La morbosa obsesión por los monstruos me había caracterizado
siempre. No podría hablar de un punto de inicio, lo mío fue más bien innato y
vitalicio. Lo llevaba en el ADN, tal vez era una obsesión atávica. Si conociera
a mis ascendientes buscaría en sus vidas para encontrar la procedencia de la
semilla.
Era necesaria tal explicación para que se comprendiera
porque luego de existir entre deformes, asesinos, degenerados y parias hubiese
llegado a esta instancia de vacío emocional.
Ya nada puede helarme la sangre.
Me encuentro inerte.
He intentado regresar a mis raíces y re-descubrir esa sensación
de vida que supe tener. Comencé enterrando aves en el jardín de mi casa, seguí
por los gatos en los roperos y vírgenes bajo mi cama. Salí a las andadas con antiguos amigos que se
sumergían en las cloacas sólo para evitar sentirse contaminados con el olor a
humano promedio y nada resultó.
Luego de cuatro décadas de horrores me encontré tan muerta
como las cucarachas reventadas que decoran mi almuerzo. Será por eso que la
sangre en mis nudillos me resultó tan erotizante, la abulia había llegado a
niveles asombrosos no había otra emoción
en puerta que me hiciera sentir tan viva como el deseo de pronto estar muerta.
Siento que estoy cerrando un círculo de manera exitosa.
Mi propia sangre en el piso me sirve para escribir y aunque
el texto no resulte horroroso seguramente el panorama que dejaré será devastador.
Me siento a ingerirme mientras dejo que mis libros de
terror, abiertos en sus capítulos más espeluznantes, absorban mis fluidos en
una sopa hemática que sacia con sólo presenciarla.
Voy a extinguir esta presencia física que reptó por
cementerios en busca de una belleza que pocos saben apreciar y formaré parte de
las hojas en una orgía casi poética.
Mis demonios deformes y los fantasmas de mis muertos
escondidos en los rincones de mi casa se acercan para observar el deceso.
Son tan hermosos y se ven tan felices. Veo correr el vino y
sé que festejan en mi honor.
Mientras me apago quiero que una virgen me vierta alcohol
directamente en la garganta y que un eunuco se recueste en mi pecho y llore con
los últimos latidos.
El éxtasis de mi propia sangre me sorprende ¿Cómo pude vivir
tanto sin haberla probado antes?