La Revista Digital miNatura en su edición dedicada a las FOBIAS publica uno de mis cuentos en la pag. 69... FOBIAS (toda la revista es EXCELENTE!!!! con una variedad asombrosa de textos y dibujos, descarguenlá y a disfrutar!!!)
http://bibliotecadelnostromominatura.blogspot.com.es/2013/05/revista-digital-minatura-126-castellano.html
Mi texto:
FOBIAS
Desde que recuerda, su padre ha hecho énfasis sobre lo destructivas que pueden ser las mujeres, sobre todo las madres que abandonan a sus hijos y dejan a los maridos consumidos por la angustia y el dolor.
No hubo un día en que no encontrara a su padre alcoholizado y lamentándose por su desdicha. La vida destruida por una mujer, el hogar colapsado por el abandono.
Con los años, la fobia fue tomando forma, evitaba mirar de frente a toda hembra que se le cruzara por el camino, no podía hablarles, se destruía en vómitos cuando alguna rozaba su
piel. Alineó su vida para tratar de evitarlas: se inscribió en un colegio de varones y se declaró homosexual sólo para impedir que algunas mujeres insidiosas coquetearan con él. Su padre tenía razón, eran crueles y podían desmembrar la psiquis de un hombre sin un dejo de culpa.
Luego de varios años de incertidumbre y de evitar todo contacto con ellas se decidió a acudir con un psicólogo. Iba resuelto, caminando decidido por la vereda, con la mente abierta y dispuesto al cambio cuando una mujer hermosa se cruzó en su camino. Ella no sólo lo miró fijo y se atrevió a tomarle del brazo, sino que sin importarle el temblor que comenzaba en los dedos e iba subiendo hasta llegar al pecho del muchacho, se atrevió a abrazarlo y susurrarle al oído: “Necesito que me perdones, nunca pasé un día sin recordarte”.
¿Imaginan la cara del muchacho intentando sostenerse ante el ataque de pánico que estaba experimentando?
Ahora traten de darse una idea de lo que el corazón sintió cuando ella lo remató con el final de la frase: “soy tu madre”
El infarto fue masivo.
La mujer se alejó rápidamente, si años antes no había podido con la fobia a los hijos vivos mucho menos podría ahora con la angustia que le provocaría uno muerto.
Monstruos que retozan en este sitio:
lunes, 27 de mayo de 2013
miércoles, 8 de mayo de 2013
Los años
En una época gozó de ser observada,
ahora se relame de gusto observando.
El cambio no fue traumático, sino más
bien el trueque de un gusto morboso por otro.
Dejó de ser el objeto central de
adoración para convertirse en la mujer madura, vestida de gris, que
escondida bajo unos anteojos grandes y oscuros pasaba lista
mentalmente de los muchachitos que tenía marcados.
Tan bellos, con
la carne dura y la mirada perdida en trivialidades. Tan jugosos y
jóvenes, con tanta vida derrochándose por los poros.
La vejez se avecinaba con sabiduría y
hambre. Un hambre monstruoso, un hambre que le devoraba el estómago
convirtiéndola en un saco de jugos gástricos. Hambre con olor a
hembra. Hambre que quiebra, que doblega, hambre que obliga a la
envidia, a la corrupción, al toqueteo jugoso, a la búsqueda de lo que
no se puede tener, lo prohibido, lo perdido.
Se sienta en el bar y mientras pide un
te de hiervas lo observa. El número uno tiene que ser especial, es
el elegido y aunque aun él no lo sabe ya tiene un altar construido
para su círculo de deidades testosterónicas.
Está con una compañera y comparan
notas, hablan de sociología, política y religión. Suben la voz
tratando de imponer ideas, y la fuerza que emana, la deja doblada en un
calambre pélvico.
Espera a que se retiren y lo sigue.
