decadente que no le ofrece los suficientes altibajos
que ella espera.
La desidia la está matando.
Se encierra bajo llave para no escuchar que la nada se pasea sacando pecho y moviendo las caderas.
Vive en una
provincia arcaica, ella es una mujer del mañana, necesita de otras cosas para
vivir. Recuerda el número telefónico que le diera otra lunática como ella, y
decide llamar para tener unas horas de sexo salvaje y pagado. Quiere al menos
una noche que rompa con la rutina emblemática que amaga con subyugarla.
A las 9 se perfuma y antes de salir se asombra de su propia calma, está por
hacer realidad una de sus fantasías y se desconcierta de ella misma.
Toma la moto y se avienta a la noche y sus frutos prohibidos.
Lo ve una cuadra antes, es como su lunática amiga lo había descripto. Se
detiene, intercambian un saludo que ella imagina podría ajustarse al protocolo
que dicta la situación.
Cuando llegan al hotel y quedan solos en la habitación, la realidad es
otra.
Paga por adelantado cuando lo ve indeciso y hasta tímido. Imagina que podría
estar interpretando algún papel. Le aclara que no quiere ser dominatriz y que
puede empezar cuanto antes, ¡pero no terminar antes de la hora pagada!
Lo cierto es que no hubo juego previo, ni agitación. No hubo cuerpos sudados
como en las películas porno y tampoco miembros viriles que la dejen sin
aliento.
Tiene a un treintañero musculoso saltando sobre ella y piensa que si le pega
otra vez con el codo en las costillas se dañará el poco resabio de cordura que
ha acumulado durante la tarde.
En el mete y saca frenético del hombrecillo puede ver que su orgullo
masculino no supera los escasos 8 centímetros, de reojo mira el televisor y los
actores que están dándole una paliza de placer a una rubia tetona, le juegan en
contra al “machote” que ella tiene encima.
Hace una mueca extraña cada vez que la penetra y los dientes le brillan por
la luz negra produciendo el efecto contrario que ella desea de un hombre
sensual. Se asegura de no abrir la boca para que sus propios dientes no brillen.
Hay una divergencia importante, no tendría que estar pensando en esas cosas,
algo no está bien.
-Basta- grita, pero él se apura y asombrada descubre que el hombre a llegado
a su clímax.
Se levanta sonriendo de costado. ¿Hay una sonrisa ganadora o la está
imaginando?
Saca un paquete de cigarrillos del bolsillo, enciende uno sin siquiera
invitarle, lo fuma en tres o cuatro pitadas y se acuesta a su lado, tapándose de
la cadera hacia abajo con la sábana blanca.
Marcela ha seguido con la mirada el ritual tratando de entender que está
sucediendo.
Siente que le arde la cara.
Afuera se escuchan fuegos artificiales y él se levanta contento, como
recordando algo.
-Me voy, están festejando el cumpleaños de la Pachamama, hoy actua
Leo Dan- le aclara emocionado mientras se viste presuroso.
Se para antes de abrir la puerta y como la ve aun en la cama, sentada y con
la boca abierta, supone que la ha dejado demasiado anonadada como para
responder, entonces decide tomar un taxi y se va.
Marcela está a un paso del delírium trémens.
Se levanta y ríe. Mejor reír que tomar un rifle y terminar en la carcel.
Mejor aceptar la realidad que vivir devanándose los sesos todos los días
buscando un cambio que se niega a despertar.
-Provincia de mierda, gente de mierda, la puta que los parió- grita cuando
sale del hotel y el chico que le abre el portón la mira de costado temiendo
algún desenlace sangriento.
Se le inyectan de sangre los ojos, no quería encontrar gente en su camino, no
quería reptar por la miseria humana y ser parte de ella. Marcela es más que eso,
pero está a punto de reventar.
-¿qué miras?- le pregunta a los gritos- ¿qué mierda?, ¡la puta que te parió!,
¿qué mierda miras?
Y antes de terminar el cuestionamiento el chico deja el portón y entra
corriendo.
No esperaba eso, hubiese querido algún tipo de confrontación, así alegaba
ante la justicia que su reacción violenta fue en defensa propia. Pero nada, ni
esa noche, ni la noche pasada y suponía que tampoco la siguiente.
-Cuando me encuentren muerta en la plaza libertad quiero que en mi expediente
se aclare que la causa del deceso fue: ABURRIMIENTO EXTREMO- grita, y cuando ve
aparecer un musculoso de casi dos metros por el sector de seguridad, arranca y
huye a toda velocidad, en la esquina el encontronazo es inevitable, una combi
que traslada un grupo musical se atraviesa en su camino, no logra esquivarlos y
la moto se ve inevitablemente incrustada en el lateral del vehículo mayor, ella
vuela por los aires con la gracia propia del ave fénix. Aterriza unos metros
adelante e intenta levantarse pero no puede, a duras penas puede ver cuando los
integrantes de la banda musical bajan corriendo para ayudarla, pero con cada
contacto de su piel con aquellas manos, gruesas pústulas rojizas aparecen, es
ahí cuando ella se da cuenta de quienes son: Noooo- protesta enloquecida y antes
de dar su último suspiro los aparta con la mano al grito de- ¡Rollinga siempre,
wachiturra jamás!
Y el grupo de músicos adolescentes se hace a un lado a la espera de que
alguien que esté a su nivel pueda llegar a tiempo para ayudarla, cosa que en
Santiago del Estero, nunca sucede.