Corre un poquito para alcanzarlo en ese tramo oscuro del camino y
cuando está a dos pasos de distancia apoya el bastón en el suelo y
tira el bolso. Sabe que se ha dado vuelta, ella hace el esfuerzo por
agacharse y él corre a ayudarla. Cuando ese dios obsceno y lujurioso
está abajo levantando medicinas, peines y pinturas varias, percibe
su aroma. No hay perfume artificial, sólo la dulce esencia de su
juventud, de la sangre corriendo sin objeciones. Está a punto de
acariciarlo cuando se levanta y le acerca la cartera con una sonrisa
tan dulce que la deja sometida a una oleada de espasmos
orgásmicos.
Ella está parada, inmóvil, con una
mirada estúpida y él comienza a sentirse incómodo.
Le pide que la ayude a cruzar la calle
y toma su brazo, en la cercanía de un baldío levanta el bastón y
lo golpea con fuerza.
El impacto lo toma por sorpresa. Está
aturdido y el dolor punzante en la frente lo ha dejado noqueado por
unos segundos, pero la adrenalina lo normaliza y tras empujarla decide
huir, al comprobar que bajo el disfraz de anciana hay una mujer
fuerte.
Lo ve correr.
Ha quedado con el abrigo entre las
manos, no le ha dado tiempo ni a morder esa carne jugosa, se acerca la prenda a la cara, la huele y se orina, casi convirtiéndose entera en fluido caliente.
Cuando llega a su casa, prende la única
luz que tiene y que ilumina un estante vidriado de un metro setenta y
cinco de alto. Llora un poquito arrodillada ante el altar, se
desviste sin apuro y entra al baño a ducharse. En la oscuridad de su
morada, sin espejos que le recuerden que la vida avanza y el final se
acerca, triplicará el entrenamiento diario, necesita la fuerza de
antaño para poder traer a la casa a sus demiurgos.
Pareciese que pasaron mil años desde
que su carne de piedra fuera idolatrada, ahora se toca y se hunden los dedos en la flaccidez de los años.
No se mira, desde hace un milenio: mira a los demás.
jueves, 2 de mayo de 2013
La maestra
Se toma un mate mientras estudia los conceptos básicos de la
pedagogía. Mira por la ventana y suspira, está sumida en la paciencia. No tuvo
problemas en tratar a los adultos, pero los niños son una materia pendiente, en
cuanto uno se le acerca ella irremediablemente retrocede. ¡Tan pequeños! ¡Irresolutos!
¡Tan poco terminados!
Alfabetizó con eficacia a todos los adultos y adolescentes
que pasaron por su camino. Tuvo teorías y didácticas que al ejecutarlas nunca
fallaron. Al principio hubo quejas, pero los resultados fueron más que
satisfactorios. Cuando decidió incursionar en la instrucción inicial comenzaron
los problemas, no podía utilizar los mismos recursos, levantaba el látigo y
temía usar demasiada fuerza, entonces quedaba petrificada mientras ellos le
mordían las piernas. Llegaba cada día exhausta y con los dientes de leche
marcados en los antebrazos.
¿Cómo había pasado de ser una instructora rigurosa a una ridícula
mujer atrofiada?
Tal vez tenía la imagen equivocada, su madre le había
enseñado que los niños eran la inocencia en estado puro, pero el ADN que habría
podido recoger de las muestras dentales dejadas en su cuerpo, le decían lo
contrario.
El último día se dirigió como de costumbre a la escuelita,
cruzó el monte, ingresó por el primer camino de tierra y en la bifurcación
dobló a la derecha, siguiendo siempre el cartel de madera con la flecha. Cuando
entró al habitáculo dos reptaban por debajo de su escritorio, uno colgaba del
techo con esa sonrisa de oreja a oreja que caracterizaba a todos, dejando a la vista los
colmillitos puntiagudos, y un cuarto cerró la puerta, golpeando el látigo que
tantas satisfacciones le diera con los adultos, en la palma pequeñita de la
mano.
Esa tarde abandonó la práctica y decidió volver a los
estudios de la conducta humana.
Durante la noche los niños colocaron de nuevo, en la
bifurcación del camino, el cartel que decía: Escuela El Niño de Belén, a la
izquierda.
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